Antiguamente, las facturas se hacían a mano. Llegaba el camarero, escribía a toda prisa, y con precisión, lo consumido, arrancaba la hoja de papel y se la entregaba al cliente. Causaba admiración ver el talento aritmético de aquellos profesionales, sólo con estudios básicos. La ausencia de calculadoras y maquinitas de sumar, restar, multiplicar o dividir, tenía a las mentes en plena agilidad aritmética.