Precioso restaurante de diseño ubicado en medio del viñedo con una encantadora perspectiva bucólica. Al frente de los fogones se encuentra Massimo Camia, un chef inteligente que sopesa milimétricamente su oferta, sus ejecuciones...un pragmático que sabe lo que tiene que hacer y cómo debe hacerlo. En consecuencia, ofrece una cocina fundamentalmente piamontesa rejuvenecida. La impregna de refinamiento, técnica, modernidad, cierta complejidad conservando sus esencias. Sabores históricos distinguidos y actualizados. También escenifica muy bien, con construcciones bellas dentro de un estilo sobrio y efectivo. Muchas otras palabras definen y ensalzan su quehacer, pero por encima de todas sobresalen dos: tiene un paladar privilegiado que trasmite mediante sabores puros y deja constancia de un equilibrio asombroso, todos los elementos están dispuestos sopesadamente.
Cinco platos de un nivel estelar. Una antológica crema de patata de montaña ¡Qué manjar! ¡Qué liviana! con calamares, breve y precisamente hechos, aceite de guindilla y motas de albahaca. Repetimos; sublime. Audaz y muy linda la cebolla grande con piel y cortada a un centímetro de uno de los extremos, como si fuera una sopera natural, que contiene en su interior una exquisita sopa de la propia cebolla trufada y con tropiezos de codorniz, que se adorna sobre un lecho de sal, con hierbas del campo, con un crujiente de polvo de amapola...un poema a la liliácea. La estrella de la corona: unos mantequillosos “plin” relleno de queso de cabra fresco salpicados de un sutil picadillo de aceitunas y sobre un fondo de agua de tomate; la pasta fresca rebosante de cremosidad y sustanciosidad. Otro momento vibrante lo brinda un impecable risotto carnaroli impregnado de una salsa de ragú de ternera con médula de ésta y pimientos rojos; sabrosísimo y con un contraste de textura – al dente el arroz y gelatinosa la médula – conmovedor. Y los bocados de cochinillo envueltos en panceta y con ligera fritura de sémola y sésamo, más pure de manzana al curry y echalotes caramelizadas al vino tinto, son otro acierto pleno.
Sin tantos méritos, si bien en una buena línea, claramente más gourmand, el bacalao mantecato con puré de alubias blancas de Pigna, los “tajarin” de huevo con salchicha de Bra y guisantes frescos y los trozos de ternera fassone en costra de pan y hierbas con semolino dolce fritto (una variante de leche frita).
El surtido de quesos es tentador. Y la bodega responde a la calidad del paisaje: solo se divisan cepas.