La joven Bella Masano, de origen siciliano, plasma con exquisita naturalidad la manjarosidad del mar. Productos excelentes con sencillos atrezzos tradicionales. Nada de pretensiosidad...sabores puros y populares harto gratificantes. La nobleza y la autenticidad se sienten, se palpan, están omnipresentes. Las ostras de Florianópolis, de viveros propios, se ofrecen hermosísimas y exultantes de frescor, en verdad yodadas y carnosas; de atracón. Las mejores de la ciudad. Los mejillones cocidos y aromatizados con abundante perejil brillan en su simpleza. El carpaccio de pulpo es de una sabrosura inusitada, derivada de la calidad del cefalópodo, al que se presenta con una cocción convencional, contando con la alegría de unas pinceladas de salsa de tomate con clavo. El “cuscuz” de camarones, excepcionales, y maíz, con guisantes y aceitunas negras, constituye una inteligente manera de transformar un condumio en un bocado sibaritico, convirtiendo al marisco en plato principal y los vegetales en ricos complementos. Los calamares con champiñones y perejil vuelven a brillar en su elementalidad: se repite una y otra vez la impecabilidad del producto y la buena mano de la cocinera. Los langostinos, gigantes, a la plancha refrendan por enésima vez la conducta y los valores de Bella Masano, una mujer honesta hasta lo indecible. Nos encontramos ante una “monjita” de la cocina que practica su Biblia culinaria con una fidelidad inquebrantable. Y encantador el plato del pescador, en realidad una marmita de tesoros oceánicos, que en nuestro caso tuvo por protagonista a una espléndida merluza amarilla, servida asombrosamente jugosa, a la que acompañaban almejas, langostinos, cebolla, pimiento rojo, tomate y abundantes grelos, nadando todo ello en un fondo de langostinos con leche de coco y aceite de palmera.
En definitiva, una comida muy, muy juiciosa y efectiva, que reafirma verdades “eternas” bastante en declive por motivos económicos, culturales, sociológicos...