Uno de los hoteles más lujosos de París, de capital chino, en el que dirige la oferta gastronómica el gran chef Philippe Labbé. Entre los restaurantes que alberga el edificio, es este chino, en el que se ofrece una cocina tradicional de aquel país ejecutada con el saber hacer francés. La materialización corre a cargo de una veintena de cocineros orientales baja la atenta mirada de Frank Xu, un aborigen que demuestran una constancia y una meticulosidad asombrosas. Estamos, por tanto, ante un chino solemne y suntuoso en el que se ofrecen los platos más típicos del país asiático y en el que brillan a gran altura las carnes: dada la bondad de las materias primas y la impecabilidad de las técnicas de asado.
El pato lacado, con un tratamiento excelso, milimétrico, tanto de la piel como del magro, brindan una manjarosidad difícilmente superable del palmípedo. Igual de nobleza, igual de precisión en la hechura, podemos apreciar en el cochinillo, lacado con miel, que manifiesta la magnimidad de las dos carnes, tan interesante la exterior como la interior. Otra obra arte, la costilla de cerdo ibérico, que se aromatiza con suma precisión, saliendo sabrosa y gelatinosa. Muy a tener en cuenta los Dim Sum rellenos de diferentes mariscos, una pasta exquisita y algo gomosa que trasluce a las mil maravillas la magnimidad de las gambas o vieiras, entre otros tesoros marinos. Cada plato esta harto trabajado, muestra el enorme esfuerzo en el que se sustenta, con una expresividad apabullante: salmón Lo Hei, un sashimi, con “tagliatelle” de medusa, frutas y legumbres en juliana, marinadas y agridulces algunas de ellas, que se potencian con una salsa de granos de sésamo, en un conjunto ciertamente vistoso, multicolor y natural. Cocina de rellenos que vuelve a resultar en verdad gustosa en platos como las crêpes de arroz y pimiento rojo rellenas de gambas y hortalizas. La sopa de tofu y legumbres verdes y el filete de cerdo picado y salteado con cebollino y buns al vapor son dos valores seguros y harto satisfactorios, siempre presentes en uno u otro menú de este Palacio de la Cocina Oriental. Entre los postres, el crujiente de hierba limón manifiesta la perfecta simbiosis entre dos culturas y ante dos compromisos con el saber hacer.