Caminos y Sabores de Argentina

-La Cocina Argentina-

Hablando de cocina argentina voy a meterme en el tema con unas frases utilizadas por Marcelo Álvarez durante las primeras jornadas de patrimonio gastronómico, "La cocina como patrimonio (in) tangible":

"Dice Claude Fishler que "el hombre es un omnívoro que se nutre de carne, de vegetales y de imaginación". Y se explica: "la alimentación conduce a la biología, pero con toda evidencia, no se reduce a ella; lo simbólico y lo onírico, los signos, los mitos, los fantasmas alimentan también y concurren a reglar nuestra alimentación".



La utilísima TV gourmet

Si hay algo indiscutible para el común de la gente es que todo aquello que se escucha, dice o ve en la televisión es "palabra santa", y a veces no hay nada más alejado de la realidad que ello. Recuerdo una vez en que fui a grabar un programa como invitado del "Gato" Dumas, en un intervalo, mientras charlábamos y recorríamos su estudio (oficina) veo una edición del "Larousse gastronomique" abierta al lado de una de sus computadoras (ordenador) y hablando sobre ese libro me dice que lo estaba consultando porque tenia una duda, una clienta le haba solicitado algo que no recordaba si existía realmente o simplemente se trataba de un nombre que alguna vez inventó como ocurrencia del momento durante alguno de sus programas de televisión, y riéndose francamente me comenta: "muchas veces digo barbaridades para ver cuanto tiempo tardan en copiarme y repetirlas".
Hace muy pocos días (22 de octubre del 2007) estuve en el cóctel de entrega de los premios "Tendencias Gastronómicas", y luego de que le otorgaran el premio al mejor programa televisivo a C. Carptentier (Chile) por su programa "Aventura gastronómica" (elgourmet.com) le comenté personalmente que me llamó mucho la atención el hecho de que en uno de sus programas dijese que un puré de papas (patatas) poda salir "chicloso por el alto contenido de gluten de la papa", y que de haberlo oído, más de un celíaco iba a dejar de consumir papas. Por supuesto que no le gustó nada.
Son muchos los furcios (fallas que se comenten frente de las cámaras) que se ven o escuchan en distintos programas de TV a lo que no escapan las programaciones de cocina, y ni hablar de la "contaminación cruzada". Uno, como profesional de la gastronomía, se pone a pensar que hay asesores gastronómicos de producción (por lo menos figuran en los créditos) pero parece que las islas de edición no son visitadas por ellos o que no se encuentran presentes durante la grabación.
Aclaro que muchos profesionales de la gastronomía que están trabajando en el medio televisivo merecen mi mayor respeto, pero entre ellos se mezclan otros a los que yo digo que simplemente "hacen empanadas", sin ser peyorativo (no voy a desmerecer esta comida que es una de mis preferidas) ya que hay empanadas y empanadas, unas con excelente elaboración y cuidado del trato y otras hechas a la ligera; a lo que me refiero con ello es que algunos meten cualquier cosa y de cualquier forma como relleno de la masa y que la tiran a la ligera dentro de la freidora para sacarse el bulto de encima. Mucha gente con ínfulas de protagonismo que a veces comienzan bien pero que después el gran monstruo de la televisión se los devora y por estar frente a una cámara, o pensando que ya están más allá del bien y del mal, caen en la soberbia de hacer y decir cualquier cosa (gansada).
Y detrás, observando, está el público, ese consumidor pasivo que se alimenta de mitos (la mayora creados por los medios de comunicación) y que incorpora al pie de la letra lo que le venden (meten a la fuerza): "si lo dijeron en la tele así debe ser", y bueno, el resultado final es que algo que pudo comenzar de una manera se va transformando y deformando en otra cosa totalmente distinta, así nacen las confusiones posteriores, algunos dicen que es bueno, que eso de adoptar otra identidad es para reflejarse en lo autóctono y nacional del plato, en fin, es un tema con el que se puede iniciar un debate.
Desde mi punto de vista hay cosas que si las tomamos de un contexto y las llevamos a otro podemos obtener nuevos resultados, pero hay otras en las que debería prevalecer un poco la ética y el profesionalismo (para que se habrá molestado Escoffier, si ahora le cambian todo) y no decir tantas pavadas (tonteras) o utilizar nombres de la cocina internacional sin saber de que se trata. A veces incluso leo en recetas publicadas en libros, periódicos o revistas nombres que nada tienen que ver con el desarrollo de esa receta; una vez vi titulado en una: "Papas Dauphine" pero en el desarrollo y la técnica de la receta eran "Papa Anna", sin ir muy lejos, en el libro "Cocina italiana" Utilísima- de Paula Brandani, podemos ver en la página 41 una receta de sopas cremas que está titulada "Velout de apio", sabrá la autora que es una veolut?, y la señora gorda del Barrio Norte que compró el libro, cuando vea ese nombre en la carta de algún restaurante finoli de su zona pensar que le van a servir una sopa?; en italiano "vellutata" es una bechamel realizada con caldo en lugar de leche, pero en las recetas que menciono de dicho libro se la coloca como una sopa y no como una salsa omitiéndose la técnica que genera el nombre; en la página 92 del mismo libro se encuentra la receta "Tournedos a la Rossini" pero se omite el paté de foie característico de las recetas con esa denominación.

Gioachino Rossini, maestro de la opera, era tan buen gourmet como compositor. Amante de la buena mesa, cuenta la leyenda (probablemente cierta) que en un restaurante en París, donde solía ir a comer, pidió al chef un día que lo sorprendiera con algo nuevo. El chef decidió combinar ingredientes de una manera poco ortodoxa y realmente lo sorprendió. Mientras preparaba el plato junto a su mesa, Rossini, gran entendido, no cesaba de darle consejos, corregirle, sugerirle, hasta verdaderamente hartar al Chef, quien le expreso su disgusto. Rossini entonces le dijo que si tanto le molestaba, que le diera la espalda (Tournez le dos) y que siguiera preparando el plato para que el no lo vea. Allí nació una creación que es y será un eterno clásico. El Tournedos Rossini, en homenaje a Il Maestro.

Los ingredientes de este plato son decididamente caros pero pueden reemplazarse por sucedáneos que mantendrán el espíritu del mismo, siempre y cuando el ingrediente principal se respete.
El lomo, el filete en su parte del medio, la carne mas fina totalmente desgrasada es algo con lo cual no puede haber compromiso utilizando otra. Simplemente: es así.

Ingredientes: (aquí para dos personas)
Dos medallones de lomo de unos 6-8 cm de altura.
Dos rodajas de foie gras de unos 2 cm de espesor. (o algún otro paté de buena calidad)
1-2 trufas. (o alguna seta u hongo de buena calidad)
2 rebanadas de pan de molde
1 copa de Madeira (en su defecto, una copa de Oporto o de Amontillado)
manteca para freír
sal y pimienta

Hay que ser una especie de acróbata porque hay que tener varias hornallas trabajando al mismo tiempo. El plato tarda pocos minutos en hacerse, solo hay que sincronizar y no perder de vista ninguna cacerola.
La carne debe hacerse a fuego muy fuerte para que se selle, solo un minuto por lado, luego bajar el fuego y terminar la cocción, solo pocos minutos. Siendo filete debe hacerse muy rápido. Y debería quedar la carne muy roja al medio.
Acompañar con verdura a elección. Los hongos están en el estilo del plato.

Conclusión:
Así que señores, la televisión "no tiene la razón en todo", pero como medio de difusión y comunicación de llegada masiva debería tener un poco más de cuidado y respeto, porque no es lo mismo montar un burro a que te monte un burro.

Y no se trata de inventar, se trata de tener "ética profesional", lo que se ve en la televisión, y que muchas veces se repite en escuelas de cocina, se trasmite luego a muchas cartas men- de restaurantes.

Muchas veces me encuentro en cartas men- de restaurantes con nombres que nada tienen que ver con el plato que representan, ¿será por toda esta deformación que venimos sufriendo?, ¿será que por poner nombres bonitos o rebuscados se omite la realidad?, ¿cuantas veces en una carta se pone "papas noisette" y viene en el plato un corte "parisien"?, mucho más grande que las noisette y un corte utilizado generalmente para frutas, pero como es más grande y se hace más rápido, para que utilizar la cucharita de corte más chica, no? No es lo mismo un lenguado al champagne que un lenguado con salsa de champagne, la técnica de cocción y el costo del plato son muy distintos, y en la carta lo que dice debe expresar la realidad de lo que se hace en la cocina. En fin, podra seguir con infinita cantidad de ejemplos.

Viendo uno de los programas de elgourmet.com, un cocinero que hací pastelería, presenta un postre que va a elaborar según dice con "pia", y explica que es parecida al "anan" pero que no tienen nada que ver una fruta con la otra, y que en otra oportunidad utilizar el "anan", que hoy su fruta elegida es la "pia", pero, a lo largo de todo el desarrollo de su receta siguió refiriéndose a la fruta que utilizaba llamándola "anan"; al verlo yo no salía de mi asombro y pensaba que a lo mejor en próximas recetas iba a utilizar también "abacaxi" y "pineaaple"; sabrá este buen señor que todos esos nombres responden al "ananas comosus" (su nombre científico)?.

En otro programa del gourmet.com en que responden preguntas al público (gourmet responde) "Juliana" responde una consulta que le hacen sobre como se confeccionan la "veggie burger" (hamburguesa vegetal) y entre todas las cosas que dice menciona que el arroz se debe cocinar mucho para que desarrolle el "gluten" y que así se aglutine todo; ¿sabrá esta cocinera que el "gluten" es una proteína presente en varios cereales y que se encuentra combinada con el almidón, y está compuesto por "gliadina" y "glutenida", y que hay personas con intolerancia al "gluten" alérgicos y celíacos-?, ¿sabrá además que el arroz en ninguna de sus variedades contiene gluten?.

He sufrido el ir a comer una "paella" y que en vez de azafrán le pusieran "cúrcuma" porque si de igual forma queda amarilla para que usar el azafrán si es más caro, ¿no?, o que me ofrecieran un lomito (solomillo) y que el corte de carne era de la pata trasera del animal, ¿para que usar solomillo si la "cuadrada" es más barata?

Señores, las cartas menú de un restaurante, si bien tienen reglas claras de confección, se realizan en base a una fórmula de costos y que detalla sus ingredientes uno a uno, Por qué cambiarlos luego, ¿para ganar más dinero?, yo diría que eso es "FRAUDE" y que si yo ofrezco "pavo relleno con puré de castañas" no puedo remplazarlo con "puré de batatas patatas dulces , boato-, por más parecido que sea el resultado final. Tampoco puedo poner en mi carta nombres que no representen el plato real o que creen falsas expectativas porque eso es "falta de ética profesional".



No coma con ellos

Que una comida sea memorable, redonda, no depende sólo de la calidad de los platos que la componen; hay una serie de factores 'externos' de gran importancia para con seguir, o no, esa sensación de plenitud: el entorno, el ambiente, el servicio, la compañía, la conversación...
Todos los autores que se han ocupado de este último factor, la conversación, coinciden en que hay que evitar cuidadosamente hablar de asuntos religiosos o políticos, salvo que previamente sepamos que todos los comensales están de acuerdo y respiran de modo parecido. Hoy quizá haya que añadir a esos dos temas tabú el del fútbol, capaz de desatar pasiones nada benéficas para la digestión.
Es curioso que, en el XIX, no se considerase adecuado hablar de la comida en la comida, ni de la que se tenía delante ni de otras. Hoy no se tiene por mala educación hacerlo, y la alabanza de lo comido y quien lo preparó se ve, además, casi imprescindible.
Y aquí aparece el primero de los tipos de comensal que conviene evitar cuidadosamente. Se trata del que llamaremos 'nostálgico'. Está con nosotros, en la misma mesa, comiendo lo mismo... pero no está allí: está en múltiples comidas pretéritas, que nos cuenta con pelos y señales, y es incapaz de elogiar un plato sin compararlo, a la baja, con otro similar que comió en otro momento y en otro lugar y que ése sí que era una maravilla. Insoportable.
Está luego el autoproclamado gourmet. Huyan de él como de la peste. Les amargará la comida a fuerza de ponerle pegas a todo, d/e demostrar -es/o cree él- sus conocimientos en la materia. Entienden que el nivel de exigencia de un gourmet ha de ser elevado, en lo que bien pueden tener razón; pero creen que hay que demostrar ese nivel de exigencia verbalmente, poniendo todo a caer de un burro.
Cuando se combinan los dos especímenes anteriores, está más que justificado apelar a una disculpa cualquiera y no aparecer en el restaurante: que se aburran ellos solos. Existe la variante del gran entendido en vinos, capaz de arruinar cualquiera. Es el típico individuo que confunde un restaurante con una mesa de cata, y que comenta defectos que a los demás comensales les traen bastante al fresco; es de los que dicen "este vino está bien, pero... le falta botella". Todos los hasta ahora citados son miembros destacados de la cofradía del 'pero'.
Un verdadero gourmet, un entendido en vinos, no abrumará a sus compañeros de mesa con semejantes opiniones: disfrutará lo que pueda y, si encuentra, que encontrará casi siempre, algún pequeño fallo, se guardará muy mucho de comentarlo en voz alta. De verdad, se puede comer muy a gusto con la mayoría de los críticos gastronómicos, que no suelen ser aficionados a dar lecciones gratis. Otra cosa es comer con uno de esos ciudadanos que por el hecho de participar en un blog ya se cree el decano de la crítica, o poco menos.
Tan temible como cualquiera de los anteriores es el obseso de la alimentación, no sé si ortoréxico o simplemente tonto. Es, incluso, peor que los del 'pero', porque es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Puede convertir algo en principio tan placentero como una buena comida en un auténtico calvario: "tú no sabes lo que te estás metiendo en el cuerpo", dicen con cara de espanto. En cuanto se descuide usted le sacará la famosa y estúpida pirámide alimentaria, le hablará de colesteroles y uratos... Les dirá que más verduras y menos carnes, que... Son apóstoles del ayuno, enemigos de todo lo que pueda significar placer en la mesa. Huyan de ellos, y condénenles a comer -bueno: ellos no comen, se alimentan- en la más absoluta de las soledades.
Parecido al anterior, y no sé cuál será peor, es el hipocondríaco de la comida, el que yo llamo 'gastrocondríaco'. Este es capaz de amargarle la comida el mejor intencionado, al tipo más paciente. Primero le detallará los lamentables efectos que sobre su organismo -suyo de él- tiene lo que está usted comiendo, y mostrará su extrañeza de que a usted pueda sentarle bien. Por supuesto, le detallará todos los problemas que, inevitablemente, van a causarle a usted, a corto o medio plazo, esas cosas tan ricas que está usted comiendo.
Le amenazará con plagas peores que las bíblicas, que describirá con pelos y señales, contándole lo que ocurre cuando se retienen líquidos, lo que duele un ataque agudo de gota... Luego suele volver a sí mismo, para, aun reconociendo a regañadientes que lo que ha comido estaba muy bueno, jurará que no vale la pena porque sabe muy bien las horribles consecuencias que sobre su organismo -suyo de él- tendrán esos alimentos; sabe que va a pasar una noche toledana, que mañana va a estar fatal... De verdad: mándenlo a Urgencias, pero no vuelvan a comer con él.
Hay más aguafiestas, pero éstos son muy clásicos. Comer con ellos nunca es un placer, y sólo cabe el recurso de aislarse mentalmente y procurar no escucharles, ya saben, por aquí me entra y por allí me sale... sin que se den mucha cuenta, claro. Estos elementos, en la mesa, viven de la educación ajena, que impide al prójimo ponerles de patitas en la calle o, simplemente, levantarse y dejarlos solos. Lo dicho: evítenlos cuidadosamente, si quieren disfrutar de la mesa.-



Ya sé de vinos

Hace ocho años había seis o siete sumilleres en España; hoy, 12.389, aproximadamente. Hace ocho años, nadie entendía de vino; hoy, todo el mundo sabe muchísimo. Ante tal evidencia, se me ocurrió presentarme al prestigioso concurso El Olfato de Diamante. Buscaba obtener un diploma y ser admitido en el selecto club de los entendidos. El jurado lo componían nueve sumilleres, dos prescriptores, tres hosteleros, tres amas de casa y dos propietarios de un comercio de bisutería.



De la cola de pescado a la goma xantana

Hasta ahora, al menos que uno sepa, uno de los mayores elogios que podía hacerse de una cocina, y de un alimento, era subrayar su carácter de ‘natural’: cuantos menos elementos ‘artificiales’ contuviera, mejor; tan era así, que en la publicidad de no pocos alimentos preparados se hacía hincapié en subrayar que se trataba de un producto “sin colorantes ni conservantes”. Natural, vamos.
¿Siguen así las cosas? Pues... no parece. La tecnococina necesita las aportaciones de la industria alimentaria, y cada vez introduce en sus creaciones elementos más extraños, y ya no sólo por su origen, que, al fin y al cabo, en este siglo el concepto de ‘exótico’ es ya obsoleto, sino por su propia naturaleza. Examinemos el caso de las gelatinas.
Hemos entendido siempre por gelatina una sustancia coloidal que al calentarla se convierte en un líquido viscoso, que recupera su textura inicial una vez que se ha enfriado de nuevo. Las gelatinas, pues las hay de diversos tipos y procedencias, han sido y son muy usadas en la cocina, tanto en la tradicional como en la vanguardista.
Lo que cambia es qué gelificante se utiliza. Antes, el ama de casa utilizaba para estos fines la llamada ‘cola de pescado’, obtenida principalmente de la vejiga natatoria del esturión, pero también de cabezas de pescados como el rape o el mero. Se trata de unas hojas, transparentes o de colores, insípidas o con sabor añadido, que han de disolverse en un líquido como primera providencia. También era frecuente el uso de gelatina en polvo.
En algunos restaurantes de auténtica categoría -pienso en ese delicioso ‘bucarito don Pío’ de ‘Zalacain’- preparaban su propia gelatina, partiendo de huesos de vacuno, en especial de manos, pies y rodillas, o, en menos casos, de piel fresca de cerdo. Se trataba de preparar un caldo en el que, además de carne, interviniesen estos elementos, de por sí ricos en colágeno; una vez frío, se conseguía su gelatinización.
Hablamos, como ven, de gelatinas de origen animal, con contenido proteico, es decir, que estas gelatinas tienen valor nutritivo. Hay gelatinizantes de origen vegetal, como la pectina, presente en las pieles de frutas como las manzanas o los cítricos. Todo, como ven, de lo más natural, aunque requiera cierta manipulación industrial. El problema es que con estos elementos no se consiguen gelatinas calientes, es decir, estables en caliente.
Con el agar-agar, sí. El agar-agar es también un producto de lo más natural; por otros nombres tiene los de ‘musgo del Japón’ o ‘musgo de Ceilán’. Es una sustancia mucilaginosa en la que son ricas diversas algas que abundan en los océanos Índico y Pacífico; los japoneses llevan mucho tiempo usándolo. El proceso es parecido al de la gelatina: se deslíe el mucílago a fuego lento, en agua; al hervirla, el mucílago se concentra y adquiere la consistencia de una gelatina, estable en caliente.
Ah, pero se han seguido dando pasos adelante, y llegamos a los alginatos. Estos son una sustancia procedente de las algas pardas, especialmente de las laminarias. Los alginatos -hay varios ‘modelos’- tienen propiedades gelificantes, espesantes y estabilizantes, y están presentes en no pocos alimentos preparados, desde salsas a cremas y algún tipo de embutido o preparación cárnica. En las etiquetas vienen -o deben venir- marcados como E-401 a E-404.
Pero lo último, lo ultimísimo, no viene del mar, sino de la tierra: la goma xantana. Es una sustancia producida por una bacteria -Xanthomonas campestris- que parasita a las coles. Hombre, yo aprecio en lo que vale, que es mucho, un hongo que parasita al maíz, el que los mexicanos llaman huitlacochi. Pero esto va más allá: para obtener esta goma xantana hay que apelar a una fermentación aerobia de dichas bacterias en un medio de jarabe de glucosa procedente de la hidrólisis del almidón del maíz. La goma resultante -un polisacárido, no una proteína- tiene un enorme poder espesante... y es el último grito de la tecnococina.
Uno, en principio, se declara no beligerante, que no neutral. Pero agradecería algo más de información. Hace unas semanas, en el ‘Sanxenxo’ madrileño, vi que en la carta, bajo el enunciado ‘tartar de atún’, se especificaba que el pescado había sido previamente congelado de acuerdo con lo dispuesto en el Real Decreto correspondiente. Me pareció de perlas.
Y me parecería igualmente de perlas que bajo el enunciado de platos que incorporen alginatos se incluya su código alimentario -sería mucho mejor decir claramente eso, que contienen alginato sódico, o potásico, o amónico, o cálcico- para que el cliente sepa a qué atenerse; y lo que pido para los alginatos lo hago extensivo a la xantana. Bien está que los tecnochefs experimenten; pero a los clientes se les puede diferenciar de los cobayas simplemente informándoles de qué experimento van a formar parte. Digo yo que es... lo mínimo.-



Negros y rasposos

La anécdota me parece bastante significativa: hace unos días tuve ocasión de compartir una magnífica botella de uno de mis tintos preferidos, un gran Chambertin (Borgoña), con un amigo aficionado a los vinos ‘modernos’. Siguió muy atento mis maniobras previas y, cuando le serví vino en su copa, abrió unos ojos como platos y me espetó: “pero ¡esto no es un tinto! ¡Esto es un clarete!”
Se lo parecía. Mi amigo está acostumbrado a los tintos españoles de ahora mismo, incluyendo los riojas afectados de riberitis, que no son pocos. Vinos que han hecho que la expresión descriptiva de color “rojo rubí” pertenezca a tiempos pretéritos, porque ya no hay vinos de esa capa: hoy todos son “rojo cereza” o “rojo picota”, dando por natural que cerezas y picotas tengan un color rojo casi negruzco.
Claro, una persona acostumbrada a esas capas tan cerradas, a esa extracción tan forzada de polifenoles, ve un Borgoña, con su color, ése sí, rojo rubí, y le parece que a ese vino le falta, precisamente, color. Y no: es que es así. Digamos, por si acaso, que los polifenoles son las sustancias a las que el vino tinto debe su color, sustancias que están presentes no en la pulpa de la uva, sino en su piel, en su hollejo... y cuya extracción, ya decimos, se fuerza en el caso de los vinos ‘de alta expresión’, es decir, prácticamente todos los de ahora mismo.
Con tanto polifenol extra, va a resultar que los únicos que tienen razón son los vascos y los catalanes, que a diferencia del resto de los españoles, que hablamos de vino tinto, y de los demás europeos, que se refieren al vino ‘rojo’, han llamado siempre a este vino ‘negro’ (beltza y negre, respectivamente).
En fin, si la cosa se quedase en un color más o menos oscuro, tendría un pase. Pero es que hay más, claro. Y ese ‘más’ ya me gusta menos. La edad es lo que da: que a medida que uno se va haciendo mayor se va volviendo, sí, más abuelo Cebolleta, pero también menos políticamente correcto y se va atreviendo a decir que no le gusta lo que parece que le tiene que gustar porque le gusta -o debe gustarle, que ésa es otra- a todo el mundo, entendiendo por todo el mundo a una camarilla de expertos.
Bueno, pues a base de forzar la extracción de polifenoles para conseguir unos vinos más negros, se fuerza la extracción de taninos -otra sustancia fenólica-, presentes en el raspón y la pepita, pero también en el hollejo. No hablamos ahora de los taninos procedentes de la madera de las barricas, normalmente de roble, en las que se hace la crianza del vino, sino de los taninos de la propia uva. O sea: los vinos tintos actuales tienen un contenido tánico mucho más elevado del que tenían hace unos años.
Si van ustedes al Diccionario verán que explica que el tanino se emplea “para curtir pieles”. Imaginen los efectos que puede tener en su lengua, en su boca, una sustancia que es capaz de curtir pieles de vaca. Los taninos son los responsables de esa sensación que los expertos llaman ‘astringencia’ y que el pueblo llano traduce por ponérsele la lengua como un pedazo de papel secante. Son los responsables de esa tremenda aspereza de los vinos de hoy, que, efectivamente, raspan. ¿Que debe ser así? Pues... será, pero hay mucha gente a la que no nos gusta que los vinos sequen la lengua y raspen.
Hay varias maneras de ‘suavizar’ los taninos; lo normal es contrarrestar una cosa amarga -los taninos- con una cosa dulce, que podrían ser azúcares, pero suele ser alcohol; por eso los vinos, que antes se movían en torno a los 12 o 12,5 grados, ahora normalmente se ponen en 14 o 14,5. O sea: que si a usted le gustan los vinos tintos de color rojo rubí, de boca suave, sedosa o aterciopelada, nada agresivos, y de una graduación de alrededor de 12,5... va listo con los tintos de ahora mismo. Tiene que beber vinos negros, que resultan bastante agresivos e impertinentes en la boca y que, encima, tienen un contenido alcohólico muy superior, lo que puede tener después consecuencias lamentables.
Pero ésos son los vinos que preconizan los ‘gurus’ de la cosa. Por mi parte, con su pan se lo beban. Menos mal que todo, en la vida, está sometido a las leyes inmutables del movimiento armónico simple, todo va y viene, y uno espera que no tarden demasiado en volver los vinos que llamaremos ‘educados’ en contraste con la desfachatez y agresividad de los de ‘alta expresión. Será alta expresión tánica, porque otra cosa... En fin; seguiremos dando vivas a los tintos de la Borgoña.



Un concurso de cocina del XIX

La semana pasada se celebró en Lyon la undécima edición del concurso llamado ‘Bocuse d’Or’, cuyos organizadores lo consideran algo así como el campeonato del mundo oficioso de cocineros. Para celebrar la efemérides, salieron al escenario todos los que, en las diez ediciones anteriores, subieron al podio. Ningún español entre ellos.
Ningún español... y ningún mediterráneo. Hasta ahora, y contando el palmarés de esta última edición, Francia acumula seis oros y dos platas; Noruega exhibe tres oros, dos platas y un bronce; Suecia, un oro y dos platas, y Luxemburgo un oro. Bélgica tiene tres platas y dos bronces, Dinamarca dos platas y un bronce, Alemania tres bronces... y Singapur, Islandia y Suiza, un tercer puesto cada una.
Y así seguirá siendo, por mucho entusiasmo que le ponga el representante español y por mucho optimismo que derrochen los encargados de organizar el campeonato del que surge ese representante. Inútil. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que en España se practica una cocina que, más o menos, corresponde al siglo XXI... y la que se estila en el ‘Bocuse d’Or’ es, como mucho, de la Belle Époque.
Resulta todo un punto patético. Las normas, por ejemplo; hay que emplear un material determinado. Este año, para el plato de pescado, fletán noruego y cangrejo rojo no menos noruego. El primero es el más conocido de los sucedáneos de rodaballo; el segundo, un triste remedo de un centollo galaico. No pierdan de vista que los noruegos son quienes patrocinan este evento, al menos en lo referente a la parte del pescado; tal vez así empiecen a comprender el por qué de tanto éxito escandinavo.
Después, les piden a los concursantes que elaboren el plato de pescado, y el de carne -este año era, menos mal, pollo de Bresse-, con no sé cuántas guarniciones: tres, o cinco, creo. Eso ya no se hace en ninguna cocina del mundo. ¿Saben lo que sale? Pues... platos combinados, en los que se encuentran los más extraños ingredientes, que en la mayoría de los casos se acaban de conocer y no piensan volver a salir juntos nunca más.
Tampoco se pierdan la presentación en bandeja, que es como ya casi nadie presenta nada en estos tiempos de emplatado. Ornamentaciones barrocas, complejas, que hacen pensar no ya en la cocina de Paul Bocuse, sino ni siquiera en la de Auguste Escoffier, y nos llevan a los tiempos en los que Carème decía que una de las principales expresiones de la arquitectura era la cocina. Pues eso: pónganse en lo peor.
Por ser patético lo es hasta el espectáculo del jurado, todos vestidos de cocineros, gorro incluido, como si fueran ellos los protagonistas... Bueno; monsieur Bocuse, desde luego, lo es; y este año también lo fue ese gran embaucador llevado a la gloria por cierta crítica que se llama Heston Blumenthal. Qué podría pintar Blumenthal en un concurso en el que se potencia una cocina que está en una galaxia lejanísima a la suya, es algo que todavía no se me alcanza.
En esas condiciones, ¿qué van a hacer nuestros representantes, educados en la admiración de la fusión, en la adoración de la tecnología, en la dedicación absoluta a la más rabiosa modernidad? Tendrían que ir a otro tipo de concurso, o esperarse a que algún día a alguien se le ocurra crear el ‘Adriá d’Or’, para que nuestros jóvenes cocineros tengan alguna posibilidad de éxito. Y conste que los que han ido a Lyon, tanto este año como los anteriores, son cocineros muy estimables... pero ésa no es su cocina, ése no es su concurso.
Que, además, seguirán ganando los que ponen la pasta: Francia, como organizadora, y Noruega, como patrocinadora de buena parte del evento. Si se fijan, y con la exótica excepción del tercer puesto obtenido por el representante de Singapur en 1989, todos los integrantes del palmarés, salvo quizá Alemania, se mueven en la órbita de la cocina francesa, como Bélgica, Luxemburgo o Suiza... o son escandinavos: han tenido premio ya todos: Noruega, por supuesto, pero también Suecia, Dinamarca y hasta Islandia.
Así que el noveno puesto logrado este año por nuestro representante no está bien ni mal: es, en un concurso como éste, un puesto lógico, porque para meterse en el podio tendría que traicionarse a sí mismo... y no vale la pena. Sé que en torno a la organización española se mueven bastantes intereses, que los propios organizadores están llenos de ilusión, pero... un año más sentimos ser tajantes: es mucho mejor pasar del señor Bocuse y de esa cocina jurásica, y quedarnos en casa.-



Llamada a la sensatez

Muchos de los asistentes a la recién clausurada quinta edición de 'Madrid Fusión' dirán que con él llegó el escándalo; otros, sin embargo, aunque seamos seguramente menos, creemos que con él llegó la sensatez, que, por qué no, a veces puede, e incluso debe, ser escandalosa. Hablamos de la intervención de Santi Santamaría.
El gran cocinero catalán, cuyos tres restaurantes acumulan seis estrellas Michelin -tres del 'Can Fabes' de Sant Celoni (Barcelona), dos del 'Santceloni' de Madrid y una del nuevo 'Evo' de L'Hospitalet de Llobregat (Barcelona)-, no ha sido nunca demasiado partidario de acudir a este tipo de foros. Normal: lo que en ellos se muestra es, en general, lo más opuesto a su filosofía culinaria, a su propio concepto de la cocina. Y entró en 'Madrid Fusión' como Jesús en el templo de Jerusalén: sacudiendo zurriagazos. Dialécticos, en este caso.
Santi Santamaría no es para nada el prototipo de cocinero mediático; quiero decir que no aparece en los medios con demasiada frecuencia. La verdad es que tampoco se preocupa mucho de ello. Ha escrito algunos libros magníficos -'La ética del gusto' es una obra admirable-, tiene su propia columna periodística y, sobre todo, tiene muy claras las cosas en la cocina. Sabe que la obligación de un cocinero es proporcionar placer a sus clientes, y que ese placer ha de ser, sobre todo, gustativo. Y actúa en consecuencia.
Frente a las posturas, sin duda comprensibles, de quienes propugnan poco menos que el abandono de los productos de alto precio, sus sustitución por materias primas más baratas, Santamaría no los escatima. Pondrá trufas si es época de trufas, caviar si hay buen caviar... Eso no quiere decir que desdeñe los otros géneros: los platos protagonizados por elementos como la papada de cerdo (inolvidable la acompañada de oronjas y trufa blanca, ya ven) o el jarrete de ternera lacado son ya casi un emblema de sus restaurantes.
Por encima de todo, Santi -perdonen el trato confianzudo, pero son muchos años de profunda amistad y admiración, él dice que mutua, lo que me halaga muchísimo- da de comer. No se pierde en filigranas tecnológicas: la tecnología la pone al servicio de la cocina, y no al revés; quiero decir que lo importante es lo que llega al comensal, no el más o menos sofisticado proceso que precede a ese momento decisivo. Ha dicho, y lo comparto palabra por palabra, que lo que importa de un huevo frito es que esté bueno, no las técnicas usadas para freírlo. No es extraño, entonces, que arremeta contra quienes hacen de la exaltación de la tecnología su bandera.
Santi Santamaría es, también, un hombre enamorado de su tierra, del Montseny. Allí busca, en lo posible, sus mejores productos: verduras, setas, aves... El pasado otoño tuvimos la oportunidad de subir al propio Montseny con él; realmente se integraba en el paisaje, allí era muy fácil entender su cocina. Una cocina, quede claro, que no ofrece ninguna dificultad al entendimiento, que no crea perplejidad, sino que proporciona placer. Y lo hace tanto si se trata de un plato con trufas como si la principal guarnición de la receta es la calabaza.
Claro, con estas condiciones, con estos conceptos, está en los antípodas del cocinero mediático. A sus restaurantes se va a comer bien, no a entrar en disquisiciones técnico-conceptuales. Diremos, de paso, que estas características -primacía de lo bien hecho, uso del buen producto, integración en un paisaje- las reúne también otro grandísimo cocinero, éste vasco, también muy poco preocupado por los medios: Hilario Arbelaitz.
En fin, que Santamaría dijo cosas muy claras, y probablemente muy duras, en su intervención en el foro madrileño. Diríamos que suscitó división de opiniones, aunque fueron bastantes más quienes le aplaudieron que quienes le criticaron. Demostró que para hacer gran cocina, para ser grande, no hay por qué estar obsesionados con lograr la atención periodística... y curiosamente ha sido por ese camino por el que Santi Santamaría se adueñó de los medios el último día de 'Madrid Fusión'.
Así que polémica tenemos. Pues miren, eso es bueno; a lo mejor así conseguimos que la cocina vuelva a su escenario natural, del que la han sacado últimamente tantos excesos mediáticos. Por lo demás, bueno es que coexistan diversas tendencias, actitudes distintas. Siempre ha habido y habrá vanguardias; lo que no se puede hacer es pretender que todo sea vanguardia.
A quienes sólo aceptan la cocina experimental les deseo que se vean condenados, el resto de su vida, a comer sólo ese tipo de cocina. Parecemos olvidarnos de que para adelantar hay que echar un vistazo al retrovisor, de que repetir no es ser rutinarios, sino buscar continuamente la perfección. Y de que la tecnología, la máquina, está al servicio del hombre, y no al revés.
Me gusta que Santi Santamaría, con toda la brusquedad que se quiera, haya apelado a la sensatez en un terreno que tanto nos afecta a todos como la cocina. Yo, desde luego, juego en el mismo equipo que el gran cocinero de Sant Celoni.



L’OLIVO – Capri Palace, ANACAPRI

El taxi te deja en una plazuela, rodeada de puestos de souvenirs y mesitas repletas de extranjeros comiendo cosas de lo más increíbles y, más increíble aún, ¡saboreándolas!



Rubaiyat

Hace 50 años, un gallego llamado Belarmino Fernández Iglesias, atravesó el Atlántico rumbo a Brasil. “Aterrizó” de barco en Sao Paulo, con un sueño: hacer fortuna. Con un $ en el bolsillo y ayudado por coterráneos, se instaló en un cortijo de la Avenida Celso García. Empezó lavando platos en un restaurante de Largo de Paissandú, después pasó a trabajar como camarero y más tarde como maitre.