Ya sé de vinos

Hace ocho años había seis o siete sumilleres en España; hoy, 12.389, aproximadamente. Hace ocho años, nadie entendía de vino; hoy, todo el mundo sabe muchísimo. Ante tal evidencia, se me ocurrió presentarme al prestigioso concurso El Olfato de Diamante. Buscaba obtener un diploma y ser admitido en el selecto club de los entendidos. El jurado lo componían nueve sumilleres, dos prescriptores, tres hosteleros, tres amas de casa y dos propietarios de un comercio de bisutería.



De la cola de pescado a la goma xantana

Hasta ahora, al menos que uno sepa, uno de los mayores elogios que podía hacerse de una cocina, y de un alimento, era subrayar su carácter de ‘natural’: cuantos menos elementos ‘artificiales’ contuviera, mejor; tan era así, que en la publicidad de no pocos alimentos preparados se hacía hincapié en subrayar que se trataba de un producto “sin colorantes ni conservantes”. Natural, vamos.



Negros y rasposos

La anécdota me parece bastante significativa: hace unos días tuve ocasión de compartir una magnífica botella de uno de mis tintos preferidos, un gran Chambertin (Borgoña), con un amigo aficionado a los vinos ‘modernos’. Siguió muy atento mis maniobras previas y, cuando le serví vino en su copa, abrió unos ojos como platos y me espetó: “pero ¡esto no es un tinto! ¡Esto es un clarete!”



Un concurso de cocina del XIX

La semana pasada se celebró en Lyon la undécima edición del concurso llamado ‘Bocuse d’Or’, cuyos organizadores lo consideran algo así como el campeonato del mundo oficioso de cocineros. Para celebrar la efemérides, salieron al escenario todos los que, en las diez ediciones anteriores, subieron al podio. Ningún español entre ellos.



Llamada a la sensatez

Muchos de los asistentes a la recién clausurada quinta edición de 'Madrid Fusión' dirán que con él llegó el escándalo; otros, sin embargo, aunque seamos seguramente menos, creemos que con él llegó la sensatez, que, por qué no, a veces puede, e incluso debe, ser escandalosa. Hablamos de la intervención de Santi Santamaría.



L’OLIVO – Capri Palace, ANACAPRI

El taxi te deja en una plazuela, rodeada de puestos de souvenirs y mesitas repletas de extranjeros comiendo cosas de lo más increíbles y, más increíble aún, ¡saboreándolas! Te pones en marcha entre miniaturas de los peñascos de la costa de Capri, las típicas furgonetas turísticas, grupos de bípedos en posición erecta colgados de los labios del guía de turno que les suelta su discurso en un inglés macarrónico, los seduce describiendo un menú turístico en un español improbable,… y de repente, apareces en la escalinata que sale de la plaza.



Rubaiyat

Hace 50 años, un gallego llamado Belarmino Fernández Iglesias, atravesó el Atlántico rumbo a Brasil. “Aterrizó” de barco en Sao Paulo, con un sueño: hacer fortuna. Con un $ en el bolsillo y ayudado por coterráneos, se instaló en un cortijo de la Avenida Celso García. Empezó lavando platos en un restaurante de Largo de Paissandú, después pasó a trabajar como camarero y más tarde como maitre.



Mucho más que eso

Le siguen la corriente al mandamás porque en poco tiempo son capaces de descubrir su temperamento y si no está de buen humor... a silbar bajito se ha dicho.

Preparan, miran, hacen, ordenan, lavan verduras, ollas y sartenes, moldes y placas de horno, tienen sumo cuidado con cuchillos ajenos y nunca se meten en el espacio sagrado del que manda.



Como dar una patada a la anisakiasis en las nalgas de los cocineros

Desde luego o la Señora Ministra de Sanidad y Consumo la tiene tomada con los restauradores o quizás considera que están provistos de remedios para todo, pues si no es así resulta inexplicable que hace un año les responsabilizara de controlar en su clientela el pernicioso hábito de fumar y ahora les adjudique el papel de agentes clave en la prevención de la anisakiasis, una infección gastrointestinal producida por las larvas del gusano anisakis que en su forma adulta es un parásito habitual del estómago de los grandes mamíferos marinos.



El triste sino del pollo

Después de las vacas locas, la gripe aviaria, no aviar, como se dice incorrectamente. Pobre pollo. Fue un manjar exclusivo en la España de los 50 / 60, mucho más que el marisco. Y terminó en esos asadores domingueros, ensartado y mareado de tanto dar vueltas.
Hasta entonces (años 70), el pollo tenía el tratamiento de usía en los más conspicuos recetarios. Así, el pollo salteado a la Marengo, en cocotte, a la lionesa, a la cazadora, Maryland o Arlesiana.