Restaurante, el de Mariuccia y Pier Carlo Ferrero, de corte evidentemente tradicional y rústico, tanto en los platos regionales como en las preparaciones académicas. En ambos casos destaca la abundancia, la copiosidad, el barroquismo…estético y gustativo. Construcciones clásicas teórica y prácticamente que expresan suculencia, sustanciosidad, que deparan un placer mundano. Son precisamente los gustos primarios, en muchos casos de productos excepcionales, y los gustos históricos, permanentes, los que roban el corazón del comensal, que se siente ante la mesa de una casa burguesa piamontesa.
Hay que tener muy presente la estacionalidad. Pier Carlo es uno de los mayores expertos recolectores de trufa blanca, cuya asociación preside. Por tanto, en invierno en esta casa se ofrecen piezas descomunales, únicas, que impregnan el local de tan exuberantes fragancias, ilustrando multitud de propuestas. Tartufo bianco del Monferrato en abundancia, tanto como la cartera aguante, ya que ni la nariz ni las papilas gustativas van a saciarse. Mejor si acompaña al plato estrella de Mariuccia: los agnolottini dal “plin” a la mantequilla, que no es otra cosa que infinidad, nunca mejor dicho, de diminutos raviolis envueltos en una servilleta de hilo, que se devoran inconteniblemente por su manjarosidad y jugosidad. ¡Mamma mia qué pasta! Fuera de temporada, la pimienta y el parmesano suplen a la trufa, con lo que el condumio resulta a su vez inolvidable, dado su valor intrínseco.
Y pasta por segunda vez, pues la otra gran especialidad de la casa son los taglierini frescos, fresquísimos, hechos primorosamente a mano por la cocinera, que se sirven con un riquísimo y ancestral ragú de conejo que reproduce sabores de la niñez. Un genial exceso en cuya masa intervienen 40 yemas de huevo por kilo de harina.
Antes, una anguila marinada al moscato con uvas y piñones, o unos escalopes de foie gras con cebolla confitada y pan de brioche, o unas alcachofas al vapor con cotechino del país en fondue de Raschera y después un filete de cochinillo con salsa de Barbera d’Asti y trufa negra, o una paletilla de ternera fassona braseada al Barbera d’Asti, o unas chuletillas de cordero con parecidos complementos. Y entre los dulces sobresale la crema monferrina gratinada al azúcar de caña.
Por lo demás, un tentador surtido de quesos artesanos, una bodega en consonancia con la zona, una atención familiar, una puesta en escena sencilla y agradable…un restaurante que responde al paisaje y al paisanaje.