¿Puede uno cansarse de escuchar una ópera de Puccini? ¿Puede uno cansarse de ver películas de Howard Hawks? ¿Puede alguien cansarse de comer en Gatell? O ¿Puede alguien no quedar fascinado tras hacerlo?
No será fácil. Y no lo será porque aquí hay algo que va más allá del sentimiento, más allá, incluso, de la perfección. Hay una guerra diaria que, a día de hoy, pocos mantienen y de la que, a día de hoy, muy pocos salen victoriosos. Las normas se establecen en términos de calidad, exigente calidad, de erudición, erudición ancestralmente intuitiva, de inquietud, inquietud y cautela al mismo tiempo, donde no importan ni el tiempo ni el espacio.
Aquí se ha de venir a zampar géneros mayestáticos, a sumergirse en cazuelas profundas, tal vez sin mucho mérito gastronómico, pero llenas de nobleza y sabor. Géneros, por cierto, que se reciben, ahí es nada, dos veces al día. Hablar aquí de novedad no tiene mucho sentido. Siempre se puede elegir entre una decena de fórmulas consagradas. Siempre se pueden encontrar unas langostas espectaculares, o una cañaíllas cocidas o a la sal exageradas, o unas descomunales espardeñas, impresionantes cigalas, dátiles carnosos y sutiles…
Así pues, para empezar, a mojar pan. Qué perdición la mayonesa y el romesco; en ambos casos, de los antiguos, de los de siempre, de los artesanalmente genuinos. A continuación habrá que devanarse los sesos para decidir entre los pescados y mariscos que nos ofrece el Mediterráneo y que Joan Petrell brinda en el apartado más exuberante de su carta: salmonetes, pulpitos, langostinos, gambas… Lo que haya en la lonja de Cambrills, en la que Joan se desenvuelve, quizá nunca mejor dicho, como pez en el agua. Debe prestarse también atención a la fritura, por lo general, sabiamente resuelta. Y ya después, la “condena definitiva”, bien sea un arroz, bien sea un suquet, una zarzuela, o una parrillada... ¡Ah!, no olvidar el tartar de pescados, inmaculado y perfectamente aromatizado con hierbas.
En resumen, éste es uno de esos elegidos lugares que ofrecen al comensal un permanente compromiso cada vez más difícil de encontrar: el que se mantiene con la materia prima y con los sabores de siempre.