Riccardo y Claudia han hecho de su amor al terruño y de su opción por la calidad de vida razones de ser. Hasta el punto que se han retirado a un paraje, alejado de la civilización urbana, en plena montaña, para montar su restaurante, al que es en verdad difícil llegar. Con su esfuerzo, con su capacidad profesional, con sus precios, baratos, y tanto que baratos, van atrayendo una clientela, que boca a boca va pregonando las excelencias de la cocina y el encanto del establecimiento, ubicado en un edificio ancestral y típico.
Riccardo Agostini, antes de tomar las riendas empresariales de este proyecto, triunfó en Il Povero Diavolo, en Torriana, al que llegó tras trabajar 10 años junto a un chef tan legendario como Gianfranco Vissani, con quién ocupó puestos de máxima responsabilidad. Por tanto, sus conocimientos y su experiencia están más que probados. Ahora está demostrando que sabe lo que quiere y que tiene coraje para conseguirlo. Sus propuestas, eminentemente italianas y muy en consonancia con el paisaje, un tanto rústicas, hacen gala de criterio y personalidad. Y también de sensibilidad, suculencia refinada no exenta de imaginación y belleza, expuestas con criterios evolutivos.
La ensalada de alcachofas crudas con mollejas de ternera a las hierbas aromaticas es una propuesta que aúna frescor con intensidad, liviandad con apetitosidad, deparando sobremanera mucha satisfacción. La croqueta de gallina de Guinea con crema de alubias al romero y vinagre balsámico reafirma el carácter de la casa y sus cualidades: ¡Qué ricura! El tartar de ternera, como si fuera una masa, forrado en un polvo de pistachos junto a un hojaldre relleno de parmesano fundente es otra formula que llega directa al paladar, conquista con sencilla efectividad. El canelón cobijando en su seno cabrito y ricotta, juntos pero no revueltos dentro de la pasta, preservando la inmaculabilidad de ambos elementos, nadando en una sopa de cebolla con cerveza cruda por encima es una construcción magistral con un toque mágico. Y como es norma inalterable: llena la boca de gusto sin saturar. El risotto de Carnaroli con alcachofas fritas, crema de salchicha y tomate es otro paseo por la idiosincrasia nacional refrendando el saber hacer el chef y su tendencia a la sabrosura racional; no quedó ni un grano de arroz. Apoteósico el pichón, criado en libertad en la zona, atlético, que se ofrece asado al carbón, lo que acrecenta su sustanciosidad y aporta aromas, pechugas rellenas de amapola al ajo, que se presentan con una patata chafada y montada con aceite de oliva virgen extra que cuenta con un último aliciente: unas láminas de trufa blanca. La reposteria pone la guinda al festín. Basta como testimonio el cannolo crocante de tiramisú con sopa de lentejas a la vainilla; la enésima mezcla de tradición e innovación en consumado equilibrio.