Rafa Rodríguez
La H de su apellido culmina las siglas más famosas del negocio del lujo. Ludivine Hennessy, la heredera femenina del coñac con mayor predicamento del mundo, habla por primera vez del clan que ayudó a construir el imperio LVMH, una saga entroncada con algunas de las ramas de más rancio abolengo de la nobleza europea.
"Es cosa de hombres". Lo proclamaba aquel alcohólico eslogan publicitario de la España desarrollista con soberbia machista y, a estas alturas del partido, aún resulta que va a ser cierto: en cuestión de coñac, las señoras no pintan nada. Tiene la palabra la heredera femenina del más célebre y reputado de los licores a los que da nombre la región francesa de Cognac: "Definitivamente, es algo muy masculino. Mi hermana y yo teníamos que pegar golpes en la mesa cada vez que queríamos ser escuchadas y comprendidas o para que se nos reconociera lo que hacíamos", dice. Ludivine Hennessy podrá venir de un mundo de hombres, pero sabe cómo hacerse notar.
A la fría luz del crepúsculo parisino, la Torre Eiffel titilando de fondo, la mayor de las chicas Hennessy se alza como esa divina it girl que el cuché internacional se ha ocupado de cincelar a golpe de photocall. Aquí comparece para regodeo de fotógrafos y periodistas galos como embajadora chic de la firma barcelonesa de óptica de diseño Etnia, pero ella no tarda en ventilarse cualquier etiqueta frivolona con el mismo desparpajo con el que sacude su melena de ondas rubias: "Se creen que estoy siempre bien peinada, bien vestida, toda arreglada, todo el día. Tenían que verme a las 8 de la mañana, con los niños a cuestas y la pinza en la cabeza". A Ludivine le hace gracia su imagen de chica de moda ("no lo siento como algo peyorativo"), ella, una madre trabajadora de dos hijas. "Creé mi empresa de relaciones públicas en 2004, pero paré en 2011 para ocuparme un poco de mis niñas, porque no lo hice cuando nació la primera y eso me había dejado un poco triste. Ahora se ha incorporado mi hermana y la estoy redirigiendo hacia temas de comunicación y organización de eventos para extranjeros en París", informa. Y entonces suelta: "¿Soy demasiado vieja para ser it girl? ¡No, qué va!". Carcajadas.
LEGADO DE LUJO. Más allá de la laboral y de la maternal, mademoiselle Hennessy tiene otra responsabilidad: la de mantener el lustre de su ínclito apellido paterno, el mismo que pone la H al final del acrónimo que identifica al mayor conglomerado del lujo mundial, LVMH (Louis Vuitton Moët Hennessy). "No lo siento como una carga, pero sí tengo la sensación de que debo estar al nivel del legado de mi familia. No tengo el derecho de no hacer nada en mi vida, de salir hasta las 6 de la mañana y volver a casa borracha, con mi apellido va una cierta dosis de elegancia y de historia y yo trato de estar en esa línea", esgrime.
Decir Hennessy es mentar, claro, a la madre del cordero del coñac. El mayor productor planetario, con el equivalente al 40% de todo el que sale directamente de Cognac. Cincuenta millones de botellas servidas al año. Casi 955 millones de euros de beneficios el año pasado. Y la reputación de ser el más sublime de su clase, requerido por reyes (el británico Jorge IV, el zar Alejandro I), celebrado por presidentes (Barack Obama tuvo su propia edición limitada en 2009, en honor a su victoria electoral) y glosado hasta por raperos (de Dr. Dre a Eminem, pasando por Snoop Dogg y el difunto Tupac Shakur, que llegó a titular con él una de sus composiciones).
De eso se ocupó Kilian Hennessy, abuelo paterno de Ludivine, magno patriarca del clan y genuino artífice de la alianza que marcaría para los restos el destino del apellido: su unión en 1971 con la no menos exquisita champañera Moët et Chandon, de la que saldría el entramado Moët Hennessy, y la integración de este en 1987 en el entonces naciente grupo de Bernad Arnault, Louis Vuitton (de ahí el holding Louis Vuitton Moët Hennessy, en corto, LVMH). "Era como el Sol. Mi abuelo es la figura masculina de mi vida, más incluso que mi padre. Era una persona increíble, sabía lo que era importante en este mundo y, lo que es mejor, sabía hacer lo necesario para transmitirlo. Fíjate si era fantástico que, a pesar del difícil papel que siempre hemos tenido las mujeres Hennessy en la familia, fue capaz de romper con esa actitud tan masculina del clan. Siempre estuvo muy cerca de nosotras", rememora su nieta.
El abuelo Kilian murió el 1 de octubre de 2010. Tenía 103 años y aún ejercía su influencia en la mesa del consejo de Arnault. Su hijo, Gilles (el padre de Ludivine), sigue manteniendo un puesto allí, pero lo cierto es que las nuevas generaciones Hennessy han salido escopetadas de LVMH a la mínima de cambio. "Cuando llegó el día, yo misma quise trabajar en el alcohol. Hasta me fui a las oficinas de Hennessy en Nueva York, pero era demasiado... En realidad, la marca ya no era nuestra, de la familia, y eso me hizo pensar... Queda el apellido, de acuerdo, y con él una cierta emoción, pero creo que hay un momento en el que cada cual debe hacer su camino", explica la joven, que también pasó por las oficinas de Christian Dior -uno de los grandes activos del supergrupo en su división de moda y marroquinería- durante año y medio. Ni modo: "No me gustó... Todo ese drama que montan por cosas que no tienen la mínima importancia... Siempre tenía ganas de soltarles 'es que a mí todo esto me da igual'... En fin, no sé, a lo mejor es que soy un poco caprichosa, ja, ja, ja".
-¿Qué significa para usted el lujo?
-Mmm... Complicado... Desde luego, es algo que no tiene que ver con lo material. El lujo es tener tiempo, poder viajar, mis hijos... Para mí, son las experiencias y, definitivamente, no es algo que compras con dinero.
-Honestamente, ¿qué le parece que alguien como Bernard Arnault quiera renunciar a su nacionalidad francesa con tal de evitar pagar más impuestos?
-Me resulta complicado decir lo que pienso... Sí, hay que dar ejemplo en estos tiempos terribles, pero también hay que entender que para todas esas marcas de lujo (y para las familias que están detrás) tampoco es fácil y menos aún si te gravan tantísimo. Piensa que estas empresas mantienen a muchos artesanos que, de otra manera, desaparecerían; y no solo crean empleos, sino que también hacen marca por Francia y si encima el Gobierno no te ayuda... Por supuesto, tienes que estar orgulloso de tu país y cuando las cosas no van bien hay que ayudar, pero lo que está haciendo el Gobierno francés ahora mismo no lo puedo defender, así que, en cierta manera, entiendo que la gente quiera irse.
Para echarle un poco más de sal a la herida, Kilian, el hermano mayor de Ludivine y verdadera estrella mediática de la familia (si ella es la it girl, él sería el it boy) merced a su marca de exclusivos eco-perfúmenes, By Kilian, estuvo trabajando para PPR, el conglomerado rival de LVMH en el mercado del lujo. Ni Richard ni Angélique, sus otros dos hermanos, tienen que ver igualmente con un negocio/marca que se remonta a 1765.
EL CLAN HENNESSY. Fotografiado por el artista Patrick Demarchelier.
Para el caso, los actuales herederos Hennessy no solo son descendientes directos de séptima generación de aquel irlandés visionario, sino que además están entroncados con algunas de las ramas de más rancio abolengo de la nobleza europea, incluida la española: la cuarta y última esposa del patriarca Kilian (y, por tanto, abuelastra de Ludivine) fue la aristócrata Silvia Victoria Rodríguez de Rivas Díaz Eraso, hija de Joaquín Rodríguez de Rivas y de la Gandara, IV conde de Castilleja de Guzmán, título nobiliario creado por Isabel II y ligado estrechamente a Sevilla. Nacida en París, donde su padre estaba destacado como diplomático, Silvia era a su vez viuda en segundas nupcias del barón austríaco Éric de Posch-Pastor y de Camperfelden, de los que es descendiente Bárbara de Posch-Pastor. Como el corazón es así de caprichoso, Bárbara acabó casándose con Gilles, el primogénito del segundo matrimonio de Kilian con la noble británica Peggy Diana Cruise. Por eso Ludivine se ha expresado en un perfecto castellano durante toda la charla: "¡Claro, mi madre es española! Tengo familia en Madrid y antes iba mucho de vacaciones a Sotogrande", revela divertida.
El lugar al que los Hennessy están ligados sentimentalmente es en realidad el château de Saint-Brice, cerca de Cognac, una magnífica construcción renacentista estrechamente ligada a la Historia francesa y propiedad de la familia desde que el bisabuelo Jean Hennessy lo adquiriera en 1901. "Mi familia vivió en él hasta que se mudó a París cuando mi hermano mayor cumplió los 10 años, porque el cuartel general de la empresa está en Cognac, pero yo no. Tengo recuerdos de fines de semana y vacaciones, eso sí. Durante 15 años pasamos allí las Navidades, pero desde que murió mi abuelo no he vuelto a pisarlo... Me resultaría doloroso porque aún siento sus palabras, su olor... Angélique sí ha regresado, aunque reconoce que se le hizo muy duro", explica.
Ludivine cató allí el famoso licor familiar por primera vez siendo una cría: "Mi padre ríe diciendo que ponía coñac en los biberones. A mí me lo hizo probar cuando yo tendría cinco o seis años y me caí de culo, ¡ja, ja, ja! Volví con él a los 15 o 16 para ver las instalaciones de la empresa y entonces me dio a catar todas las variedades de Hennessy y, sí, en ese punto me gustó". Y remata con sorpresa: "Recuerdo perfectamente el olor de las barricas y del aguardiente envejeciendo... Lo curioso es que mi abuelo jamás lo probó. Nunca bebió porque trabajaba mucho y no quería. Ese es el gran secreto de la familia".