Situado frente al seminario de Corbán, a las afueras de Santander, comenzó su andadura en 1956, cuando el matrimonio formado por Antonio Gómez y Juana Soto (La Tucho) abren las puertas de una tienda de ultramarinos con casa de comidas. Hoy lo regenta su heredera Gema, junto a su marido e hijas. Son famosos desde el inicio sus aperitivos, hasta el punto de que los días de fiesta es casi imposible acceder a la barra, en la que triunfan sus rabas, así soleras de blanco y vermuts. Dispone a su vez para el mismo de varias mesas en una agradable terraza.
El restaurante cuenta con varios comedores, muy concurridos, en los que se impone la reserva. El secreto es elemental: unos productos notables, hechos como a la gente le gusta, servidos en raciones pantagruélicas y cobrados muy razonablemente. Vamos, que la relación calidad-cantidad-precio es imbatible. Todo resulta muy sencillo, campechano, afable…también el trato.
Atentos a lo comido y cobrado. 5 comensales pagamos 196 €. Compartimos unos extraordinarios caracolillos o bígaros, superfrescos, recién cocidos, pletóricos de sabor marino. Siguió una ración de navajas abiertas en sartén, de tamaño medio, tersas, apenas aderezadas con unas gotas de aceite, que lubricaban sus carnes sin afectar a su naturalidad. A continuación, 300 gramos de percebes, que cotizaban a 70 € el kilo. Un buen tamaño, recién pescados, muy jugosos, exultante de oceanidad…ciertamente manjarosos para su tarifa en carta. Picamos una ensaladilla rusa, estaba buena, sin que sea una de las especialidades de la casa. Repetimos, buena, aunque lo más especial era la presentación, más coqueta de lo que suele ser habitual. Las rabas de magano, que congregan a cientos y cientos de personas cada fin de semana, hemos de calificarlas de notables. Calamar grande congelado, salen tersas pero podían y hasta debían estar algo más consistentes; nosotros las preferimos más atléticas. Poca harina, rápida y fugaz fritura, ni un aroma a fritanga, ni una gota de aceite…y, como todo, un plato rebosante. Otra opción que ha contribuido al éxito del restaurante es la merluza frita: notable, como siempre, calidad del producto, magnífico rebozado y un punto de hechura muy al gusto de todos. Dos raciones bastan y sobran para cinco. Tal es así que el jargo o muxarra al horno con un refinado refrito, para tres, más una montaña de ricas patatas no pudo ser ni medio terminado por los cinco asistentes. En verano los chipirones encebollados, sin limpiar los interiores y la ventresca de bonito con patatas y tomate son evidentes testimonios del populismo costumbrista de la casa.
Postres muy agradables en una óptica glotona. La tarta de queso y frutos rojos esta satisfactoria, eso sí, densa; la agridulce mousse de limón, en verdad cremosa, con barquillos incluidos, es de una facilidad incontrovertible y, la estrella, llegada desde celebérrima pastelería de Torrelavega, es la Milhojas; de campeonato. Todo esto: 40 € por persona, más dos botellas de Muga Crianza 2009. “Un chollo”.
Qué se cuida muy mucho la materia prima se puede constatar en las anchoas artesanas de la casa, en el jamón ibérico de Joselito, el las cigalas y nécoras y en casi todos los pescados, salvajes y hermosos: lenguados, rodaballos, machotes, pasados por la plancha o asados al horno convencionalmente.
Cumple sobradamente con todas las expectativas que despierta.