La más pura sencillez, los valores intemporales de la comunidad. O, lo que es lo mismo, producto excelso, fórmulas sencillas de clara vocación tradicional y sabores y resultados que no admiten duda. Podrá discutirse su valor culinario añadido, nunca la satisfacción que proporciona, inmensa en su elementalidad. El placer no tiene por qué ser sofisticado.
Honorabilidad y naturalidad en su máxima elementalidad: salpicón de dorada, cebolla, pimiento verde y huevas de lumpo, con otros atrezos medidos, como medido estaba el punto de cocción, la jugosidad, la pureza, los realces ¡Qué bueno! Insuperables por hechura y frescor, no eran hermosos pero era lo que había dado la mar ese día, los langostinos de Guardamar, exultantes de manjarosidad, de carnes prietas y exultantes, con un caparazón brillante. De que la materia prima es la mejor posible no cabe la menor duda: la sepia sin limpiar, con sus tintas dentro, a la plancha; la sepia más bravía que la que nadie pueda comer en su máxima elementalidad, produciendo sensaciones desconocidas en este cefalópodo. La ensalada de tomate, cebolla, calabacín, aceitunas… y capellán vuelve a refrendar la nobleza de lo primario. La olleta de verduras con garbanzos y morcilla no puede ser un cocido vegetal tan hortícola y tan suculento, lo que habla, por enésima vez, del don proverbial de la cocinera, Encarna Capdepón, para diferenciarse en la realización de condumios. Mucho menos atractivas son las fórmulas más pretenciosas, como las alcachofas rellenas y con puré de garbanzos; ése no es el camino, es una cocina académica trasnochada por alterar las cualidades de los elementos. También en buen tono, si bien no habría que despellejarlos ya que en la piel está parte de su sustanciosidad, los lomos de lenguadito con ñoras.
El marido de la cocinera y regidor de la sala y el negocio, Silvino Rodríguez, contribuye
al éxito, al clamoroso éxito de la casa, a la que infiere carácter y rigor. Refleja a las mil maravillas el paisaje y el paisanaje.