Una cena inolvidable en un bistrot parisino
Se llama Raquel. Es de origen argentino y de cocina parisina. Una brillante cocinera. Siempre está de buen humor. Regenta su bistrot Le baratin, en París.
Su marido, Philippe, se ocupa del servicio y, principalmente, de los vinos; un campo que domina ampliamente y que le permite proponer vinos óptimos a buen precio, previamente catados y aprobados por él.
En este sencillo establecimiento fue donde hice aquella cena memorable, en compañía de cinco amigos, todos franceses, grandes gourmets, dos de ellos productores de vinos naturales.
Pedimos a Raquel que nos preparara un menú. “Ningún problema. Esto es lo que tenemos”, nos dijo, mostrándonos una pizarra negra escrita con tiza blanca. “Como sabía que venían, reservé unos langostinos de Bretaña vivos, por si les apetecía degustarlos”.
Así fue aquella cena memorable.
Nos sirvió unas alcachofas guisadas con limón (pequeñas, cocidas con verduras en vino blanco, limón y servidas tibias) crujientes, deliciosas.
Luego, Raquel nos trajo los langostinos, fritos no más de un minuto en aceite muy caliente, con un toque de aceite y de sal de Guérande. Maravillosos, sabrosos; el mar en toda su expresión.
En ese momento apareció Iñaki Aizpitarte, el cocinero vasco de moda en París, propietario-chef del excelente restaurante Le Chateaubriand. Como era amigo de dos integrantes de la mesa, se sentó con nosotros.
Seguidamente llegó un taco de bacalao fresco cocido a las mil maravillas, prácticamente transparente, acompañado con verduritas y una mantequilla de clementinas que realzaba su sabor y el del pescado.
Raquel vino luego a la mesa con un plato de “aiguillettes de boeuf” (carne de buey cortada finísima y curtida en una potente salsa hecha con una base de vinagre de vino blanco, chalotas, aceite y hierbas. “Es para preparar sus paladares para el próximo plato”… Espléndidas, tiernísimas, sus “aiguillettes”.
El último plato fue una “épaule d’agneau de Lozère au four”, o sea una paleta de cordero cocida entera al horno, lentamente. Increíblemente suave y fantásticamente deliciosa. El óvido fue servido en compañía de ajo dulce “en chemise”(en su piel) y patatas al horno súperuntuosas. Hacía tiempo que no comía una paleta tan sabrosa.
El gran final de esta cena de gala fue protagonizado por una soberbia tarta de chocolate belga tibia.
Estuvimos en Le baratin de las 21:30 à las 2:00 de la mañana. Y no fue difícil acordarse de todo cuanto disfrutamos, porque sólo consumimos vinos “naturales”, simples, frescos, digestivos, espléndidos, fáciles y agradables de tomar.
Vale la pena mencionar el precio del festín: incluyendo las siete botellas de vino así como la de champán que saboreamos con los dueños, Raquel y Philippe, antes de irnos, la cuenta no ascendió a más de 67 euros por persona.
Le Baratin es un auténtico “chollo”, un paraíso gastronómico.
Y Raquel es un fenómeno.
Le Baratin
Rue Jouye Rouve,3
Tel. : (+33) 0143 99 39 70