Un optimista menú navideño
“Hazme el cuscús, chérie” es una vieja canción de Bob Azzam. Siempre me gustó –hoy más que en los años 50-, por su ritmo y el doble sentido de su letra. En efecto, pues dando por sabido que el cuscús es un cocido o puchero, la expresión “hazme el cuscús, chérie”, encierra además una mensaje erótico indudable.
Uno creía, de niño, que el cuscús / cocido era un invento árabe y luego resulta que hay pucheros y cocidos similares en casi todo el mundo, desde España hasta Francia, Italia o ciertos países sudamericanos. En Méjico le llaman olla poblana, por ejemplo. En muchos lugares es plato de día de fiesta, y en otros, propio de la Navidad, sobre todo cuando se le inyectan ingredientes cárnicos.
Debido a mi profesión (periodista gastrosófico) he pasado muchas navidades fuera de mi casa natal, y, por tanto, me he comido todo lo más tradicional del repertorio culinario que, aquí y acullá, constituye un patrimonio fijo e intocable de la Humanidad. Claro, en ocasiones, y según países y culturas, la Navidad cristiana y occidental no coincide, lógicamente, con el 24 o el 25 de diciembre, ni con el 1 o el 6 de enero.
Por ejemplo, los chinos celebran el Año Nuevo en enero, febrero o marzo, según, porque van atrasados en el calendario, y su ofrenda no es al Niño Dios o a los Reyes Magos, sino a diversos animales, como el perro, el caballo, el cerdo, la lagartija o la rata. ¿Y qué comen? Pues lo suyo, ya que no conocen el puchero de La Vila Joiosa (Alicante), la escudella de carn i olla o la carne de libro de la marquesa de Parabere, la carne más culta del Planeta.
Recuerdo que un 24 de diciembre, en Macao, nostálgico de mi país, cené besugo al horno –típica y castiza receta navideña - envasado al vacío, tres días antes, en Casa Paco (Madrid).
En otra ocasión, en Parma, disfruté con el navideño zampone –brazuelo de cerdo relleno- y su acompañamiento de lentejas. Y es que, al margen de si los platos ancestrales navideños son creaciones mejores o peores –a veces hay que sacrificarse y meterse entre pecho y espalda una pierna de cordero con sabor a jersey-, lo que debe predominar es la alegría, el buen ambiente familiar y los deseos humanistas de igualdad, prosperidad y felicidad para todo el universo.
Esto no siempre sucede; es más, está comprobado que todos los años, en estas fiestas tan entrañables, aumenta ostensiblemente el número de peleas, discusiones, rupturas, agresiones de palabra –de hecho, menos- en el seno de los hogares donde se reúnen, a tal efecto, las familias, aparentemente para festejar la Navidad. Las crisis suelen comenzar nada más llegar al domicilio –o antes, en la escalera-, y con suerte, la traca final se enciende a la hora de los turrones y el cava.
La conmemoración puede agravarse –en las personas sensibles y lúcidas- al ver los infames programas televisivos, que se superan año en año en idiotez, aunque parezcan los mismos de quince años antes. Ya es mérito.
Tanto comer y comer sólo contribuye, finalmente, a incrementar la sensación de infelicidad y vacío existencial. Y es que no hay que forzar tanto la felicidad, que suele ser inversamente proporcional a la cantidad y calidad de los manjares propuestos. Estos mismos manjares, de mayor o menor precio, según las economías, regalan más felicidad fuera de las navidades, un día cualquiera de cualquier mes, sin ningún motivo, salvo el que voluntariamente se haya buscado.
Aunque uno simule ser algo derrotista, hay plumas mucho más desesperanzadas. Veamos: “Las dichosas Navidades / a mí me sientan peor / que la clásica patada / en los huevos, con perdón. / Mas no he de ser, Dios me libre, / no he de ser yo, no he de ser yo, / quien el respeto le pierda / al público al por mayor / al que en fechas navideñas / le embarga gran emoción”. (Versos anónimos)-
También hay que comprender que si el ser humano no se refugiara en ciertas ficciones y convencionalismos, no esperaría con ilusión y temor a la vez las fiestas navideñas, que si por un lado inducen al gozo y la esperanza –vanos, por lo general- por otro nos restan un año de vida a todos.
Cuando comenzamos a oír en la radio esto (“Belén, pastores de Belén”, etc., o “El pequeño tamborilero”, cantado por Raphael), la suerte ya está echada.
Feliz Navidad 2007.