Señales de malos humos
La erradicacion del fumeteo en bares y restaurantes es una de las pocas cosas muy buenas por las que se recordará a este Gobierno de España. Si antes habían fracasado en el intento de acabar con el consumo del inteligente vino, ahora le deseamos toda la suerte con la nueva ley anti-tabaco de 2011.
Somos conscientes de que con esta medida tan beneficiosamente represora toda una épica del mostrador llega a su fin. Más pronto que tarde, serán recuerdo del imaginario romántico de otra época el cigarrillo descolgado en los labios de las estrellas del Actor's Studio como Marlon Brando o James Dean; en los de Albert Camus con el cuello de su gabardina de existencialista levantada o el cigarrillo aquel cuyas cenizas caían, al agitarse, sobre el chaleco del gran poeta Antonio Machado cuando Miguel De Unamuno irrumpía en la tertulia al grito de «me opongo a todo».
Los calurosos bares donde los enamorados se miraban a través de las volutas de humo de un cigarrillo compartido también se encuentran en trance de extinción y cualquier día se veda hasta el cigarrito de después. Lo que con esta ley anti-tabaco se pierda en poética se ganará, al menos, en salud pública.
En cualquier caso, parece que cada vez está más cercano el día, nada melancólico, por otra parte, en el que entrar a un establecimiento de hostelería en el que el aire no huela a infame nicotina sea una cosa tan habitual como la prohibición de fumar en trenes, aviones y autobuses. Tres medios de transporte público en los que todavía existen unos testimoniales ceniceros de cajetín en los asientos. Son recuerdo de un tiempo pretérito en el que podía viajarse fumando con total placidez. Hoy está prohibido hacerlo en todos ellos y, sin embargo, nadie se escandaliza ante la imposibilidad de emular a bordo una chimenea, un reactor o un tubo de escape viviente. Del mismo modo, los fumadores se han sublevado cuando quiere aplicarse idéntica medida en bares y restaurantes.
Es cierto que pueden hacerse muchas objeciones a esta ley antitabaco, que han anhelado durante décadas los resignados fumadores pasivos. En primer lugar, es lícito preguntarse cómo, siendo este sucio vicio de echar humo tan nocivo para la salud, se vende en los estancos o se conceden ayudas gubernamentales al cultivo de los nicotínicos. Y cabe responderse, desde el argumento de la doble moral, que la sinrazón se justifica en el cuantioso impuesto que se recauda sobre las labores del tabaco. La polémica está encendida.
Ante esta ley pueden esgrimirse argumentos de cualquier índole. Como si son peores las centrales nucleares, el humo de los coches o si las antenas de telefonía irradian más ondas negativas para el cerebro cuando el móvil te hace ángulo con el satélite o con el pitillo. Eso sin mencionar el gasto en que han incurrido los empresarios hosteleros con las obras de habilitación de espacios para fumadores en sus locales.
En cualquier caso, parece que cada vez está más cercano el día, nada melancólico, por otra parte, en el que entrar a un establecimiento de hostelería en el que el aire no huela a infame nicotina sea una cosa tan habitual como la prohibición de fumar en trenes, aviones y autobuses. Tres medios de transporte público en los que todavía existen unos testimoniales ceniceros de cajetín en los asientos. Son recuerdo de un tiempo pretérito en el que podía viajarse fumando con total placidez. Hoy está prohibido hacerlo en todos ellos y, sin embargo, nadie se escandaliza ante la imposibilidad de emular a bordo una chimenea, un reactor o un tubo de escape viviente. Del mismo modo, los fumadores se han sublevado cuando quiere aplicarse idéntica medida en bares y restaurantes.
Es cierto que pueden hacerse muchas objeciones a esta ley antitabaco, que han anhelado durante décadas los resignados fumadores pasivos. En primer lugar, es lícito preguntarse cómo, siendo este sucio vicio de echar humo tan nocivo para la salud, se vende en los estancos o se conceden ayudas gubernamentales al cultivo de los nicotínicos. Y cabe responderse, desde el argumento de la doble moral, que la sinrazón se justifica en el cuantioso impuesto que se recauda sobre las labores del tabaco. La polémica está encendida.
Ante esta ley pueden esgrimirse argumentos de cualquier índole. Como si son peores las centrales nucleares, el humo de los coches o si las antenas de telefonía irradian más ondas negativas para el cerebro cuando el móvil te hace ángulo con el satélite o con el pitillo. Eso sin mencionar el gasto en que han incurrido los empresarios hosteleros con las obras de habilitación de espacios para fumadores en sus locales.
Pero en el ámbito gastronómico es indiscutible que la cocina, del tipo que sea, nunca ha casado bien con el tabaco. De hecho, no se conoce ningún plato en el que intervenga la nefasta picadura. Y si alguna vez se intentó hacerle sitio en una receta, presumiblemente fue con un resultado infumable. El tabaco solo se admite en cocina como metáfora en platos de grandes creadores como Ferran Adrià o Joan Roca. Fuera de ahí, no se concibe más allá de los infatiles cigarrillos de chocolate.
Los ambientes gastronómicos ahumados son cualquier cosa menos agradables. El humo afecta al paladar y atrofia otro sentido tan gourmet como es el olfato; además incomoda, marea a los comensales, atufa los pinchos, apesta la ropa y convierte a la de camarero en una profesión de alto riesgo laboral.
Tampoco es creíble el funesto zodiaco que predice que esta prohibición hará disminuir el volumen de la clientela que se acoda en el mostrador. Más bien lo contratrio. Hay ejemplos de ello. Un ambiente limpio y sano, de aire puro, en el que se perciban los exquisitos aromas de su cocina materializados en la barra es, por ejemplo, el que, con gran éxito de público, llevan años promoviendo, en la muy adelantada ciudad de Bilbao, pioneros de una gastronomía sin malos humos.
Tampoco es creíble el funesto zodiaco que predice que esta prohibición hará disminuir el volumen de la clientela que se acoda en el mostrador. Más bien lo contratrio. Hay ejemplos de ello. Un ambiente limpio y sano, de aire puro, en el que se perciban los exquisitos aromas de su cocina materializados en la barra es, por ejemplo, el que, con gran éxito de público, llevan años promoviendo, en la muy adelantada ciudad de Bilbao, pioneros de una gastronomía sin malos humos.