La cocina ¿es cosa de hombres?
Cuando tratamos temas de los que no tenemos una idea muy concreta o sobre los que contamos con un leve asidero en la experiencia, solemos guiarnos por el sentido común. Pero, si es cierto que es el menos común de los sentidos, hoy le agregamos una perlita negra que se llama generalización.
Ejemplos hay varios. Se suele escuchar por ahí: “Todas las modelos son huecas”; “Los chicos siempre dicen la verdad”; “Lo que no cuesta no vale”; “Los expertos en números son insensibles” ó... Los hombres NO cocinan (no cuentan aquí ni estudiantes para cocineros ni amantes del buen comer sino los primerizos).
Caramba, ¿estaremos aplicando también aquí el círculo vicioso Sentido común versus Generalización?.
Es cierto que para dar una opinión no podemos tomar en cuenta -ni necesariamente estar de acuerdo con- millones de ellas para formar la propia ya que se transformaría en una discusión bizantina.
Bien, pues entonces... ¡no hace falta ir a Bizancio!, el tema que hoy nos convoca existe, tiene nombres y apellidos, edades y características particulares que demuestran algo en sólo cuatro palabras: los hombres sí cocinan.
Los Amos de casa
(y sus mejores recetas)
Adolfo Iriarte (40): “Mi especialidad son los canelones. Mi mujer hace las tapitas y yo el relleno. Le pongo espinaca hervida (picada y rehogada con ají y cebollita de verdeo), un poquito de salsa blanca espesa, algún que otro condimento y ¡al horno!. Mi secreto es calentar bien el aceite antes de rehogar el ají y la cebolla para que desprendan todo su jugo”.
Luis Malpelli (37): “Qué buena es mi ensalada de hojas de rabanito; suena fácil pero escuchen bien: cuando las hojas están recién cosechadas y tiernitas se separan cuidadosamente y se lavan a último momento, agregamos rabanitos cortados en cuatro y condimentamos con una mezcla de jugo de limón, granos de pimienta recién molidos, sal y aceite. Es ideal para acompañar nuestras carnes a la parrilla”.
Sebastián Marinier (30): “Mis sorrentinos son lo mejor que hay, eso sí, la masa la hago YO; harina, huevos y agua, nada de agregados extraños. La salsa a elección, me gusta preparar la de cuatro quesos, otra de tomate-albahaca y cubos de muzzarella o la bolognesa”.
Gabriel Martínez (a) “el cocinero anónimo” (54): “ Les cuento de mi sopa de berros. Picar groseramente los tallos de 2 atados grandes de berro y reservar las hojas, en una cacerola grande derretir 50grs de manteca con 1 cda de aceite, rehogar allí 2 cebollas y 2 puerros picados. Añadir 100 grs de jamón crudo picado, 2 dientes de ajo, 2 papas grandes en cubos y los tallos de berro. Cocinar a fuego medio diez minutos; agregar el agua y la sal. Dejar hervir hasta que las papas estén tiernas. Una vez tibia la preparación licuar junto a las hojas de berro (reservar algunas para decorar). Calentar y agregar la crema, corregir la sazón. Servir en platos hondos decorados con la hojitas de berro. Si no le preocupan las calorías... ¡acompañe cada plato con un huevo frito en manteca!”.
Ahora, ¿de qué se quejan las mujeres cuando un hombre entra a la cocina?; algunas de ellas no se quejan de nada y miran encantadas cómo se desenvuelven solos; otras sí, por ejemplo, que no lavan los platos después de comer y la mayoría que utilizan todo lo que tienen a mano -y más- cuando elaboran una receta.
Cuenta una graciosa anécdota que a falta de cacerolas, un buen marido descolgó de la pared la pailita de cobre herencia de su suegra y la utilizó para hervir brócoli...
Palabras de autora
Esther Vilar, reconocida escritora nacida en Argentina, se hizo muy popular años ha por su polémico libro ‘El varón domado’. Allí sostiene en forme muy simpática e inteligente que las mujeres son las encargadas de educar a los hombres para que se realicen fuera de la casa pero el objetivo es... ¡¡que no se den cuenta lo fácil y divertida que es la tarea del hogar!!.
Vilar asegura: “muchos hombres llegan al extremo de fingir gran torpeza al realizar algún trabajo doméstico porque las mujeres celebran su intencionada incapacidad como ‘viril’ pero en el fondo no quieren competencia”
Final feliz
Lo cierto es que los hombres una vez que se introducen en la cocina (últimamente muchos más, gracias al auge de las carreras de cocina y la gran cantidad de atractivas publicaciones que los impulsan hacia las hornallas) se sienten muy bien y lo demuestran no sólo en los resultados sino en la cara de felicidad de sus esposas al dejar de escuchar: “Gordi, perdoname pero ¡mi mamá lo hacía mejor!”