El presunto tedio de la ostra
Hay una dicho (“eres más aburrido que una ostra”) que asegura esto: la ostra se aburre y además está sola. ¿Se aburre porque está sola o está sola porque quiere y se aburre menos que la almeja? O ¿es el único molusco lamelibranquio marino y misántropo? No creo.
Hay quien afirma que sí, sin fundamento psicológico alguno. La almeja, tan molusco y lamelibranquio marino como la ostra , no tiene fama de solitaria; es más, goza de connotaciones sexuales y de alterne. Nadie se ha detenido a pensar si está igualmente aburrida, desamparada y harta de vivir. Y finge.
Puede que toda la cultura acerca del presunto tedio de la ostra provenga de su tamaño, de los estratos de su valva y del volumen de sus carnes, desbordantes –molusco cuarentón- en la variedad Napoleón. La almeja, por el contrario, tiene un semblante juvenil, y reacciona al estímulo de un par de gotitas de limón. Su carne se mueve, se contrae y nos guiña el ojo. Está viva, fresca e inmarchitable.
Si admitimos que la ostra no se aburre porque ha elegido, con el transcurso de los años, ser como es, entenderemos también la figura del hombre solitario –se nota enseguida que lo es- que entra en un buen bar o una fiable marisquería, se sienta en un taburete y pide un par de ostras, a veces cuatro o cinco. De inmediato, ambos, la ostra y el varón, entablan un diálogo sin palabras. Mudo.
Se miran a los ojos y ya saben que nacieron el uno para la otra / ostra. Dos seres solitarios, pero no necesariamente aburridos, haciéndose compañía. Con mucha biografía detrás, y no toda maravillosa.
La vida de la ostra es similar a la del ser humano. Nunca he visto a una mujer conversando con una ostra. Cree que es una rival.