Crónica de un doctorado
Día 17 de diciembre de 2007. Universitat de Barcelona. 18 horas. Se trata de la solemne investidura de Doctor Honoris Causa en la persona del cocinero Ferran Adrià, a propuesta de la facultad de Químicas, “por su diálogo con el mundo de la ciencia y sus méritos culturales, artísticos y científicos”.
Entre los numerosos asistentes, saludamos a Isabel, la mujer del galardonado, (por vez primera, un cocinero recibe esta importante distinción académica), a Quique Dacosta, Joan Roca, Carme Ruscalleda, Carles Gaig, Pedro Morán, Sergi Arola, Juli Soler, Albert Adrià o Fermí Puig, todos ellos colegas y amigos del homenajeado.
Un dato muy emotivo y entrañable es que los padres de Adrià se sientan en la primera fila. Ferran, muy cuidadoso de su intimidad y su vida privada, ha querido que participen de tal acontecimiento.
El hermano de Adrià, Albert, cerebro en la sombra, asiste con su hijo. Debe de tener un año, como mucho. Mientras se desarrolla la ceremonia, Juli Soler, copropietario y director de El Bulli, lo acuna en su regazo de viejo rockero.
Este tipo de actos son muy solemnes, pues cualquier universidad dota al asunto de mucha liturgia. Es como si estuviésemos en una Misa Mayor, de las de antes. Por tanto, no falta el coro musical, que al final cantará Gaudeamus Igitur, con una notable afinación.
El hecho de que en el Paraninfo de esta universidad haya un púlpito, contribuye todavía más a reforzar la percepción litúrgica. Cuando Ferran Adrià sube a él, ya ataviado con el birrete, unos guantes blancos y el uniforme (de color azul) de la facultad de Químicas, la impresión es muy curiosa.
Quienes lo conocemos desde hace tantos años –aquellas épocas difíciles: principios de los años 90, pues nadie le ha regalado nada, ni a él ni a Soler-, nos hace mucha gracia (sana) verlo vestido así. A todos los cocineros y amigos presentes les sucede lo mismo. El haber compartido algunas noches de farra origina estas sensaciones.
La procesión entra en el Paraninfo. Adrià va escoltado (es un decir) por el secretario general de la entidad y el profesor que lo apadrina, el Dr. Claudi Mans, que tiene nombre de personaje de un cómic.
Al poco, Mans accede al púlpito y lee su discurso de presentación. En la metodología de los doctores Honoris Causa, tales folios son la justificación, muy argumentada, por el honor concedido.
En su último párrafo, Mans dice que “por su trayectoria, por sus aportaciones, por su metodología eminentemente científica y por su voluntad de que su tarea trascienda a una perspectiva global, se propone al Sr. Ferran Adrià i Acosta como doctor Honoris Causa por la Universidad de Barcelona”.
A continuación, Adrià asciende al púlpito y casi a los cielos. Por una deformación cultural y regionalista valenciana, nos acordamos de Sant Vicent Ferrer y de su admonición: “Timete Deum (et date illi honorem”).Todo lo contrario, ya que Adrià no es un predicador y además prescinde de los folios que lleva escritos e improvisa. Es el auténtico Adrià. El genio intuitivo y creador, sin haber estudiado química y desconocedor de la fórmula del agua: H2O.
Su currículo académico e intelectual lo resume diciendo que “he luchado toda mi vida para que la cocina fuera considerada cultura, algo que parece evidente pero que no lo ha sido hasta ahora. Soñábamos con que el mundo de la cultura nos aceptara y hoy lo hemos logrado”.