Vicent Ballester y Amparo Marín tienen muy perfilado su restaurante, al que una nutrida parroquia acude a comer platos típicos, de paladar muy valenciano, que refinan, aligeran y dan cierta impronta. Cultura del territorio servida copiosamente con resultados harto gratificantes. Y, para mayor gloria, la relación calidad-precio no puede ser mejor. ¿Qué más se puede pedir?