Permítanme la irreverencia, quizás osadía, de hablar del servicio, de las atenciones, de la SALA, de un restaurante vanguardia total como es Aponiente, y no hacerlo de su patrón, Ángel león, Dios de...
Llevamos tiempo preguntándonos por qué se hacen tan pocos grandes riojas. También nos planteamos por qué tiene cierto éxito social el champán rosado. A su vez por qué en los restaurantes se escatima en aceite de oliva, y a partir de ahí en casi todo. Por qué el picante ardiente cuenta con adeptos. Por qué en muchos restaurantes gastronómicos sirven sin el menor descaro carabineros y vieiras congeladas. Por qué en tantos tres estrellas Michelin se rinde pleitesía al bogavante canadiense. Y al pichón sintético…y a tanta y tanta estandarización despersonalizada y descafeinada.
Después de ver la película Entre Copas, ganadora de dos Osos de Oro en el Festival de Berlín, que acaba de estrenarse, hemos encontrado la respuesta: todos somos unos fracasados, que tenemos que vivir con nuestras limitaciones. Ese catador ampuloso que pretende sorprender a los demás soltando grandilocuentes desvaríos como "este vino huele a queso de bola con nueces”. Ese bebedor que va de gourmet recomendando “el filete de avestruz, dado lo magro que es”… Magnífica imagen de una California rebosante de jubilados en romería por las bodegas en la que únicamente hemos echado en falta una escena llamada a ser interpretada por un actor con Óscar: Robert Parker.
Conocemos a cocineros que cuando les puntualizas que la caza que está en el plato es congelada te responden con un convincente: “Pero es que la congelo yo”. ¿Cómo es posible que esto suceda en establecimientos de fama mundial?
¿Cómo se puede entender que las bodegas particulares más exuberantes del mundo se encuentren en Puerto Rico?
¿Es posible que la mayoría de esta sociedad, con cocineros y bodegueros a la cabeza, esté más preocupada en estar que en ser?
¿Y en qué se sustenta esta inmensa farsa que es la vida y la gastronomía? Cabe defender diferentes argumentos que seguro expondrán razones fundadas. La mayor o menor infancia atormentada de cada paladar, los prejuicios mentales que influyen en él, las pasiones y aversiones personales, la compañía con que se comparte la experiencia… Cabe un sin número de explicaciones, incluidas el amiguismo y la prostitución. Pero al final, el gran límite con el que vive la sociedad es el paladar de las personas. Y tanta falacia no se justifica en diferentes conceptos, teorías, gustos y demás, se entiende que prevalecen los intereses, económicos o de afecto y la falta de criterio. ¿Y por qué se carece de éste? Pues por desconsideración del prójimo: quien no confía en su paladar, ¿por qué va creer en los ajenos?