Permítanme la irreverencia, quizás osadía, de hablar del servicio, de las atenciones, de la SALA, de un restaurante vanguardia total como es Aponiente, y no hacerlo de su patrón, Ángel león, Dios de...
Parece mentira que alguien tan cerrado de mente como tú haya querido emular a un grande de la heterodoxia como fue Andy Warhol. Pero sí. Has comprado sus famosos 15 minutos de gloria. De paso has vendido libros, pero tú y yo sabemos que esto no es lo importante, ¿verdad, ciudadano Santi? Pasta ya tienes. Y estrellas. Ya manipulaste en su día para ello, ¿no? En realidad, te ha podido el estómago. La rabia. Has querido, por 15 míseros minutos, acercarte al cielo que se te ha negado, sólo, por tiñoso y mal café. Por 15 escasos minutos, has querido estar en la cima. Pero, como James Cagney en White Heat, las bombonas de gas te han estallado en el trasero. Breve, muy breve.
Lo cierto, no obstante, es que todo esto ha sido muy triste. Para todos. Incluso para los que te apoyan. Suena a algo así como “morir matando”. ¿Qué has conseguido con tus insultos y embustes? ¿Maltratar la gastronomía española? ¿Joder a Ferran? ¿Ser portada? ¿Vindicar lo que niegas en la praxis cada día de tu obsoleta vida? ¿Satisfacer a la bestia que llevas dentro? ¿Hara-kiri morboso?
¡Si es que eres lamentable!
Te pillaron en el lavabo fumando (usando aditivos) y sólo supiste balbucear, como un enfermo drogadicto, “lo estoy dejando, lo estoy dejando”. Bobalicona, patética excusa que muestra el poco vigor y la poca hombría del que acusa siendo a su vez parte de lo que considera “pecado”. Doble moral. Verdadera perversión.
Pero, mira, estoy encantado, ahora que ya ha acabado todo, cuando los focos ya no te iluminan (¡bienvenido al eterno, frío y distante submundo de las sombras!), de certificar las terribles (para ti) consecuencias de tu desvarío psicótico. Hablabas, hace unos días, de la “cohorte de Adrià”. Bien. Somos muchos los que estamos ahí. Todos bien significados. La mayoría, seguro, incluso te gustarían para alargar una sobremesa. Son aquellos que han creído en la evolución de la cocina sin ir “contra nadie”, yendo “a favor de todos”. Son aquellos que, sin insultar, ajenos a las bajas pasiones que tú has hecho protagonistas de tu vida, han trabajado para poner el sector donde hoy está. Son los del discurso en positivo (tanto en lo vanguardista como en lo tradicional), los que creen en lo que hacen, los que no necesitan enemigos para afirmarse. Los que, invariablemente, te han invitado a todo, recogiendo sólo tus estúpidas negativas de monstruo freudiano.
Pero… ¿Y tu cohorte? Sí, también la tienes. Estos últimos días la hemos visto. Sólo afloran, claro, cuando su falso profeta (ese que “compra cava y productos” y los etiqueta y los vende con su marca, para sola gloria de su cuenta corriente) vomita hiel y envidia. Aquí los tienes. Periodistas anacrónicos de filiaciones extrañas a tu perfil nacionalista (¿cómo te sientes viendo a esos bufones, en el otro extremo de tu pensamiento, aplaudiéndote?); cocineros oscuros, quemados, enquistados y rabiosos; canalla de insulto fácil y cruento; peligrosos personajes de inusitada violencia; gente cuyo nivel cultural (y ortográfico) te haría enrojecer… Tu cohorte, Santi. No, no; aquellos que fueron tus amigos desde la inteligencia ya no están. Te han pillado, tío. Um… No creo que te sientas muy bien, no.
Aquí ya no queda ni el apuntador. La función ha terminado. Y, creo, no te han renovado el contrato. A pesar de esa “claque” de ignorantes que tenías en platea, la obra no ha tenido éxito. Ha sido un fracaso. Asistimos por fin al triste desfile de los vencidos. ¿Lo sientes? Eres polvo en el viento. Y tú ya estás acabado.
Mal enrollado, agrio, insultón, mentiroso, calumniador… Incluso copión. ¡Qué desastre!
Pasaron los 15 minutos.
¡Hasta nunca!