Tiene más fuerza que profundidad, como les sucede a casi todos los vinos de Toro, rústicos por naturaleza. Sin embargo, Juan Ignacio Velasco ha conseguido un hito en cuanto a refinamiento en la zona, habiendo atemperado las expresiones, los modales, de este tinto racial.
Inmensamente frutoso, prevalece esta cualidad, con recuerdos a confituras de bayas negras y a hollejos. Además de una selecta uva (está elaborado con tinta de Toro), se aprecian notas derivadas de la crianza (permaneció un total de 16 meses en barricas francesas de Allier), con tostados, aportados con precisión, así como matices especiados, vainilla y canela. Estructurado, carnoso, tánico y algo cálido.