Vida Plena en un restaurante del Alto Palancia
¿Vivimos de verdad la vida? ¿Sabemos vivirla? ¿Nos han enseñado cómo cultivar una vida con sentido? ¿Hemos recibido instrucciones para pensar y repensar nuestra existencia y convertirla en lo que podríamos llamar una “vida plena”, una “buena vida”, una “vida feliz”?
La respuesta que muchos daríamos a esta pregunta sería, muy probablemente, un “no” más bien contundente. Quizás el ritmo de vida de hoy nos dificulta tener espacios para meditar sobre cómo aprender a vivir, sobre cómo convertir la existencia en una vida amable, serena, estimulante, llena de sentido, al gusto de cada uno y para el bien de los que nos rodean ¡Imagínate si lo trasladamos a la vida de un profesional de la hostelería en la cual invierte tanto y tanto de su tiempo! ¿Hemos pensado la relación, la vinculación entre el saber comer, saber beber y el saber vivir?
El tema no es baladí, en absoluto. Bien distinto es “existir” que “vivir” ¿Existimos, simplemente, o sabemos vivir? ¿Nos dejamos llevar por nuestro trabajo, o encontramos en él un sentido real a nuestra vida en común y nuestra vida de y en servicio a los demás? El matiz entre lo uno y lo otro es importante. “Existir” denota escasez de movimiento, es una simple constatación de presencia, una cierta pasividad. Ni tan sólo supone relación, contemplación o la curiosidad por las otras formas de existencia. Las piedras existen, la Luna existe, el aire existe… Mientras que “Vivir” quizás tiene otras connotaciones vinculadas al movimiento, a la actividad, a la relación con el otro (vivimos con, no existimos con).
Incluso vivir nos evoca el goce, el placer de los sentidos, las emociones, la felicidad, la maravillosa alegría… “¡Está vivo!” Es un grito de júbilo, de celebración, de emoción. “¡Existe!” Es una constatación más bien científica, de laboratorio, mental. La diferencia es importante: existir, no implica necesariamente vivir.
Vivir es un arte que apenas se enseña en la escuela, ni en la Universidad, pero en el Restaurante María de Luna, en Segorbe, hemos aprendido. Y digo hemos porque, gracias al buen hacer de Javier Simón, hemos podido constituir un club familiar de catas, que desde hace más de dos años nos hace vivir el placer del buen vino y su exquisito maridaje con los platos que con tanto cariño prepara ¡Qué decir de su cochinillo con crema de manzana ácida, su cordero crujiente de Aragón, las jornadas gastronómicas de las setas, el bacalao blanco y negro, la muerte por chocolate...! Sin duda, la familia Simón – Martín, que regenta este restaurante desde hace 21 años, nos traslada sentido, amor y vivencias a los buenos caldos y a la buena mesa.
Confieso que no soy de la zona, ni tengo vinculación con dicho restaurante, pero en una sociedad en la que cada vez más nos exigimos los unos a los otros, es necesario el reconocimiento al buen gusto y a la profesionalidad y, sin duda, de ambos tenemos una gran muestra en este restaurante de Segorbe y en este joven, pero curtido, profesional de la hostelería como es Javier Simón Martín.