De coches, averías y cabritos
Mi nombre es Antonio, soy, de profesión, joyero y escaparatista de joyerías. Y soy, al mismo tiempo, amante de la buena comida, de la que se hace para paladares selectos. De hecho, he celebrado ágapes en los mejores restaurantes de España, incluido "El Bulli", éste último espectacular.
El caso es que, recientemente, por problemas mecánicos en mi vehículo, tuve que hacer noche en un pueblecito de Madrid, en concreto, en Ciempozuelos, lugar de nacimiento, por cierto, del arquitecto de la famos Cibeles, Don Ventura Rodríguez.
Y allí secedió lo inexplicable: la cena de la que disfruté y que recordaré para siempre. Se trata de un pequeño hostal-restaurante -de nombre "El Volante"-, que confirmó que donde menos te lo esperas salta la liebre, dando la razón, una vez más, a los refranes. Allí retrocedí casi cuarenta años gracias a aquel sabor. Así lo hacía mi abuela María. Me refiero al cabrito, un cabrito que he estado añorando toda mi vida. No lo había vuelto a probar desde entonces. Ni mi madre, que siempre estuvo muy unida a mi abuela, lo había logrado. No digo que fue un sueño, porque tengo la factura, muy razonable por otra parte. No sé si fue suerte, o, acasao, un regalo enviado por ella...
Felicité al cocinero y le pregunté cómo conseguía aquel sabor; me contestó diciendo que le sale del corazón y que está enamorado de la cocina. Así que no lo sé, tal vez sería el sabor del amor a la cocina; ahora bien, lo que si sé, seguro, es que, esta vez, quedé eternamente agradecido a mi coche por haber sufrido una avería ¡Qué recuerdos y añoranzas encontré esa noche!