Olatz Ruiz El Mundo.
Mientras el Gobierno y buena parte del empresariado se empeñan en consolidar y prestigiar la Marca España en el resto del mundo, dando a conocer la calidad de los productos españoles y la solvencia de sus emprendedores para llevar a cabo proyectos punteros, otro movimiento silencioso pero con gran número de adeptos gana fuerza y apoyo social:el del consumo 'Made in Spain'.
Tal vez por las crisis alimentarias sucesivas, la última el hallazgo de carne de caballo donde no debía haberla, por la deslocalización de empresas alimentarias en busca de países con costes laborales más bajos o por el movimiento que irrumpe con fuerza en Europa hacia el consumo de productos del país, de proximidad o incluso cultivados en tu propio huerto, lo cierto es que se imponen los productos nacionales y no son pocos los consumidores que miran concienzudamente en las etiquetas el origen del producto antes de decidirse en la compra.
En los mercado de abastos, los de toda la vida, o en los nuevos de inspiración 'gourmet' también es cada vez más frecuente encontrar en los carteles con los precios el origen en tomates o en boquerones, desde Los Palacios o El Perelló hasta el pargo de Conil o Isla Cristina.
Contrariamente a lo que ha sucedido en algunos 'boicots' puntuales a productos alimentarios, como los promovidos contra el cava catalán en el resto de España, o frente a ciertos productos franceses cuando al otro lado de la fronteras se volcaban camiones cargados de tomates o melocotones españoles, el movimiento actual no corresponde a reacciones puntuales ni a nunguna ideología concreta.
Así lo confirman la diversidad de blogs o páginas a las que se puede acceder a través de las redes sociales que defienden el producto de origen español, sobre todo de alimentos. La mayor parte de ellas apuestan por una agricultura de proximidad, la vuelta al consumo de productos con la menor transformación posible y la identificación de la procedencia de lo que se come.
A eso se suma la nueva tendencia de retorno al consumo estacional. Así lo defiende la prestigiosa cocinera Carme Ruscalleda, que afirma tajante que la gastronomía que se impone consiste en "comer como tu abuelo, pero en el siglo XXI".
Ella explica que nuestros abuelos comían productos obtenidos en pocos kilómetros a la redonda y siempre de temporada. Se trata de no consumirnaranjas en verano ni ciruelas en invierno salvo casos excepcionales, aunque podamos encontrarlos en nuestros mercado, porque no es necesario y tomarlo en su momento supone menos transporte y más sabor, aparte de ahorro energético y de contaminación. Eso sí, sin renunciar a lo que nos permite mejorar gracias al avance de los tiempos, como el necesario frigorífico para conservar mejor los alimentos y garantizar su salubridad. Un salto cualitativo a mejor respecto a generaciones anteriores.
Francia, que tradicionalmente siempre ha abanderado las cuestiones agrícolas y alimentarias en Europa y que también se ha identificado con cierto 'chauvinismo' hacia sus productos, inmediatamente ha apostado por los sellos de 'hecho en Francia'.
En la crisis de la carne de caballo el gobierno de Hollande defendió un etiquetado obligatorio del origen de la ternera en los productos ya cocinados e inmediatamente algunos grupos de distribuciín como Carrefour o Intermarché secundaron, convencidos de que eso suponía una garantía de calidad.
Carrefour se ha comprometido a que en seis meses todos los platos cocinados de su marca contendrán carne 100% francesa. El grupo ha firmado un acuerdo con la Federación Nacional Bovina para modificar los ingredientes e incorporar ternera nacional sin alterar los precios.
Y como gesto simbólico es destacable que la fiebre por lo francés llega hasta los McDonald's, donde los 'french fries' (patatas fritas) serán realmente del país galo y no belgas como frecuentemente sucede.
También McDonald's ha firmado un acuerdo con los agricultores galos para que les abastezcan de patatas que hayan crecido en tierra patria. "Intentamos comprar francés siempre que podemos", declaraba el presidente de la compañía de comida rápida en Francia.
Nada que ver con el habitual consumo en España de patatas que, si bien se han producido aquí y con la mejor calidad, viajan a Bélgica, Francia u Alemania y finalmente, tras meses de almacenamiento o congelación, vuelven a cruzar los Pirineos y se venden como frescas al consumidor.
Antes de que esta tendencia de volver a lo propio a la hora de comer empezara a generalizarse, empujada sobre todo por la crisis, en España ya se habían impulsado los huertos urbanos en los que los ciudadanosurbanitas se lanzaban a cultivar sus propios alimentos para garantizarse comida sana, barata y además de origen conocido.
Los pioneros de este movimiento se ubicaron en el parque Miraflores de Sevilla, como explica Raúl Puente Asuero, allá por 1991, cuando ninguna otra ciudad contaba con estas instalaciones ni estaban de moda estos cultivos. Dicha experiencia fue seleccionada por la ONU en la conferencia Habitat II celebrada en Estambul en 1996 como una iniciativa a seguir. Y parece que hicieron caso a las recomendaciones.
"El programa Huerta Las Moreras se desarrollaba como una experiencia de agricultura ecológica para favorecer conocimientos, valores y técnicas de la producción de alimentos", explica Puente Asuero. Él es en la actualidad uno de los profesores promotores del huerto de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) de Sevilla, otro proyecto pionero y que este año ha visto cómo se desbordaba el número de peticiones de profesores y alumnos que acceden a las técnicas de cultivo a través de cursos on-line. Y la continuidad ya está asegurada para el próximo curso.
Y todo esto sucede mientras aumenta el volumen de exportaciones agroalimentarias y se llega a países cada vez más lejanos y apenas no hay alimento que no esté a nuestro alcance.