Quique Dacosta, Revolución a Pie de Calle

          Quique Dacosta ha sido un idealista, un tanto vehemente en su apuesta de El Poblet, convertido por méritos propios en uno de los grandes cocineros del mundo. La vida le ha bajado los humos. Ha demostrado humildad, autocrítica y suma inteligencia. Ha sabido adaptarse a las circunstancias de los últimos años y sobre todo a los designios que marcan los tiempos: económicos, sociales y culturales. Y con su talento, erudición, trabajo y disciplina, nos propone el modelo gastronomico de negocio que hoy esta en boga: “alta cocina pret a porter”. No se puede comer mejor, mejor atendido, en un marco tan arquitectónico y bello, por lo que se paga. Eso ha convertido a este restaurante en el punto de encuentro de Valencia. 360 clientes que día tras día abarrotan el establecimiento. Quique Dacosta ha hecho el acto más revolucionario de toda su carrera: poner el arte, su gran arte, al alcance de los ciudadanos. Ya sabemos que los platos no será tan imaginativos y virtuosos como en un museo elitista y transgresor. ¿Qué importa? ¿A cuántos? Creemos en la informalidad, en la proximidad, en lo mundano…en acercar y humanizar la gastronomía. Y Quique ha dado en la Diana. Un 10 para este chef que ha sabido marcar la diferencia ¡Qué diferencia! situándose a la altura de los ciudadanos y en consonancia con sus deseos. Un genio al servicio de la sociedad que ha sabido, como siempre, hacer algo personal.

            La ensalada de tierra y mar, verduras y algas, muchas más algas que verduras, con hígado de rape y realce de soja, jengibre y pimienta de cayena, es una demostración de cómo se puede llegar a la excelencia desde la sencillez. Clarividencia, meticulosidad, naturalidad, frescor, liviandad…vanguardismo asumible. El yogur, por aquello del recipiente en que se sirve, de mejillones tigres tiene parecidas dotes en las que se acentúa la comercialidad, derivada de la cremosidad, la temperamentalidad y la memoria gustativa que atesora. Que uno se pueda comer esta tapa por 3,5 €, igual que la espuma de foie gras con migas caramelizadas y frutos secos rallados refrenda lo dicho: poner todos los avances conceptuales y técnicos de las últimas décadas al servicio de todos los públicos y bolsillos. Estamos ante una democratización de la excelsitud en cualquier estilo y versión. Tradicionales como las croquetas de hongos, con una bechamel refinadísima, o como las pizzas, sumamente finas en la masa, impregnadas siempre de sabores nobilísimos incontrovertibles: cremoso de parmesano, tomates secos, jamón y olivas negras, por ejemplo. También naturales, como el capítulo de mariscos: manjarosas ostras Guillardeau con sutil escabeche de verduritas, o las gambas de Denia hervidas, que siempre son medianas, por aquello de que se procura que la cuenta sea muy arreglada. Y alegrón tras alegrón hasta llegar a los arroces, en los que el maestro demuestra su maestría, aquella de que hizo gala en su magnífica obra Arroces Contemporáneos, o en la receta con anguila ahumada y cerezas, plato cumbre de la alta cocina con el ingrediente más popular y universal de la Comunitat Valenciana. Si hay ocasión no dude en solicitar el llamado caldero Mediterráneo con pulpo, bogavante, cintas de sepia y verduras, gulesco.
            Que entre ruidos y multitudes se produzcan algunos deslices, normal, pero en nada deslucen un proyecto brillantísimo      Que las multitudes produzcan ruido y motiven algún que otro desliz, normal, pero en nada deslucen un proyecto brillantísimo.
            ¡Ojo Avizor! Quique Dacosta “voy a continuar reinventándome cada día. Pronto lo veréis”.   
 
           VUELVE CAROLINA. 46002 Valencia. Correos, 8. Tel.: 963218686. Cierra: Domingos. Precio: 30/60 €
                                     Menús degustación: 20 y 24 €
  • Yogures
  • Yogures


Cocido de Lalín, Triunfo del Marrano

Cocido de Lalín, Triunfo del Marrano

 

Según los expertos, los cocidos españoles son producto de la cristianización de la adafina judía, a la que se fueron añadiendo carnes de cerdo. El cerdo divide a la humanidad entre quienes lo desprecian y quienes lo adoran; entre éstos están los polinesios, los chinos y, naturalmente, nosotros, los europeos.

La versión gallega del cocido, que alcanza cada mes de febrero en Lalín (Pontevedra) su máxima expresión, no es una mera cristianización de la adafina, sino la consagración del cerdo, benéfico animal sobre el que se construyó Europa.

Del morro al rabo, con las únicas excepciones del jamón y los lomos, destinados a otros menesteres, el cerdo acaba en diversas ollas y fuentes y sirve un cocido que no puede tildarse más que de monumental. Lógico, teniendo en cuenta la altísima consideración en que los gallegos tenemos al marrano, fuente tradicional de proteínas animales de la cocina galaica.

Nuestro cocido lleva garbanzos, claro; no es concebible un cocido sin ellos, salvo el montañés; suelen acompañarlos esas alubias a las que gallegos y asturianos llaman habas (fabas o fabes). Patatas, que no pueden faltar en Galicia, levemente ruborizadas por un sutil toque de allada, como no pueden faltar, en febrero, los grelos, básicos para una buena digestión.

A partir de ahí... cabeza curada de cerdo (cachola, o cacheira, o cachucha), con sus diferentes sabores y cortes; lacón, espinazo (soá), rabo, tocino veteado (de febra) y costilla, todo ello salado; morros, orejas, manos y lenguas en el mismo estado; chorizos de carne y chorizos ceboleiros; algo de grasa de cerdo y, me temo que más que nada para disimular, jarrete de ternera y una gallina, a poder ser de confianza.

Un cocido gallego, un cocido de Lalín, es algo que no se prepara en un momento, ni que deba consumirse en el plazo normal que damos a una comida. Su preparación, que empieza en el preceptivo desalado de las carnes que lo requieren, comienza varios días antes del de la cita.

Ya con todo dispuesto, muy de mañana se comienza la confección propiamente dicha. Cada carne tiene su cocción y da un caldo diferente, y necesitaremos muchas horas y cuatro o cinco ollas (potas) para hacer el cocido.

Irá al fuego primero el lacón, seguido de cerca de la cachola y el resto de las carnes porcinas. En otra olla cocerán la ternera y la gallina, a las que habrá que ponerles la sal justa. En la tercera pota cocerán, mejor si es en el agua de las carnes, colada, las legumbres, a las que a su tiempo se añadirán los chorizos. Finalmente, y en un agua similar a la anterior, cocerán las patatas y los grelos.

A estas alturas habrán comenzado a congregarse los comensales, que harán muy bien en sujetar sus apetencias y no echarse al estómago nada sólido que pueda perjudicar la ingesta del cocido. Unos albariños, para hacer tiempo y refrescar la boca, y un poco de paciencia, costosa ante los sugerentes olores que llegan de la cocina.

Y... todos a la mesa. Sin prisas. Llegará ante todo una sopa sustanciosa, de ésas que –decían nuestras abuelas– levantan a un muerto. Después... bueno, lo normal es que en una fuente comparezcan, colocados con gusto, los garbanzos, los grelos, los chorizos y las habas. En otra, todas las carnes; aparte, las patatas.

Es, más que nada, cuestión de gustos. Hay que irse sirviendo poco a poco, recreándose en cada sabor, despacio, alternando unas carnes con otras y todas con los vegetales, regando regularmente con uno de esos excelentes tintos gallegos de la variedad mencía que tan bien acompañan a un buen cocido.

El que presentó Lalín, con su alcalde José Crespo a la cabeza, el otro día en Madrid, en el Sanxenxo de Manuel y Diego Domínguez, fue magnífico, perfecto, sin nada que desentonase, todo en un punto perfecto, con un aspecto glorioso.

Un cocido de crego (de cura), que diría Cunqueiro. Como quería este gran escritor, la impresión era la de que cuanta más comida nos íbamos sirviendo, más parecía que quedaba en las bandejas. Buen prólogo para la Fiesta del Cocido, cuya XLIII edición se vivirá en Lalín el último domingo del mes. Postres galaicos: filloas, orejas...

Larga estancia en la mesa, que no en la sobremesa: si se procede como mandan los cánones, la sobremesa propiamente dicha empezará casi a la hora de cenar. Un cocido gallego no es de siesta ni, si me apuran, de mus ni tute: es algo que hay que tomar con mucha calma, pasarse comiendo media tarde.

Así sentará bien, se digerirá sin sobresaltos. Diríamos, sin temor a equivocarnos, que un cocido de Lalín pide, exige, como se dice ahora siempre, que los comensales dediquen a su degustación tanto tiempo al menos como el que las cocineras, o cocineros, han dedicado a su elaboración.

Y no sólo por una mínima cortesía: es que tratar de apurar la ingesta sería perderse los mil y un matices que tanta gloria porcina dispuesta en las bandejas ofrece a los comensales. Así es un cocido gallego; así es el cocido de Lalín.

 

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7,5

Vuelve Carolina

Quique Dacosta
Quique Dacosta
País: España
Localidad: 46002 Valencia
Dirección: Correos, 8
mapa
(+34) 963218686
Cierra: Domingo
Precio: 30 / 60 €
Precio menú degustación: 20 y 24 €


  • Yogures salados
  • Yogures salados
  • Cebiche de mero
  • Cebiche de mero
  • Tosta de setas y panceta de ibérico
  • Huevo con caviar
  • Huevo con caviar
  • Foie, rosa y lichis
  • Foie, rosa y lichis
  • Suquet de rape
  • Suquet de rape
  • Arroz con confit, setas y verduras
  • Arroz con confit, setas y verduras
  • Violetas
  • Violetas

Quique Dacosta ha sido un idealista, un tanto vehemente en su apuesta de El Poblet, convertido por méritos propios en uno de los grandes cocineros del mundo. La vida le ha bajado los humos. Ha demostrado humildad, autocrítica y suma inteligencia. Ha sabido adaptarse a las circunstancias de los últimos años y sobre todo a los designios que marcan los tiempos: económicos, sociales y culturales. Y con su talento, erudición, trabajo y disciplina, nos propone el modelo gastronomico de negocio que hoy esta en boga: “alta cocina pret a porter”. No se puede comer mejor, mejor atendido, en un marco tan arquitectónico y bello, por lo que se paga. Eso ha convertido a este restaurante en el punto de encuentro de Valencia. 360 clientes que día tras día abarrotan el establecimiento. Quique Dacosta ha hecho el acto más revolucionario de toda su carrera: poner el arte, su gran arte, al alcance de los ciudadanos. Ya sabemos que los platos no será tan imaginativos y virtuosos como en un museo elitista y transgresor. ¿Qué importa? ¿A cuántos? Creemos en la informalidad, en la proximidad, en lo mundano…en acercar y humanizar la gastronomía. Y Quique ha dado en la Diana. Un 10 para este chef que ha sabido marcar la diferencia ¡Qué diferencia! situándose a la altura de los ciudadanos y en consonancia con sus deseos. Un genio al servicio de la sociedad que ha sabido, como siempre, hacer algo personal.
La ensalada de tierra y mar, verduras y algas, muchas más algas que verduras, con hígado de rape y realce de soja, jengibre y pimienta de cayena, es una demostración de cómo se puede llegar a la excelencia desde la sencillez. Clarividencia, meticulosidad, naturalidad, frescor, liviandad…vanguardismo asumible. El yogur, por aquello del recipiente en que se sirve, de mejillones tigres tiene parecidas dotes en las que se acentúa la comercialidad, derivada de la cremosidad, la temperamentalidad y la memoria gustativa que atesora. Que uno se pueda comer esta tapa por 3,5 €, igual que la espuma de foie gras con migas caramelizadas y frutos secos rallados refrenda lo dicho: poner todos los avances conceptuales y técnicos de las últimas décadas al servicio de todos los públicos y bolsillos. Estamos ante una democratización de la excelsitud en cualquier estilo y versión. Tradicionales como las croquetas de hongos, con una bechamel refinadísima, o como las pizzas, sumamente finas en la masa, impregnadas siempre de sabores nobilísimos incontrovertibles: cremoso de parmesano, tomates secos, jamón y olivas negras, por ejemplo. También naturales, como el capítulo de mariscos: manjarosas ostras Guillardeau con sutil escabeche de verduritas, o las gambas de Denia hervidas, que siempre son medianas, por aquello de que se procura que la cuenta sea muy arreglada. ¡Que decir del cebiche de mero, cortado en trozos grandes y sin apenas cítrico, en aras de preservar la identidad de la materia. La tosta de setas y panceta de ibérico representa otro bocado estelar dentro de sabores asumibles vestidos de fiesta. Y alegrón tras alegrón hasta llegar a los arroces, en los que el maestro demuestra su maestría, aquella de que hizo gala en su magnífica obra Arroces Contemporáneos, o en la receta con anguila ahumada y cerezas, plato cumbre de la alta cocina con el ingrediente más popular y universal de la Comunitat Valenciana. Si hay ocasión no dude en solicitar el llamado caldero Mediterráneo con pulpo, bogavante, cintas de sepia y verduras, gulesco, o el de pato confitado, setas y verduras, a su vez copioso y suculento.
Que entre ruidos y multitudes se produzcan algunos deslices, normal, pero en nada deslucen un proyecto brillantísimo.



7

Entrecolycol

Alfonso Egea
Alfonso Egea
País: España
Localidad: 30008 Murcia
Dirección: Alfonso X “El Sabio”, 14
mapa
(+34) 968974420
Cierra: Domingo
Precio: 30 / 50 €


  • Tosta de Verduras
  • Huevas de mújol con almendras
  • Huevas de Mújol con Almendras
  • Quisquillas de Motril cocidas
  • Quisquillas de Motril Cocidas
  • Brocheta de pulpo con espuma de patata
  • Brocheta de Pulpo con Espuma de Patata
  • Alcachofas a la plancha con jamón y perfume de trufa
  • Alcachofas a la Plancha con Jamón y Perfume de Trufa
  • Sardina en vinagre empanada con cebollino germinado
  • Sardina en Vinagre Empanada con Cebollino Germinado
  • Flan de huevo
  • Flan de Huevo

Alfonso Egea celebra su éxito. En un local fascinante, minimalista, de lujo y diseño, ofrece comida de barra hecha por un exquisito cocinero. Todo es mundano, costumbrista, eso sí, y tanto que sí, sustentado en productos excelsos ejecutados con suma precisión. A veces se aprecia un toque de alta cocina, pero son pinceladas, dentro de un proyecto que marca la diferencia en la naturalidad y la tradición. Un primer ejemplo, las huevas de mújol, las mejores del mundo, de corta curación y bajas en sal, tiernas, jugosas, imperando las características del pescado, que se comen de 10 en 10 lonchas; inmejorables. Se ofrecen con unas almendras también seleccionadas y apenas saladas. Gratísima obligación que debe seguir a unas aceitunas gordales con anchoas, un abreboca vicioso de extraordinaria nobleza. Las quisquillas, no sé si de Motril o de Santa Pola, no pueden mostrarse más hermosas ni estar más frescas y mejor cocidas, engañadas al calor, preservan su dulce manjarosidad. Diseñada y sedosa la brocheta de pulpo, pletórico de sabor y textura, con impregnación de pimentón y etérea espuma de patata. Igual de precisas las láminas de alcachofas a la plancha, impecable ejecución, perfumadas con un “siesno” de trufa y abundantemente cubiertas por lonchas de jamón, que sudan crudas al calor que desprende la verdura. Elementalidad con criterio y sabiduría. Otro relumbrón: la sardina en vinagre empanada esponjosamente, una manera audaz de cambiar la identidad de un canapé que toma forma de rollito, rollitos engalanados por encima con cebollino germinado. Si no hubiera bastantes motivos para la notabilidad, llegó una coca de verduras (pimientos rojos y verdes, cebolla, calabacín, ajos, etc.) y anchoas, que, por finura y gustosidad de la pasta y que por inmaculabilidad y combinación de los elementos que luce encima, es la mejor coca que hayamos comido en España; y puede competir con la mejor pizza del mundo. Sublime y con toda la identidad que se espera de Murcia. Las anchoas enharinadas y fritas con pimientos verdes enteros son otra muestra de una gastronomía llana y certera que no tiene prejuicios de ningún tipo en jugar a todas las cartas y gustos. Soberbios los arroces, de los que es un maestro el propietario (ver en arroces Casa Alfonso), sea el meloso marinero o el caldoso de conejo y caracoles. Y postres sensacionales, sin mayores complicaciones, para refrendar el mensaje: muy delicadas las gachas con arrope calabazate y costrones de pan y uno de los mejorcitos flanes de huevo del país, si es que no es el primero, de un refinamiento y sustanciosidad únicos.
No se puede hacer mejor una culinaria posibilista a unos precios más que asumibles.



Al yodo le va el limón

¿A usted le gusta ponerle unas gotas de limón a unas ostras? ¿O rociar con ese mismo jugo un hermoso lomo de lenguado hecho a la parrilla? Pues, si su contestación es afirmativa, se expone usted a ser anatematizado por los puristas que mantienen que las cosas tienen que saber solo a lo que saben naturalmente, y lo demás son aberraciones.
Serán... Si es así, me confieso un aberrante de tomo y lomo. Me gusta añadir dos o tres gotas de limón, exprimiéndolo sobre ellas, a mis ostras, como a mis almejas, cuando toca comerlas "al natural", es decir, vivitas y coleando en el supuesto de que tuvieran con qué colear. Me encanta, con cada berberecho o mejillón abierto al vapor, una gotita del jugo de este benéfico cítrico.
No concibo comer un pescado cocido, caso de la merluza, sin regarlo con un toquecito de jugo de limón y un hilo de aceite de oliva; en cuanto al lenguado, que es quizá mi pescado preferido, tengo mi propia manía: los dos filetes superiores me los como tal cual están; después, cuando queda al descubierto la parta interior de los inferiores, la rocío con limón. ¿Por qué? No sabría explicarlo. O tal vez sí: porque me gusta.
Se ha dicho siempre que lo de ponerle limón a los moluscos y a los pescados no era más que una forma de disimular defectos de frescura. No lo crean a pie juntillas. No sé de formas más directas de comer pescado que un cebiche o un sashimi... y ni en un caso ni en otro se suministra al comensal el pescado tal como sale del mar.

En el primer caso, que yo prefiero al segundo, el pescado se ha cocinado de alguna manera en jugo de lima, con otros ingredientes; está "crudo" en el sentido de que no ha sido sometido al fuego, pero su sabor ha sido modificado en el proceso.
En sashimi, o en sushi, el marinado es mucho menor, apenas unos segundos, según el gusto de cada comensal, pero existe: el pescado se introduce en el recipiente en el que viene la salsa de soya que habremos alegrado con más o menos wasabi... y es a eso a lo que sabe ese pescado, además de mantener, que es lo importantísimo en estos platos, su textura característica. Pero llevan soya.
Prefiero el limón, sin hacerle ascos a la salsa asiática. Ocurre que últimamente oímos hablar demasiado de la soya, o, como se escribe en España, soja. Parece una panacea: leche de soja, yogur de soja, habas de soja, brotes de soja, salsa de soja... Nos juran que es sanísima -yo no me fío nada de los alimentos "milagro"- y nos la meten, nunca mejor dicho, hasta en la sopa. Me gustan los brotes de soja, y me gusta la salsa de soja. Pero con moderación.
El limón, sí. Entiendo que la acidez del cítrico se complemente perfectamente con los tonos yodados de mariscos y pescados, desarrollando un sabor nuevo o, al menos, potenciando esos apuntes que son lo más característico del mar.
El ácido cítrico y las sales de yodo se llevan muy bien, y no es cuestión de arrugar la nariz y alimonar un pescado o un marisco lejos de su estado ideal, no: es añadir un punto diferente, es dar fuerza al sabor marino, es despertar toda la sensibilidad de las papilas gustativas...
No, no es ninguna aberración. Aberración es pasarse de puristas, como si jamás se hubiera inventado la cocina, que es el arte de modificar los alimentos para hacerlos más agradables.
Y, además, sobran las discusiones: si a usted le gusta así, tómelo así. La única norma inexorable que conozco es, precisamente, que el gusto está por encima de la norma.

 

 



Rafael García Santos

ENTRE COLYCOL, El Exitoso Gastrobar de Alfonso Egea

             Alfonso Egea celebra su éxito. En un local fascinante, minimalista, de lujo y diseño, ofrece comida de barra hecha por un exquisito cocinero. Todo es mundano, costumbrista, eso sí, y tanto que sí,   sustentado en productos excelsos ejecutados con suma precisión. A veces se aprecia un toque de alta cocina, pero son pinceladas, dentro de un proyecto que marca la diferencia en la naturalidad y la tradición. Un primer ejemplo, las huevas de mujol, las mejores del mundo, de corta curación y bajas en sal, tiernas, jugosas, imperando las características del pescado, que se comen de 10 en 10 lonchas; inmejorables. Se ofrecen con unas almendras también seleccionadas y apenas saladas. Gratísima obligación que debe seguir a unas aceitunas gordales con anchoas, un abreboca vicioso de extraordinaria nobleza. Las quisquillas, no sé si de Motril o Santa Pola, no pueden mostrarse más hermosas ni estar más frescas y mejor cocidas, engañadas al calor, preservan su dulce manjarosidad. Diseñada y sedosa la brocheta de pulpo, pletórico de sabor y textura, con impregnación de pimentón y etérea espuma de patata. Igual de precisas las láminas de alcachofas a la plancha, impecable ejecución, perfumadas con un “siesno” de trufa y abundantemente cubiertas por lonchas de jamón, que sudan crudas al calor que desprende la verdura. Elementalidad con criterio y sabiduría. Otro relumbrón: la sardina en vinagre empanada esponjosamente, una manera audaz de cambiar la identidad de un canapé que toma forma de rollito, rollitos engalanados por encima con cebollino germinado. Si no hubiera bastantes motivos para la notabilidad, llego una coca de verduras (pimientos rojos y verdes, cebolla, calabacín, ajos, alcaparras, etc.)  y anchoas, que por finura y gustosidad de la pasta y que por inmaculabilidad y combinación de los elementos que luce encima, es la mejor coca que hayamos comido en España; y  puede competir con la mejor pizza del mundo. Sublime y con toda la identidad que se espera de Murcia. Las anchoas enharinadas y fritas con pimientos verdes enteros son otra muestra de una gastronomía llana y certera que no tiene prejuicios de ningún tipo en jugar a todas las cartas y gustos. Soberbios los arroces, de los que es un maestro el propietario (ver en arroces Casa Alfonso), sea el meloso marinero o el caldoso de conejo y caracoles. Y postres sensacionales sin mayores complicaciones, para refrendar el mensaje: muy delicadas las gachas con arrope calabazate y costrones de pan y uno de los mejorcitos flanes de huevo del país, si es que no es el primero, de un refinamiento y sustanciosidad únicos.

            No se puede hacer mejor una culinaria posibilista a unos precios más que asumibles.
            30002 Murcia. Alfonso X “El Sabio”, 14. Tel.: 968974420. Cierra: Domingos. Precio: 30/50 €
  • Coca de verduras y anchoas
  • Coca de verduras y anchoas
Feb 02 17:48
Txaro Zapiain
Hoy entrevistamos a la cocinera Txaro Zapiain, del Restaurante Roxario de Astigarraga (http://www.roxario.com/) la gran dama de la Culinaria Vasca de Etxekoandre, o de ama de casa. En el País Vasco, la unanimidad que existe a la hora de asociar cocina casera vasca con cocina de la mejor calidad se encarna históricamente en la figura de una mujer. Esta gran cocinera guipuzcoana es quien mejor ha simbolizado en estas últimas cuatro décadas una asociación de ideas que comenzó a extenderse por toda España cuando Gregorio Marañón prologó la Cocina de Nicolasa, y por todo el mundo cuando Rafael García Santos asumió en solitario la renovación de la crítica gastronómica.

Escribimos Txa-ro Za-pi-a-in, no como se pronuncia, sino como se paladea, porque el nombre de esta gran señora de la cocina nos deja en la boca un sabor inolvidable a Sidra, Tortilla de Bacalao, Merluza Rebozada, Merluza en Salsa Verde, Zurrukutuna, Guisantes de Lágrima, Pimientos del Cristal, Pollo de Caserío con Patatas Fritas, Dulce de Manzana, tartas de esta misma fruta, bizcochos… En fin. El repertorio popular vasco de la mejor cocina y repostería de etxekoandre.
 
El comedor del Restaurante Roxario es muy acogedor, como la propia Txaro, con la que nos sentamos a una mesa al lado de la chimenea en este gélido día guipuzcoano.  Al comedor del Restaurante Roxario se accede pasando entre dos hercúleas columnas de madera que le anuncian al comensal que aquí se viene a comer como un héroe. En frente está la barra, a su izquierda la parrilla, donde oficia el impecable Pepe Ayestarán. A a la derecha, tres pantagruélicas cupelas.
 
Poderosas vigas de madera sostienen el techo de este caserío; paredes de piedra, de buena piedra, como en el poema de Ezra Pound. De unas y otra, cuelgan calderos de cobre, yuntas de bueyes, útiles de trabajar en el campo; y también cuadros con fotos de los mejores platos de Txaro Zapiain. Nosotros estamos debajo del bizcocho. Un bizcocho de foto, nunca mejor dicho; un bizcocho suave, tierno, esponjoso, un bizcocho que tiene la rigidez de un trozo de aire.
El resto del eficaz equipo del Restaurante lo componen Leonor Gómez, jefa de sala, y Lourdes Pérez, ayudante en la cocina de Txaro. Aunque estos puestos no son fijos, porque son polivalentes. El ambiente del Roxario es el clásico de una sidrería con sabor, de esas de toda la vida. Esta, en concreto, no se sabe exactamente de cuándo es. Según la documentación de la familia Zapiain, el caserío existía antes del siglo XV.
 
 
                                 Lourdes Pérez, Pepe Ayestarán, Txaro Zapiain y Leonor Gómez
  
                         Panorámica del comedor del Restaurante Roxario con las cupelas al fondo
 
La primera pregunta no puede ser más paradójica. La cocina es, por lo general, un mundo de hombres y, sin embargo en el País Vasco, sus símbolos de referencia son siempre femeninos.
 

─ Primero Nicolasa, después usted. ¿Influye ser mujer en un mundo de cocineros?

─ Gracias, pero esa comparación que haces con Nicolasa me parece muy alta. En cuanto a lo de ser mujer... Bueno. Un mundo es el de los cocineros y otro el de la cocina de las amas de casa que se ha hecho siempre en este país. El cocinero es el que se tiene que dejar ver, tiene que dominar, tiene que tener poderío, demostrar una serie de cosas. La cocina de las amas de casa es al revés. Yo pertenezco a una casa. De las casas abiertas que digo yo.

─ ¿Casas abiertas?

─ Casas abiertas en el sentido de que los negocios no se hacían ni en el restaurante ni en el hotel ni en otro lugar. Se hacían in situ. Venía un cliente a comprar al caserío y terminaba comiendo en la mesa de la casa. Había otro tándem, vamos a decir así, que encargaba una mesa para comer determinadas cosas para probar sidra. Mi madre cuando bajaba al mercado a vender sabía que para tal día necesitaba la mejor merluza, las mejores almejas, los espárragos, los guisantes... porque tenía que preparar una cazuela de merluza en salsa verde. Las cazuelas de cogote de merluza en salsa verde de mi madre eran históricas. Cualquier día hay que volver a poner, para que no se olvide.
En resumen. A lo que venía esta conversación. Son dos cocinas diferentes. La cocina de ama de casa era para complacer las necesidades del momento y la otra, la del cocinero, es para potenciar un poder.
 
─ Potenciar un poder.
 
─ Sí. Esta es la definición. Por ejemplo, este pueblo, Astigarraga, se diferenciaba por las cocineras que había en las casas y en las sidrerías. La sidra era un complemento económico del caserío. Pero no sólo cocinábamos para los comerciantes de sidra; si venía el notario o no sé quién, ese día también se le preparaba una comida. Como la mesa ha sido y es el sancta sanctorum de todos nuestros acontecimientos, pues ese día también había que preparar una buena comida.
 
─ ¿Recuerda usted alguna buena comida en especial?
 
─ Pues sí, recuerdo una vez siendo yo muy niña que hubo un juicio muy importante en el pueblo. Claro, te puedes imaginar dónde comió el juez: en la mesa de nuestra casa. Cuando acabó, ese señor dijo que volvería otra vez a potenciar un juicio en Astigarraga solo por comer otra vez como comió aquel día en el Restaurante Roxario. Estas son cosas que se te van quedando, que te van cultivando en la mente la idea de que la comida tiene importancia, que la receta la tienes que hacer de tal manera, que la cocina la tienes que consagrar.
La diferencia, volviendo a la cocina del ama de casa y la del cocinero, está en el cómo y en el por qué.

 

Algo de esta idea de hacer negocios en las sidrerías queda actualmente. En la mesa de al lado hay una reunión de notables que son la versión vasca de la tertulia más inteligente de la radio (Los últimos de Filipinas). Todos educadísimos, sobre el rojiblanco tapete de cuadros reclinados, hablan entre bocado y bocado de valores bursátiles, grupos aseguradores, fondos de cohesión europea, presidencias de juntas de accionistas. De repente, uno de ellos pregunta a los contertulios:

─ ¿Sabéis que la demanda de pólizas de seguro va a caer en un 60%?

─ «¡Oooh!»

Exclamamos todos. También uno, que tiene la misma familiaridad con el mundo asegurador que el artista adolescente con el arquitabre. Vuelvo a Txaro:
 
─ ¿Cuándo fue la primera vez que se puso usted delante de una sartén?
 
─ ¿Delante de una sartén? Ufff. Tendría cuatro años, o por ahí. Mi generación todavía nos criábamos en la cocina. La cocina ha sido el hábitat y el desarrollo de las labores de toda la jornada. El Restaurante Roxario era en origen un caserío. El caserío tenía diferentes complementos. Tenía ganado, huerta, frutales, gallinero… había un abanico completo de producciones. Cada época del año tenía lo suyo.
Con el andar de los tiempos los temas del caserío se han especializado. Por ejemplo, mis hermanos se han dedicado todos a la producción de sidra, que ya mis padres definieron como negocio bastante potenciado.
Por otra parte, existía este comedor, que era la matriz de la casa, vamos a decirlo así, y que funcionaba como restaurante y comedor de sidrería. Entonces, yo me decanté por esta parte del negocio y así fue como me hice cocinera profesional.
 
─ ¿Cuál es el recuerdo más perdurable que tiene como cocinera?
 
Txaro Zapiain, mira unos segundos hacia las recias vigas del techo del caserío familiar y nos descuelga un souvenir tan entrañable como ella misma:
 
─ Fue hace cuatro años cuando un comensal me expresó con toda la sencillez cómo había comido. Es un señor que es de aquí de la zona, que me conoce desde chavalilla. Cuando acabé el servicio, bajo al comedor como hago siempre para saludar a los clientes y ver cómo han estado. Cuando me acerqué a este que te digo, me espeta: «Txaro, te voy a decir una cosa que se puede decir más alto, pero no más claro: he comido muy bien». Entonces yo me quedé muy satisfecha.
 
Esto es lo que decíamos antes con la ecuación que demuestra que comer cocina vasca de etxekoandre es igual a comer siempre muy bien. Sin equivocarse. Ahora vamos a interesarnos por el resto de elementos que intervienen en la infalible expresión algebraica de la cocina vasca, la que siempre sale bien, según la cocinera Txaro Zapiain:
 
─ Dígame por favor dónde está su trabajo en la cocina, Txaro.
 
─ El trabajo en la cocina está en perseguir cada día el mejor producto y tener la capacidad técnica para dominarlo. Esto es, saber cuál es el mejor tratamiento culinario para cada uno y dárselo. Luego está el tema del tiempo. Cada producto tiene el suyo propio de maduración en la huerta y en la cocina cada elaboración tiene también su propio tiempo para llevarse a cabo.
 
Como su extraordinaria Tortilla de Bacalao Roxario, que tarda una hora en hacerse y es un plato que hay que comerlo agarrado a la mesa, para no levitar. Este un plato por el que merecería vivir en permanente Cuaresma.
 
─ Pues muchas gracias. Estas cosas son las que la reconfortan a una como cocinera. Y así es, la tortilla de bacalao es un plato muy laborioso que tardo una hora en preparar. Pero es el que más piden. Es el rey de la carta de la Sidrería Roxario. Parece que a la gente no le importa esperar.
 
 
                                                           Tortilla de Bacalao Roxario
                               (http://www.lomejordelagastronomia.com/aulas/tortilla-de-bacalao)
 
Esta es la misma filosofía temporal que rige sobre la agricultura estacional en el País Vasco. Aquí no hay ni más ni menos que lo que hay; y si no hay, pues no hay, y así no se fatiga la tierra con la superproducción intempestiva. Y claro, así no brotan insípidos los productos, como en otras partes donde no se respeta el ritmo natural de la Naturaleza. En esta tierra las cosas saben a lo que son. El tomate sabe a tomate, la lechuga a lechuga, etc.
 
─ Igual para el comensal. También tiene que saber aguardar el ritmo de la cocina. Si para que un plato esté correcto tiene que esperar diez minutos más, pues tiene que esperar diez minutos más. Porque una merluza rebozada no se la puedo tener hecha media hora antes, ni un pescado, ni nada. En esta casa trabajamos todo al momento.

Hasta ahora llevamos tiempo, inspiración y dominio técnico del producto. Déme por favor más datos acerca de esta primera verdad de la cocina: el producto o materia prima de elaboración en la huerta que abastece al Restaurante Roxario:
 
─ Excepto la alubia negra, que es de Astigarraga y me las trae un productor, todos los productos que empleamos en la cocina salen de nuestro huerto. El Pimiento del Cristal es un ingrediente que si no lo cultivas tú mismo no lo tienes. El motivo es porque se trata de un género que no produce. Mira, si plantas una guindilla, por cada hoja te da un fruto; si pones un choricero de salsa, como los de Gernika, te da lo mismo: un fruto por cada hoja. Pero si siembras otro tipo de pimiento te da un montón, como el choricero italiano o cualquier otro.
─ ¿Y el Pimiento del Cristal?
 
─ Lo mismo. El Cristal es un pimiento exquisito pero que no te da producción. Con lo que te encuentras con una planta que te está ocupando la tierra desde mayo hasta noviembre. Y si consigues recoger diez frutos de cada mata, como los que están en el plato, te puedes dar por satisfecho. Luego, también es muy difícil de trabajar, porque pelar el Pimiento del Cristal tiene tela, porque tiene una piel finísima, finísima. Yo digo que es un pimiento que lo tiene todo: sabor, suavidad y complicación para cocinarlo.
 
 
                                                             Pimientos del Cristal
 
 
─ El Pimiento del Cristal, que era el primero que yo había conocido en la huerta de mi casa, lo empecé a utilizar de nuevo en mi cocina por el programa que hacía Rafael García Santos en la radio. Coincidía también con un momento en que buscaba como cocinera rescatar platos de otras épocas.
 
─ ¿Cómo cuáles, Txaro?
 
─ En aquella época revivimos la Sardina Vieja, que hoy servimos con una tira de Pimiento Asado y una Ensalada de Corazón de Cebolla que le va muy bien; Revivimos la Zurrukutuna. entre otros platos.
 

                                         Ensalada de Sardina Vieja con Pimiento y Corazones de Cebolla
 
La Zurrukutuna es un plato que preparan en muy contados lugares del País Vasco. Uno de ellos es el Restaurante Roxario.
 
─ Rafa fue el que nos puso a todos los cocineros a recuperar los platos históricos de la cocina vasca que no se hacían y han vuelto a hacerse gracias a su esfuerzo. Ya sabes que es muy convincente.
 
Lo sabemos perfectamente. Hablamos ahora con Txaro de la importancia que tuvo Gregorio Marañón para la cocina vasca. Cuando prologa en el primer tercio del siglo XX el recetario La Cocina de Nicolasa, este escritor extiende por toda España la idea que asocia cocina vasca con cocina de calidad. Aunque la cocina de Txaro Zapiain no tenga mucha influencia de Nicolasa.
 
─ Dígame, Txaro. ¿Después de Marañón qué otro gran intelectual ha tenido la cocina vasca?
 
─ Estaba Busca Isusi, de Zumárraga. Pero sin ninguna duda, el gran intelectual que ha tenido la cocina vasca, el que la ha hecho universal es Rafael García Santos. Esta es la persona, muy buena persona, por cierto, que más ha luchado por que se conozca la cocina de este país en todo el mundo. Gracias a él, la cocina vasca, toda la cocina vasca, ocupa en el mundo el excelente lugar que ocupa.
 
Continuamos indagando con Txaro en las variables de la ecuación que hacen infalible la culinaria de etxekoandre:
 
─ ¿Le ha influido Nicolasa en su cocina?
 
─ Te confieso que Nicolasa prácticamente no la conozco. No ha sido parte de mi formación. Mi conocimiento de la cocina es la cocina de mi madre.
 
Siempre se habla del padre de Txaro, el llorado Roxario Zapiain, pero esta es una buena oportunidad para conocer más acerca de su madre.
 
─ A mi madre le gustaba mucho la cocina. Ella iba a vender a San Sebastián. Iba primero la Plaza de la Constitución y después al Mercado de La Bretxa para vender frutas, verduras, lo que fuera. Ella iba a vender y al mismo tiempo compraba. Había un entorno muy bonito y muy elegante, era un núcleo social en aquella época. Íbamos a comprar pescado a determinado lugar y le decía mi madre al pescatero: «¿Para la sopa de pescado qué me das? y esto cómo lo pongo». Mi madre era muy cuca también y preguntaba todo. Así, vas captando cosas, trucos, recogiendo datos y te haces con una información de base.
Luego está también la figura de mi abuela, que fue cocinera de la aristocracia de San Sebastián en el declive de la época Romántica. En este sentido, he tenido una base muy sólida de recetas de cocina, aunque todos los días descubres cosas, porque la cocina es muy cambiante. Y los ingredientes de las recetas antiguas no son los mismos de hoy. Por ejemplo, una harina de trigo o de arroz de hace 25, 40 o 60 años no es el mismo tipo de harina que se fabrica hoy.
 
 
  
                    Chorizo a la Sidra                                Alubia de Astigarraga con Morcilla de Cebolla
 
   Chuletón de Viejo y Botella de Sidra Zapiain
 
─ Usted también es cofrade.
 
─ Sí. De la Cofradía del Guisante. El guisante es otro de los manjares que tenemos en este país. Es un producto que hemos conocido desde siempre y hemos trabajado de forma muy selectiva. Es decir, si en la temporada del guisante no había guisante tierno, las vainas recién nacidas se utilizaban para potenciar el sabor de la salsa verde. Con esto te quiero decir que ha estado muy introducido en la cocina vasca. Solo se produce prácticamente en esta zona. En la zona baja de Guipúzcoa, esto es, la que está cercana al mar. Si vas a un mercado a la zona alta, de Tolosa para arriba, esto es el Goierri, que decimos nosotros, verás que no producen el mismo guisante joven que producimos nosotros, el guisante de lágrima, que siempre se le ha llamado guisante pequeño. Y eso es porque el clima no lo permite.
 
─ Hábleme de sus postres, por favor.
 
─ Los postres los elaboramos siempre por variedades de manzana. Aquí tienes dos dulces de manzana de dos manzanas diferentes y en dos texturas. La primera que tienes ahí, la más clarita, es una variedad silvestre. Y la otra, la que está en un rulo, es una manzana de sidra, que se llama Moko. Ambas son ácidas, pero esta tiene mayor amargor. Y lo amargo potencia mucho los sabores. Son de sabores los dos muy potentes pero diferentes. El trabajo es elaborarla, porque todo es manual en esta cocina. Todo. El tradicional de la Sidrería es un plato con Queso Idiazábal, nueces y membrillo o algún otro dulce de manzana.
 
─ Catamos y no decantamos por la manzana de sidra.
 
─ Sí. Esta variedad ha estado en nuestro huerto desde siempre. Fíjate. Sabemos que existía este caserío por documentos anteriores al siglo XV. Pero la manzana llegó antes. Aunque en el Restaurante Roxario elaboramos todo tipo de postres, de leche, arroz, etc.
 
─ ¿Cuánto antes?
 
─ No sé. Siglos. La manzana vino de Japón, entró en Euskadi por la costa vizcaína y de ahí se extendió su cultivo por toda Europa.
 
Txaro despoja a la botella de sidra el escanciador que nos colocan a los profanos de sidrería, la eleva en el aire y deja caer a continuación un golpecito, o txok, de sidra en cada vaso. Ahora o nunca, hay que beberla rápidamente, no hay tiempo para brindis. Es un trago de pura tximparta. La sidra Zapiain es excelente, puro batido de espuma de manzana.
 
 ─  La primera sidra que escancia, ¿verdad?
 
 ─ Sí (ja, ja, ja).
 
 
                                                          Postre de Caserío
 
 

Txaro es una gran conversadora, muy agradable, muy amena y con muy buena memoria. Es también muy independiente, muy decidida y muy cariñosa.

─ Cocinera y repostera de éxito, cofrade... No parece que le haya afectado mucho ser mujer en este mundo de cocineros, que escribía hace poco en estas pantallas nuestro querido Cristino Álvarez / Caius Apicius (http://www.lomejordelagastronomia.com/firmas/la-cocina-actual-un-mundo-d...).
 
─ No. Yo desde pequeñita he sido muy independiente. No solamente en la cocina, eh. En el año 1966 esta chica se fue a París dos años. Que fue un escándalo en aquella época. 
 
─ Se fue usted a París a estudiar cocina.
 
─ No. Me fui a estudiar francés. En un caserío la cocina no se estudia, se practica. Después de estar en París me fui a Alemania...

 

Esta vez no me sorprende mi interlocutora:

─ ¿A estudiar alemán?
 
─ Sí. Estuve dos años en Alemania y allí me pilló el Mayo del 68.
 
─ Txaro, no me diga que también ha sido hippy.
 
─ Esa historia te la cuento otro día, porque tienes que venir en verano con Rafa a probar mi tomate de aire libre y algunos platos más del recetario vasco antiguo que estoy ensayando.
 
Txaro Zapiain me despide afectuosamente ante las tres pantagruélicas cupelas de sidra que forman parte de la historia de la familia Zapiain. Una estirpe cuyo apellido está asociado al de la sidra, más o menos, desde los tiempos de Adán y Eva.
 
─  Agur, Fernando.
 
─ A sus pies, señora.
 
 
                                         
                              
                                                                                      Fernando Sánchez, Astigarra, 02.01.11
 
 

 



Jürgen Dollase

Olé, ideas desde España

Las ferias gastronómicas españolas marcan la pauta de los eventos culinarios. Pero ahora no sólo se sitúan a la cabeza los chefs españoles. ¿Quién les ha alcanzado?

Los importantes congresos gastronómicos españoles siguen siendo los más reconocidos como escaparate internacional de las tendencias más actuales en el arte de la cocina. Sin embargo, en ningún caso deberían confundirse con los festivales gourmet convencionales, que actualmente pueden encontrarse en cualquier parte. Los principales tres congresos españoles, “Lo mejor de la gastronomía” (celebrado por primera vez en 1998 y trasladado el año pasado de San Sebastián a Alicante), “Madrid Fusión” (fundado en 2003) y “San Sebastián Gastronomika” (fundado en 2009), no sólo ofrecen todo un despliegue de novedades, sino que dejan entrever una gran presión creativa. Aquel que recibe una invitación para presentar sus creaciones en estos eventos, tiene posibilidades de conseguir un reconocimiento internacional, por lo que reflexionará al máximo para seleccionar los platos que puedan sorprender al público.
No obstante, en esencia, estos congresos son principalmente eventos de y para los chefs y productos españoles, para los que esta plataforma, obviamente, es óptima. Este año, el programa y las presentaciones de la decimosegunda edición del “Congreso lomejordelagastronomia.com ", una vez más dirigida por el diligente y visionario Rafael García Santos, han despertado un interés diferente. Algo ha cambiado: Ferran Adrià, tras anunciar el fin del concepto de “El Bulli” para el año 2012, en cierta manera ha pasado un poco a ser considerado como una “vieja gloria”. Parece haber jugado ya todas las cartas con su investigación increíblemente diferenciada en el ámbito de la variación de los estados de agregación (texturas, temperaturas y sus múltiples funciones). En parte, el futuro parece mirar hacia Escandinavia, donde René Redzepi & Co. vuelve a apostar por el punto número uno de los cinco pilares del arte culinario, es decir, la selección del producto (los cinco pilares son: selección del producto, preparación del producto, aromatización, variación de los estados de agregación y construcción culinaria).
En el caso de los participantes españoles, parece quedar patente lo que ya venía observándose en los últimos años. En España, igual que en Alemania, hay una “generación de oro”, es decir, un número limitado de chefs que han entendido el desarrollo de la materia en el momento adecuado, y han conseguido y consiguen creaciones sorprendentes. Sin embargo, no parece que nadie vaya a tomarles el relevo.
Este año vuelve a deslumbrarnos Quique Dacosta de “El Poblet”, en Denia, que en parte está desarrollando un nuevo lenguaje de formas y una estética de la presentación que recuerdan notablemente a la tendencia del Informalismo de las artes plásticas y casi hacen imposible identificar visualmente los productos gracias a la variación de estados (por ejemplo, con su arroz con cítricos y diferentes elementos del bacalao). El mismo Adrià juega ahora con los elementos del arte: su “cacahuete falso” (un cacahuete aumentado relleno de crema de cacahuete) o un tipo de flor monocromática hecha de pétalos de rosa y hojas de alcachofa, guardan cierta reminiscencia con el Pop Art. Joan Roca, de “El Celler de Can Roca”, en Girona, uno de los creativos mejor considerados, sorprende con una ostra minimalista al vapor de Manzanilla Pasada o un “cromatismo verde” entre berro, shiso, eucalipto, melón, aguacate, lima y un caramelo del famoso licor de hierbas francés Chartreuse.
Josean Martínez Alija, del “Guggenheim” de Bilbao, ha seguido concentrándose en su línea purista. Sus composiciones tan visuales consisten, por ejemplo, en combinar un tipo especial de judía con jerez y pimientos verdes (como aire y como caldo ligero con regaliz). En cambio, resultan algo torpes otros intentos como el de Ramón Pineiro (del Restaurante de la bodega “Marqués de Riscal” en Elciego) de querer reproducir en el plato el espectacular hotel de la bodega construido por Frank Gehry.
Desde hace años, está claro que el desarrollo y el perfeccionamiento de muchas ideas de los creativos españoles no necesariamente encuentran el clímax lógico en su propio país. En este momento están ganando un peso considerable otros chefs con trabajos igualmente modernos. Entre ellos se encuentran siempre italianos como Massimo Bottura, de la “Osteria Francescana”, en Módena, por ejemplo, con un assemblage cuadrado de nueve pilas diferentes de tiras finas de verduras sobre un tipo de salsa de pollo enriquecido con aromas. El título típico para Bottura: “Pollo, pollo, pollo, ¿dónde estás?”, además de su significado real, también hace referencia a la compleja relación aromática en la que la salsa (y, por tanto, el aroma del pollo) se interpreta de forma diferente a través de cada verdura.
El único representante alemán es Joachim Wissler, que lleva unos años gozando de buenas relaciones con España. Uno de sus platos es una exquisita transformación del plato clásico de Colonia “Halver Hahn” que engaña a los sentidos. Otros representantes demuestran lo rápido que pueden extenderse internacionalmente algunas ideas, como la creación de un tipo de motivos asociativos concretos. Jonnie Boer, de “De Librije”, en Zwolle (Países Bajos), tiene una nueva versión de “Ostras en la playa”, y Yoshiaki Takazawa, de “Aronia de Takazawa”, un extraordinario chef japonés de Tokio con influencias europeas, presenta una “Cena en el bosque” que parece estar servida sobre el suelo de un bosque.
Stefan Wiesner, de “Gasthof Rössli”, en Escholzmatt (Suiza), es desde hace años uno de los chefs más particulares de Europa (F.A.Z. del 27 de noviembre de 2004) que por fin ha conseguido un mayor reconocimiento internacional. Su huevo ahumado con turba y salsa de Single Malt Whisky ya tiene todo un historial, pero parece ser que ahora ha encontrado verdaderamente su sitio, también gracias a su experiencia con René Redzepi. Conclusión: en estos momentos se está consolidando una élite culinaria muy vanguardista.



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Tapenade Noire Les Terroirs de Tourtour y Brin de Provence


Specialites Claude Catrice

País: Francia
Localidad: 83690 Salernes
Dirección: Zone Artisanale La Combe
(+33) 0494705618
Precio: 4,5€ and 7€ for 80 and 190g jars


It has been now more than 20 years since Claude Catrice, engineer by ISAL, has been making different Provençal specialties in a traditional way under the brands Brin de Provence and Les Terroirs de Tourtour : anchovies cream, tomato coulis with basil, pistou, and this outstanding tapenade.
This black olive tapenade, which won a Gault&Millau contest against different brands, marvellously reflects the authentic and original flavor of the sauce. The most appreciated element is the palatal and tactile naturality of the olive, which expresses itself in both nose and mouth (it must be chewed) and plays a decisive role among the other components, that enrich the whole in a more discreet way.
67% black olives, 13% red wine, olive oil, water, garlic, mustard, capers in vinegar and herbs.
You can find the Brin de Provence version at Peyrassol, 13 rue Vivienne, 75002 Paris (Tel.: +33 0142601292).
 

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