Maruja Botas es un personaje novelesco. Una señora que admite a quien ella quiere a jamar en su casa -que a ciencia cierta no se sabe si es un restaurante- el cocido maragato más famoso de Castilla. Repetimos; existe una pega, es imprescindible enseñar la patita por debajo de la puerta antes de que se la abra a nadie; hay que se amigo o ser examinado. También existe una artimaña, presentar las credenciales de Magín Revillo y Nuria Guitard, que han contribuido a su celebridad en el programa de RNE “No es un día cualquiera”, a quienes nunca estaré suficientemente agradecido por haberme descubierto a tan lúcida dama y consumada guisandera. Por tanto, ponga por delante el nombre de tan brillantes periodistas para disfrutar de la gracia y de las gracias de la anfitriona, que canta, toca las castañuelas, cuenta chistes, ironiza de políticos, vacila con los clientes, celebra bodas maragatas, se pone el mundo por montera… ante los olés del respetable, que se entrega a la faena, inolvidable. Pero si el cotarro es de época, con el gitano Aleluya tocando la guitarra y cantando a los cafés, coreado por los ahítos y felices cómplices, la tripada no le va a la zaga, atestiguando que esta mujer tiene duende.
Primer servicio, fuentes repletas de viandas. Morcillo de vaca, excepcional. Pie y oreja de cerdo, para pringarse sin rubor en la gelatinosidad. Tocino, para seguir sacándole sustancia a la vida. Chorizo, que pone color a la fiesta. Gallina, por aquello de cumplir con la tradición. Y relleno, trozos y trozos de jugoso y suculento relleno, que convierten el pan nuestro de cada día en bendito manjar. Dos o tres pedazos de cada, hasta que el cuerpo aguante.
Será necesario pedir una pausa para afrontar la segunda tanda, otra fuente inmensa, descomunal, en esta ocasión de garbanzos de la tierra, mantecosos y gustosos, que se acompañan por una montaña de repollo, hecho durante horas, como gustaba al obispado de Astorga.
La sopa es para ahogarse de sabrosura, excelente en género, ancestral en la cocción de los fideos que, como mandan las costumbres en la región, han de estar “bien hechos”.
Y para rememorar nuestra niñez: un bol de natillas, gorditas, con galleta María incluida y merengue. Y un poco de bizcocho maragato, no vaya quedarse alguien poco complacido. Y guindas en aguardiente, que reparte Marisa a tenor de los piropos recibido, o de la jerarquía de los asistentes. Y orujo.
Un kilo y medio de felicidad y hasta el año que viene. Que esta casa es de esas a las que se vuelve, por goce y amistad.