Pablo Pelayo sigue las costumbres ancestrales del lugar. La primera es procurarse la mejor mantequilla procedente de las vacas de Cantabria y, luego, aplicar una esmerada técnica de elaboración, propia de la mejor pastelería artesanal. Una y otra posibilitan un producto extremadamente delicado, tanto en gusto como en textura. Jugosos, esponjosos, exquisitamente mantequillosos (100%), imperando este sabor sobre el azúcar, los huevos y la harina de trigo, muy equilibrados, con la justa dulzura. Insistimos, suculentos y fáciles de comer dadas su nobleza, refinamiento y liviandad. Siempre mejor los grandes, siempre mejor cuanto más frescos. En verdad naturales, sin conservantes, ni colorantes. La etiqueta aconseja calentarlos en el horno, lo que potencia su manjarosidad.