DAVID GARCÍA. TOP CHEF.

 David se rompe mucho la cabeza. Y hasta pudo haberla perdido. ¡Con qué facilidad la luz de los flashes pueden cegar la vista! Pero su caso no es este; por encima de la fama sigue conservando la misma humildad de la familia que proviene, de una cocina sencilla, en un rincón profundo, cuando el capricho de un niño era materializar el sueño de tener su propio espacio gastronómico. (En este caso dos, Tomás Tradición y TO [+] Restaurante, que abren al mismo tiempo cinco servicios semanales viernes y sábado mediodía y noche, y domingo mediodía. El resto de la semana, los trece en plantilla realizan eventos corporativos fundamentalmente. Un fórmula en el tradiCió que funciona muy bien, muy canalla, para compartir; una carta con distintos apartados: HUEVOS, EN MEDIO DE MESA,  DEL MAR, DE LA TIERRA, DE SIEMPRE, Fritos, Las ensaladas, Moluscos, De Cazuela. Y el Gastronómico...)

En 2008 arranca el remozado establecimiento con carta y degustación. El cliente busca sencillez y escapa a los caprichos del artista exigiendo concreción y olvidando el resto. Desde entonces y hasta el 2014, remar a contracorriente. Y llega Top Chef. Y adiós carta en el gastro: el poder de los medios al servicio del chef. Y aumenta la plantilla, y el negocio luce, y el David reluce. Seguramente por momentos uno se equivoca, nublando su mente con humo y llenando su alma de aires. Y esa espiral le lleva a complicarse más de lo que debe. Pero esto es la vida. Parece mentira que exista la estúpida unión de equivocación y aprendizaje adherida al desarrollo humano.

El momento tele va pasando, el barroquismo tecno de la influencia, la complicación premeditada, la desconexión en la conjunción de sabores... todo esto poco a poco pasa a ocupar un lugar anecdótico.

Este menú, Orígens, puede llegar a significar un antes y un después en la vida profesional de García. David se siente bien consigo mismo. Hace lo que cree que sabe, busca el sabor, concisión, la recuperación del producto con sus recetas costumbristas, eso sí, con la delicadeza, y también la contundencia, propia tanto de la situación como de la persona. Ahora sirve lo que le gusta, ahora hace lo que siente, ahora come como vive. Mejorable, por supuesto, siempre podremos opinar que si el punto de sal, que si sobran estos brotes... pero la línea borra curvas, traza rectas y comodidad conceptual.

'Esencia de Tradición'. La tradición marcada en la elaboración, en la práctica y la memoria de la cocina de la zona, de su área física pero también vivencial. La esencia busca el producto, el método y puesta en escena sin derivaciones modernistas incontrolables, pero sobre todo, busca en el recuerdo el sabor olvidado.

Y como el chico no deja de comerse la olla, necesitará el confort empresarial, el reconocimiento del sector, el aplauso del cliente para saber lo que nunca se puede asegurar: que la apuesta es segura. Lo que siempre quedará es la satisfacción de haber realizado lo que has creido y sentido. Aunque David, siempre seguirá pensando...

Orígens es una vuelta por el pasado con la mirada en el presente. 

Un inicio declarando intenciones. La simpleza y generosidad con la que se ha vivido en la casa se manifiesta en el aperitivo; una ostra natural Guillerdeu, perfumada con un chorrito de un aceite de la zona muy afrutado, Corbella, escoltada por unos limpios en fritura boquerones a la andaluza y una croqueta con grandes tropezones de codillo y contramaza de Hoja del Carrasco, de corteza crujiente, preciosista, un poco densa en contenido y continente.

Arranca el menú sutilmente una suculenta caballa marinada "a la japonesa", graciosista, divagando placenteramente en agridulce, pellizcando avinagradamente unos encurtidos, (altramuces, pepinillo, alcaparra y cebolleta), mordiente; un fresco caviar de aceite, y un rugoso tomate versión Chicote, confitado con salsa de soja. Bajo esta pieza y sus aderezos, una reducción caramelizada del agua de escaldar el fruto de las solanáceas.

Inconmesurable el foie, de pato de Lérida ecolólgico, pintado con clara de huevo y aromáticas como el romero y el tomillo, cocinado cubierto de sal, marcando al límite el punto, equilibrando el plato con un baño de agua de calabaza sobre la que flota una brunoise de la propia y zanahoria, además de piel de naranja confitada, impregnando regodeo y lozanía unas láminas de trufa.

Perversión sin ataduras. En una suculenta crema resultante de triturar en el agua de cocción de unos mejillones originales Delta del Ebro, pan frito y ajo tostado, añade portentosamente dos texturas de panceta, una cruda en daditos curada con un poco de sal, la otra cocinada a baja temperatura y marcada a la plancha, un trocito de pulpo cocido también marcado, y el molusco reservado de la crema que alegremente discurre. Ya no sabes si meter la cuchara, mojar el pan, bebértelo todo o ponerte a bailar...

De verdad, que en los tiempos que corren hay que ser valiente para escapar de lo estridente. Delante de ti unos fideitos a la cazuela, de gustoso caldo de pollo y gallina reducido a glasa, oscurecido, potenciando el sedoso bocado, recordando en cada trago aquellos sofritos clásicos de ajo, pimientos, tomate, vino blanco y Pimentón de la Vera; sofrito que sirve de hilo conductor para acompañar el cuchareo con una melosa cresta de gallo que presenta a la par, rociada con carquinyolis (pasta crujiente dulce hecha con almendra) y maíz crujiente liofilizado, texturizando y divagando sobre si aquello fue primero o esto va después.

'La seguridad de la gracia viene de la buena conciencia.' La vaina de un calamar limpia marcada en la plancha; el tentáculo frito enharinado de garbanzo; en la base un mole a la catalana y un puré de col asada, incitando a jugar con las partes, a mojar en las bases, a disfrutar como un niño y a sentir como un adulto los efluvios de la trufa que bautizan la ceremonia.

¡Brutal! ¿Sería usted capaz de apartar unas almejas de Carril, abiertas únicamente al vapor, con un toquecito de hierba luisa sutituyendo al típico laurel, para gozar plenamente de un tendón de ternera, cocinado con ese sofrito del que hablamos al que irradia lavanda salvaje refrescando la experiencia? No se preocupe, no le van a castigar por ello. 

Por cierto, la bebida está a la altura de los manjares servidos. Permitan que la invisible Claudia deje volar su imaginación. 

Los grandes tempos del pichón. Así es queridos. Algo increible lo de este menú degustación. Vengan ustedes afeitados, que de aquí no salen sin barba. Lo dicho, en tres tempos al unísono. El magret a baja temperatura se marca en la salamandra por la piel y se presenta tornasolado sobre una rejilla que esconde un arroz bomba cocido con el caldo de sus carcasas, y más trufa, y venga trufa, arriba y abajo, ¡qué generosidad! Por cierto, delante de ti han acomodado un plato hermoseado con remolcha, de justo dulzor y terrosidad, para que dispongas a tu antojo los elementos y disfrutes con La Última Cena. Seguimos que me pierdo. Un paté de sus interiores, hígado y corazón, salteados y flambeados con armanyac, sal y pimienta triturado con mantequilla, también forman parte del festín medieval. Si bien puedes untarlos con el pan -porque en esta casa se come con pan- o meter el tenedor directamente y chuparlo hasta sacarle brillo, aprovechando el magret y el arroz servidos ya en tu plato rojizo, lo propio sería mezlar los distintos elementos con los salmis y vivir la vida, que sólo tenemos una. ¡Ay si este chico hubiera nacido antes! Pero esto no acaba aquí. Que no, que no, que no, que no...  el quinto elemento. A estas alturas ya te desprendes de los utensilios de metal y actúas de Caballero. Es tiempo de guarrear. porque ahí están, no se han movido desde que comenzó el baile, esos muslitos y esas alitas guisadas tradicionalmente en el caldo oscuro de las carcasas del pichón. ¡Al ataque!

No van a entender nada, pero esto continúa. El orden de factores no altera el producto. De repente, hace ¡chás! y volvemos a los años 80. Siempre fuimos unos rebeldes. Tenía miedo David de que con tan pantagruélico festival de sabores no llegara en plenitud al ave y decidió acortar los tiempos, (Iluso). Aquí sigo, hasta el final. Lo mismo que antes trocando montaña por mar. Permanezcan sentados ante el "suquet" de pescado de costa. Tres, eran tres. De primero, un sedoso tartar de gamba de Sant Carles acompañado de una tosta de pan frito con alliolli, lo propio de la Costa Brava; añade en su timidez una cigalita de la misma procedencia abierta por la mitad atemperada, aderezada con sal, pimienta y aceite de ajo, presentada reposando en un mármol calentito. Y por último, y no por ello menos importante, el suquet, inmenso, gustosísimo, delicioso, para brindar con él, sobre el que flotaban sus compadres, un taquito de sargo, ideal en su compañía, y una gulesca patata bouchon. Salvo por la dificultad de masticabilidad de la piel del pez y de la vajilla, para no dejar ni rastro. 

¿Creía usted que se iba a quedar con hambre? Pues nada, que esto no se acaba. En vivo y en directo, la segunda interpretación de los 80. Plato catalán por excelencia: ternera con setas. En sustitución de la usual falda, reduciendo, reduciendo, la lengua cocinada como una royal, con paciencia adquiere la misma estructura, deshilachable; matices anisados, clavo, laurel, romero... que encaja a la perfección con el puré de coliflor torrefacta, inspirado en la preparación de Sergio Bastard, que consigue añadiendo café, además de unos rebozuelos frescos infusionados y texturizados con gel espesa. GRANDEUR.

 

Como David fue pastelero antes que cocinero, goza los postres. Esponjoso, jugoso, cumplidamente caramelizado el pain perdú, (torrija francesa), sobre el que dispone un herbáceo helado de romero, y acompaña de una serie de complementos, a cuentagotas, al libre albedrío: emulsión de yogur griego, lemon courd, gel de apio, gominola de jengibre; acidez, frescor, picante, transformando un calórico dulce en un bocado sibarítico. 

En el interior de una tuneada siempre venerada caja de aquellas galletas de mantequilla que jamás olvidaremos, dispone con delicadeza, helado de yogur, carne de membrillo, crema de leche merengada, trufa de cointreau, cereza confitada, coco rallado, yogurt liofilizado, y una arena de las propias biscuits grabando en tu alma el imborrable 'recuerdo de una caja de galletas'.

 

Ya te puedes sentir orgullososo David de alzar la bandera catalana. Y de agitarla, ¡qué se vea a lo lejos! Porque la memoria, la tradición, la esencia, lo autóctono, el entorno... en esto de la gastronomía, nos gusta a todos.

Esto es en lo que cree, lo que quiere mostrar, con lo que disfruta, lo que le hace sentir bien.

Remember the time...

 


My name is Luca

11/03/2016 - Pablo Márquez

A propósito de Luca...

Luca inició su carrera en la vida estudiando empresariales, pero, como muchos de nosotros, el futuro lo vamos viendo al comenzar a caminar, así que un giro a la vuelta de la esquina y la primera prueba para saber si el plato le gusta, en Guisando, un negocio en el que uno de los socios es un tío suyo. Tras ese primer contacto ayuda a Segundo Alonso, (considerado su maestro), desde el minuto 0 a poner en marcha lo que sería La Torcaz, con la presión añadida de que Alonso era poseedor de una estrella Michelin en su otro establecimiento, La Paloma; pero cuando uno es joven trabajar más de doce horas por jornada seis días a la semana el cuerpo lo aguanta. Allí Rodi aprende a trabajar la caza, a retozar con los fondos, a respetar el producto y a conocer el restaurante en todo su ámbito puesto que Alonso no solo se ciñe a la cocina, sino que también se involucra mucho en la sala, en el trato con el cliente y el proveedor. 

Pronto surge la oportunidad de abrir su primer local con su tía Ana de socia, El Martín Pescador (nombre heredado del anterior dueño), en el que Luca actuaba de ayudante de cocina, sirviendo al mediodía un menú de oficinista, casero, mientras por las noches el mando lo asumía él mismo acompañado de su colega Ignacio Arce.

Tres años después se propone abrir un restaurante propio y comenzar un proyecto mucho más personal. Por el camino se cruza otro compañero, Victor Iglesias, que se unió a la aventura y así montan el restaurante Edulis. Un Bistró muy coqueto con cinco mesas, un total de 14 sillas, en el que la pareja cocina y sirve personalmente. Tres años divertidísimos con un trato muy directo con el cliente y en el que con unos recursos mínimos consiguen hacer un nombre con ese restaurante. 

Pero a los tres años se vislumbra un estancamiento,  los dos encerrados en la cocina haciendo una y otra vez  las mismas recetas, así que aprovechó, vendió su 50% del negocio y se largó a Sudamérica. Aterrizó en Buenos Aires y empezó a viajar sin rumbo. En Montevideo (Uruguay) se compró una moto y desde ahí cruzó a Argentina, pasó a Chile, subió a Bolivia atravesando el desierto de Atacama, el Salar y Uyuni, finalmente desembarcando en Perú por el Titicaca. Llegando a Lima contactó con Ignacio Medina, quien le puso en onda con Pedro Miguel Schiaffino comenzando a trabajar en su Malabar durante unos meses, aprendiendo recetas peruanas de la costa, andinas, y sobre todo amazónicas. Muy muy interesante.

Como todo lo bueno se acaba, cuando el dinero escasea vuelve a España y comienza de nuevo. Un asesoramiento de un pequeño bar de tapas que no llegó muy lejos y la oportunidad de dirigir las cocinas del hotel Termas Pallares en Calatayud, Zaragoza. Otra vez las maletas y para allá que se fue. Encontró una carta que abusaba de la cocina molecular de la cual  prácticamente no tenía conocimientos, así que tuvo que ser autodidacta y ponerse al día con estas técnicas. Durante el año que estuvo trabajando intentó darle un poco más de sentido. Estando en Zaragoza una llamada de nuevo de otro amigo de la infancia, Pablo Tamargo, y una nueva propuesta de ganancia conjunta. La primera idea fue organizar un catering para los oficinistas, de ahí la denominación de Dabbawala, pero el proyecto al fin acabó en restaurante manteniendo el mismo nombre. Pablo se ocupa de la sala. Ofrece un maridaje en cualquiera de los dos menús de degustación, el Menú Sensaciones (Jurel, Carabinero, Alcachofa, Molleja, Venado y Zanahoria), como ejemplo, que cuesta 40 € y el menú degustación (9 pasos a elección del chef)  que cuesta 52 €. Además disponen de una lista de 15 platos para quien no desee ninguna de estas propuestas. Una oferta sujeta a cambios continuos de platos.


Durante los cuatro años que llevan con este restaurante han progresado tremendamente. Al principio con muchos miedos hacían una cocina especialmente amable; poco a poco han ido evolucionando hacia una más personal, más creativa, y, si lo quieres, más de autor. El concurso Top Chef le permite conocer una parte de la culinaria que a él se le escapa, encerrado en sus fogones, que le está resultando muy sugestiva haciendo reflexionar un montón, aportando una visión mucho más amplia. Conocer a gente tan interesante, tan volcada en esto de la gastronomía, a cocineros, a personas de las que tiene que escuchar tantas cosas, con el fin de mejorar su formas. Se encuentra en un momento muy potencial, buscando su propia identidad y también muy ocupado porque además del restaurante atienden el cátering Quilicua y otros asuntos derivados de la fama.

Soy consciente de que Luca mejora con el paso del tiempo. Aún necesita marcar su lugar y crear su propio estilo. Y ser coherente, ya que no siempre se han hecho las cosas bien. Pero Luca se toma esto en serio, le joden las críticas, pero las encaja, y las escucha. Y quiere aprender, y seguir creciendo, y rodearse de gente con ganas, que vive con pasión y con seriedad la profesión. 

Así que ahora vuelve a trabajar 14 horas al día, las jornadas se le hacen cortas...esperando abarcarlo todo sin romper nada. 

 

 

 

A propósito del goce...

Nada más sentarte a la mesa,  un aperitivo compuesto por tres preparaciones partiendo de un elemento base común, las escupiñas, corpulentas y carnosas todas ellas,  servidas, para que te diviertas, jugando a este toca primero, quizás este mejor después, en tres elaboraciones cada cual más chisposa, más viajera, más canalla: la primera, según como se mire, regada sibaríticamente con un aceite de azafrán, matizada con la ralladura de la lima y un puré de calabaza; la secunda un avispado aguachile al que ingeniosamente sustituye la lima por el agua de encurtir pepinos y chalotas, y una última a modo de cebiche, en un no parar de tripear con el almejón. 

Acompasado el jurel en salmuera, fina, delicada, carnoso y terso a la vez, al que contraresta con acidez y cierto amargor de pomelo, sumando a la causa una pasta de aceitunas, un suave goteo de AOVE, el crocante de unos encurtidos vivos, pepino y chalota, que continúan la linea marcada en el aperitivo, refrescando el untuoso y ligero bocado el usual para el conjunto y herbáceo frescor natural del eneldo. 

¡OH! Te pones tenso, erecto, porque al dócil chef le da por proyectar, a estas horas, en horario infantil, una escena de porno duro. Te presenta sobre la misma mesa, sin ningún rubor ni templanza, un carabinero, desnudo, apenas tocado, virgen de seguro, al que solamente por aquello de la verguenza ajena arropa con un velo de tocino de bellota, echando más carnaza al veto, engrasando aterciopeladamente la pieza, salpicando tanto aromática como gustativamente la atmósfera creada con un fondo de las cabezas del crustáceo, aprovechando cada elemento hasta la saciedad, sin menospreciar las partes, como esa casquería que incorpora al plato, un tronco formado por taquitos de manitas de cerdo, groseras, grasosas, gustosas, gelatinosas, coronadas por la cabeza crujiente, deshidratada en fritura, limpia, a la andaluza, del bicho del mar; mar y montaña, el yim y yang, lo femenino y masculino; la oscuridad y la luz; la absorción y la penetración.

Y esto de haber pasado por Top Chef tiene sus ventajas. Allí compartió vivencias con Sergio Bastard, instigador de los balasámicos, de los matices herbáceos y el equilibrio de los anisados, sin enmascarar al protagonista. Y como a Luca le va la marcha te suelta tres en uno, muy intensos: tirabeque, atsina y regaliz, cada uno de su madre y de su padre, consiguiendo con mesura mantener la esencia del calamar de potera y su cuerpo, actor principal de la obra, moderando el dulzor del cefalópodo, de los crocantísimos y frescos tirabeques y la potente atsina, con un acertado y ponderado jugo al estilo de Ricard Camarena confeccionado con las aletas, las patitas y una chispa de jenjibre. Un traguito dorado de Somontano, floral, sujestivo, redondean el bocado.

Qué sutileza, qué sinceridad; técnicas intangibles; solo cocina y armonía.

Las personalísimas alcachofas se muestran asociadas a unas gelatinosas marinas a rabiar ortiguillas que lucen un ajuar crujientito, un nabo confitado en grasa de jamón ibérico que enriquece una profunda crema de erizos, que ciertamente pierde su fortaleza yódica al cocinarla, pero alarga suculencia. Un plato inamovible, equilibrado, de sabores largos con mucho post gusto, de esos que se paladean una vez los has tragado. 

El lomo de un salmonete apenas planchando, que ha cogido color y complexión atlética tras su paso por la gratinadora, reluce escoltado por unos grandiosos judiones de La Granja guisados en un caldo hecho con las espinas tostadas de la pieza y un fondo de pollo, que le da más profundidad a la cucharada, al que acompañan unos dados de remolacha a los que mantiene su identidad, contrarestando dulces con salados, la fuerza de la mar con la potencia de la tierra, conciliando pacíficamente los distintos caracteres de su propia naturaleza.

El siguiente plato muestra la búsqueda de una identidad esencial, simplista, monocromática por parte de Luca. En esas andamos; evolucionando, adoptando un estilo que lo lleve a conseguir más con menos; a disfrutar de lo supremo señero. A sentir lo único como un todo. 

Una 'simplona' oreja de cochinillo confitada, más delicada de comer que la de cerdo al carecer de ese consistente cartílago interior, la fríe en última instancia en aceite de oliva, y, bien escurrida, la pinta llanamente con una salsa Hoissin a base de batata asada, hinojo cocinado a baja temperatura, ciruelas pasas, miel de abejas, salsa de soja, soja fermentada, sake, etc. sin jugar al engaño del glutamato monosódico. Petrificado te quedas de la rumbosa pose de la modelo XL, escultural, garbosa. 

¡Por Dios! Seguimos celebrando la llegada al mundo de este señor. En ese vaivén de si me mojo si me seco, si el mar o la montaña, si el lujo o lo humilde, sitúa al mismo nivel opciones dispares. Dispone en la misma superficie unas colosales mollejas de ternera de La Finca, confitadas, de una interesantísima e incomprensible siempre textura, aterciopelada, única, creando una segunda apariencia marcándola, convirtiendo el bocado más comestible para el irascible, pasando del porno al exotismo al igual que con el tartar de gambón que lo escolta. Y para recrearse, una intensa y aromática salsa de pimienta de Jamaica, equilibrando por completo el lado oscuro una húmeda tierra de trompetas de los muertos, maltratada, primero confitada con mantequilla, luego ultracongelada, rayada con microplain y por último ahumada con soplete, que milagrosamente, por obra y gracia del chef, mantiene con persistencia los efluvios de las setas. 

Para sentirse orgulloso también el anticucho de paloma torcaz. Trabajando  los interiores de la paloma, corazón e hígado, tan valorados por los amantes de la caza, los trata naturalmente como lo haría en Perú; un anticucho convertido en salsa para acompañar a la pechuga de paloma hecha a la plancha, manteniendo su punto, apenas distorsionada, bañada sustanciosamente sobre un guiso de sus muslos muy concentrado. Un plato potente respetuoso con el producto y con lo aprendido en La Paloma de Segundo Alonso donde Luca interiorizó su amor por las aves de caza.

Los postres funcionan y cumplen. Un cheesecake “deconstruido”, que incorpora hierbas del bosque como el tomillo, el romero, la albahaca, la hierbabuena y el orégano y los clásicos frutos del bosque.

Un postre que casi deja de serlo: un etéreo bizcocho de zanahoria con jengibre sobre una golosa sopa especiada de chocolate blanco con curry Ras el Hanout, helado de vainilla y hierbabuena. Una compleja mezcla de infinidad de aromas frescos y secos.