Parece ser que entre quienes o no se han enterado de la globalización de la gastronomía o se oponen radicalmente a ella figuran, en lugar destacado, los miembros de la Real Academia Española y, junto a ellos, los redactores de los manuales de estilo de muy diversos medios informativos. Qué manía.
Seguramente muchos de ustedes recuerden cuando la Academia se salió por peteneras y decidió que la grafía correcta para el más conocido de los aguardientes de Escocia, el whisky, era... güisqui. Dicho sea de paso, mantiene esta grafía contra viento y marea. No sé cuántas veces lo habrán visto ustedes escrito así, pero de una cosa estoy seguro: no lo han visto así en ninguna etiqueta de whisky. De otra no estoy tan seguro, porque es una opinión personal: la grafía académica sólo la usan aquellos escritores que son más cursis que tocar a rancho con violín.
Pero es que, además, la grafía original, whisky, la entiende todo el mundo, en España y en la China, en México y en Bulgaria, en Chile y en Jordania... Lo que no entenderá nadie que no sea hispanohablante será lo de güisqui, por favor.
Hay más. Cruasán, por ejemplo, para lo que la mayor parte de la humanidad escribe en francés, croissant. No sé, pero yo cuando veo escrito a la castiza, o a la académica, mi bollo favorito del desayuno, tengo la impresión de que en vez de estar hecho con la mejor mantequilla lo han hecho con cualquier margarina de tres al cuarto.
Ahora amenazan con ‘fuagrás’. Diré lo mismo que apuntaba al hablar del whisky: no creo que ninguna empresa productora de foie-gras del planeta lo etiquete con esa grafía, ni aunque sea española. Bastantes barbaridades se han hecho en este país con el foie-gras, como llamar así a patés hechos con grasa de cerdo como ingrediente principal... cuando sólo puede llamarse foie-gras el hígado hipertrofiado de oca o pato cebados.
Bueno, pues ahora la barbaridad viene en no pocos manuales de estilo. Y subrayo lo de barbaridad, porque si de lo que se trata es de que la gente lo escriba como lo pronuncia... sobra la ese del final, porque se lee ‘fuagrá’. Ahora, que escrito así parece más uno de esos patés, que no llamaré dudosos porque no había duda ninguna de que no llevaban nada de oca ni de pato, que un auténtico foie-gras.
¿Que tengo que escribir whisky, croissant y foie-gras en cursivas toda mi vida? Pues lo escribiré, y me seguiré indignando con los correctores de estilo que osen rectificarme para seguir los dictámenes de una Real Academia que, en este terreno, más parece de gerontología que de la lengua.
Se aduce que, hace años, la Academia castellanizó palabras como fútbol, gol, córner y otras relacionadas con el propio fútbol; lo de balompié no cuajó más que en los nombres de algunos clubes como el Betis o el Albacete. Pero es que cuando sucedió eso ni había los medios de comunicación que hay ahora -televisión, internet...- ni hablaba inglés casi ningún españolito de a pie. Hoy, tales alardes de patrioterismo idiomático son innecesarios.
Y así lo debe juzgar la propia Academia, y no digamos los correctores de estilo, porque el argot del tenis y el del golf campan por sus respetos, y a nadie se le ha ocurrido todavía decir que Tiger Woods hizo un pajarito en el hoyo 17 cuando lo cerró en un golpe menos que el par del hoyo. Nos cuentan que hizo un birdie, y todos sabemos qué nos dicen. Y Nadal no hace tantos de saque directo, sino que consigue ‘aces’.
Entonces, los doctos guardianes de la lengua castellana parecen considerar que los aficionados al deporte son políglotas -bueno: ahora han decidido que debemos decir ‘políglotos’- y cosmopolitas y que entienden toda esa terminología en su grafía y pronunciación originales... en tanto que el aficionado a la buena mesa es un pobre ignorante, analfabeto funcional en todo idioma que no sea el suyo, incapaz de desentrañar los rótulos con los que se identifican en el resto del planeta determinados alimentos.
Visto lo visto, sugiero cambiar el nombre de la Real Academia, y dejar de hablar de la lengua; llámese ‘del idioma’, pero no jueguen con la lengua, que está demasiado cerca del paladar, que es, curiosamente, algo de lo que parecen carecer nuestros ‘inmortales’. Claro que... ellos están por encima de cosas tan prosaicas como comer y beber.-