Un pijama para dos
Ya no vemos en los restaurantes aquel postre tan famoso en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX: el pijama. Se hizo popular poco antes que una divertida comedia de éxito interpretada por Doris Day y Rock Hudson, “Un pijama para dos” (1961).
El pijama era, sobre todo, un postre de fiesta. Con mucha hambre en España todavía, los variados y energéticos ingredientes que lo conformaban y su barroquismo visual, conquistaron a centenares de miles de ciudadanos.
Comenzó a divulgarse casi al mismo tiempo que la slice pineaple en conserva, es decir, rodajas de piña en almíbar. Fue uno de los primeros productos exóticos que fascinaron cuando la posguerra se fue, nunca mejor dicho, dulcificando, y todos queríamos ser –no nos engañemos- norteamericanos y tener de novia a Rita Hayworth o Marilyn Monroe.
En los restaurantes no era un postre barato. El más habitual consistía en flan o alguna tarta comprada en la pastelería. Los locales de varios tenedores elaboraban la repostería en el propio establecimiento. El pijama simbolizaba, pues, la opulencia, el lujo y el derroche.
Se componía de –cojan papel y lápiz- melocotón en almíbar (de la marca Hero), slice pineaple (la piña venía dibujada en el bote y nos trasladaba a países que sólo conocíamos por las películas de piratas), nata, flan chino (preferentemente de la marca Mandarín, muy popular ya en los años 50: en su etiqueta, un asiático idéntico a Fu-Manchú), una bola de helado de vainilla y, como remate, dos o tres de empalagosas guindas.
Había quien demandaba que rociaran este dietético postre con kirsch, licor de cerezas maduras. Después, sólo daban ganas de ponerse el pijama y hacer la siesta, inclusive con Doris Day.