Crónica de una dieta en albornoz
Los pájaros, gorriones, al parecer, entraban volando por las ventanas del hotel y comían las sobras del menú de adelgazamiento. No estaban gordos; lo que querían era engordar.
Sin pasar por la recepción, es decir, ahorrándose la factura final, picoteaban un poco del cóctel de langostinos con salsa de yogur a la menta, tortilla de acelgas con finas hierbas, chuleta de ternera en costra de setas, o rollo de lenguado a la florentina.
Todos los internos humanos por propia voluntad hicimos amistad, durante los siete días de nuestra estancia, con los privilegiados gorriones, que podían entrar y salir, volando, no como los huéspedes.
En el Incosol Hotel Medical SPA, de Marbella (lo inauguró Franco, no por casualidad: comía poco) me inscribí en el Programa de Adelgazamiento / Renacimiento. Siete días en régimen de pensión completa dietética.
¿Me hacía falta este tratamiento? Puede que no. Entonces, ¿por qué me apunté? Por averiguar en qué consisten los controles médicos y de peso por Impedancia Bioeléctrica.
Siempre me interesó, desde muy niño, la Impedancia Bioeléctrica, así como la refracción de la luz para construir una cromática fuente en Bienvenido, Mr. Marshall.
Nada más llegar al hotel me dieron un albornoz de color amarillo y unas zapatillas. Antes hubo un cóctel de bienvenida, con algo de cava para que me confiara.
Al poco, las clases sociales y las discriminaciones por razón del dinero habían desaparecido. Todos éramos iguales, desde un jeque árabe y su séquito hasta el dueño de una marisquería y la propietaria de un horno de Villagarcía de Arosa. Vestidos de amarillo.
Ya dijo una camarera vegetariana que sale en la película de Billy Wilder La tentación vive arriba, que no habría guerras si los combatientes se enfrentaran desnudos; del mismo modo, los albornoces amarillos nos equiparaban a todos, despojándonos de nuestra biografía.
Una mañana, por cierto, una bandada de gorriones cayó en tromba sobre la mesa y me picoteó intensamente. Había confundido el albornoz con un campo de maíz. No se lo tomé en cuenta hasta el último día de mi cura. Entonces, puse Evacuol en la tortilla de jamón de pavo, y diez o quince de estos estúpidos gorriones (¿o tendré que escribir gorrones?) fueron incapaces de controlar sus esfínteres durante un par de días y mancharon toda la Milla de Oro marbellí.
Lo que más bien me hizo fueron las sesiones de drenaje linfático mecánico o envolvimientos, siete masajes manuales y un tratamiento facial. Ahora me miro al espejo y me veo mucho mejor que en el retrato de Dorian Grey.
Tenía tele en la habitación. Merced a la antena parabólica viajé a lugares donde no había, venturosamente, tantos hechiceros tribales y caciques locales como en España. Estos momentos televisivos me relajaron tanto, o más, que una sesión de flebología y el estudio de la composición corporal por densiometría dexa.
Una noche, después de cenar brocheta de rape con setas al ajillo, salimos a pasear por Marbella. Entramos por equivocación en un night club y, al pedir para beber una limonada o un refresco sin alcohol, las señoritas empleadas, apiadándose de los albornoces amarillos, nos ofrecieron alternar con agua del Carmen y dos gotitas de chinchón dulce. Este requerimiento fue amablemente rechazado.
Con una dieta casi gastronómica –salvo la presencia de sal y salsas- adelgacé cinco kilos durante los siete días de este programa (de todos modos, me sobraban quince). Ya los he recuperado, pero la culpa es mía por no seguir las instrucciones de los técnicos, resumidas en las recomendaciones al final de la estancia.
El problema es que si te gusta la cocina, no puedes dejar de comer, porque si lo haces, estás espiritualmente muerto. Y puestos a morir, muramos con la analítica bien alta.
Para Fallas me he suscrito al programa Que Me Mimen. Incluye otros métodos en pro de la salud del cuerpo y del alma, como la reflexología podal (esto procede, por lo visto, de los chinos) o la cromoterapia.
Mi novia me ha dicho: “Yo también quiero que me mimen”. Así que celebraremos las maravillosas y anti estresantes (es broma) fiestas josefinas en Marbella. Vale más pasar hambre que soportar el pandemónium fallero.