Comidas de “Boutequim”
“O Rio de Janeiro continua lindo”, ¡cuantos compositores predican la belleza de Río en sus letras! Y es que Río continua siendo una ciudad maravillosa. Cualquier mortal no escapa de la emoción cuando aterriza en el aeropuerto de Santos Dumont y visualiza una geografía en la que solo las manos de Dios pueden haber intervenido. Desde el aire y ante mis ojos, la “Bahía de Guanabara”, el mítico estadio “Maracaná”, donde Pelé regaló tantas jugadas inolvidables, el “Pâo d´Açucar”, en el punto más alto la imagen del Corcovado, Cristo Redentor protegiendo la city, el Jardín Botánico…..será que dará tiempo de verlo todo? Me instalo en un hotelito cutre, en la playa del Arpoador, entre Ipanema y Copacabana, point de surfistas, a 30 metros de un mar furioso, parece que las olas van a entrar por mi ventana.
Decido dar un paseo a una temperatura de 40o, eso si, sin nada encima, aunque me considero medio brasileña, el miedo de ser asaltada en Río es inevitable, los gringos son el principal blanco, pisan las arenas de Copacabana felices como perdices y sin darse prácticamente cuenta se quedan sin la cámara de fotos, la cartera…ojo con los profesionales!
Me cojo un taxi hasta la Barra de la Tijuca, quiero ver como atrevidos seres humanos se tiran de ala delta hasta la playa de São Conrado. ¡Que envidia! Espero tener suficiente coraje para volar encima de este escenario algún dia! Pasamos por la fabela de la “Rosinha”, la más peligrosa de Brasil, donde hay constantes enfrentamientos entre policía y traficantes. Siento miedo y esto sin entrar, es otro mundo, otra realidad, al menos tienen la ventaja de vivir en medio de la ciudad, la mayoría de fabelas de Río han crecido en las colinas y tienen la mejor vista, otro detalle casi todas las casas tienen, ¡parabólica!
Decido tomar un chop, cervecita muy leve en el bar Garota de Ipanema, dónde Vinicius de Moraes escribió la canción que da nombre al emblemático bar. Mi próximo destino, conocer el barrio de Santa Teresa, cerca del centro de la ciudad y del barrio de Glória. He quedado con el dueño de un boteco. Botecos son los bares que los cariocas frecuentan al salir de la playa, van de bañador y los encuentros se prolongar hasta el anochecer. Llego al “Bar do Mineiro” ya fascinada, está en un montañita, calles con laderas, donde residen artistas, bohemios, talleres de artesanía… ¡Mucho encanto! Me recibe el señor Diógenes Paixão, ya solo el nombre es original. El bar existe desde hace 64 años pero él es propietario desde hace solo 15. Trabajaba en el Centro Cultural del Banco de Brasil, sumamente culto, amigo de Burle Marx y de Volpi, esto no lo esperaba, yo solo quería comer en un boteco y de repente me encuentro sentada con un tipo interesantísimo contándome su historia de vida. Y es que es esto lo bueno de la vida, charlar y comer. Este es el espíritu de los cariocas, reunirse en los botecos y comer comida de boutequim. ¿Pero al final os preguntareis que caramba es comida de boutequim? Pues es pellizcar, aipim (mandioca) frita o cocida, buñuelos de aipim con catupiry ( queso cremoso) con carne seca o con camarones, salsicha de minas, carne de sol, pasteles de bacalao de palmito o de cangrejo, caldo de mocotó (gelatina de la rodilla del cerdo), caldo de feijão( alubias negras), torresno , queso provolone, queso coalho a la brasa, tiras de higado con cebolla…esto es lo que llaman de “petiscos”. Siempre lógicamente regados de caipirinhas o caipiroskas de lima, lima de persia, futa de la pasión… cervecita Bohemia o Original, o simplemente buenas cachazas como la portuguesa Bagaçeira, la Magnifica, (oro o plata), Salineira, Meia Lua, Mel. Después de este confortable ritual y ya en las nubes, Diógenes me viene con una Moqueca de pescado, estupenda, sabrosa, estoy revitalizada para enfrentarme a lo que venga. Acabamos en su casa, un lugar humilde, paredes repletas de arte, toda una vida. Ahora entiendo la alegría de este pueblo, una raza que baila al son de la samba, que desfila en el sambódromo Marqués de Sapucaí, que son amorosos, que hacen barbaridades en el tráfico, que sienten envidia de los paulistas, que tienen un exagerado culto al cuerpo, que andan de havainanas todo el santo dia pero que no dejan de ser alegres. Al fin y al cabo saben que: Villa-Lobos y Tom Jobim eran: Cariocas.