El Mejor Restaurante de Madrid...Sin Duda.
Porfiábamos hace no tanto Borja Matoses, un cocinero de renombre y el que aquí suscribe sobre cuál es el mejor restaurante de la Capital del Reino. Matoses – ese amateur de la crítica gastronómica que no tardando mojará la oreja a los viejos rockeros de tan gorrona profesión- y yo coincidíamos. The winner is... Viridiana.
Con permiso de nuestro ex Presidente; hagamos un poco de Memoria Histórica:
Abraham García nació en Robledillo (Toledo). Montò su primer garito en la calle Fundadores donde lo reventaba a diario dando dos turnos de comidas y cenas; in illo tempore, entre otras osadías tenía la norma de no cobrar con tarjeta de crédito ¡Genio y figura! Más tarde se trasladó a la calle Juan de Mena donde Patricia Welles, crítica gastronómica del International Herald Tribune, lo incluyò aquel entonces entre los mejores restaurantes "informales" del Mundo. El de Toledo tiene una cocina "tan simple" que sólo son tres los adjetivos que la definen: GUSTO, GUSTO Y GUSTO.
Si buscas un restaurante minimalista (mínimo y malo: Abraham dixit) en Madrid no vayas a su abigarrado restaurante ni de coña; mesas apretadas, tajines, sartenes de toda la vida, cuadros de caballos, paredes recubiertas con fotos de la obra de arte de Buñuel y famoseo del serio. En su cocina no busquéis Sifones, Rotalval, Metilcelulosa o Goma Xantana… Su máxima tecnología es el pasapuré. Platos clásicos como el foie gras ahumado (¡que alguien me lleve a probar un foie más delicioso!), las lentejas con curry y canela o los rústicos huevos con trufa en sartén son placeres que ningún madrileño se debería perder. Digo madrileño porque si García tuviese su restaurante cerca de la Place Vendôme o La Quinta Avenida tendría más gente babeando para probar su cocina que la cola del INEM de mi pueblo. Ese carro llamado "cocina de fusiòn" en el que se encaraman algunos cocineros modernetes, ya lo montaba Abraham desde tiempos inmemorables: el huitlacoche mexicano, los arenques del Báltico o la mejor trufa del mercado de La Paz inundan sus platos; y, digo inundan porque no existe nadie más generoso (en el sentido humano y culinario) que él. Aunque haya quien confunda generosidad con exceso: si vas allí a cenar no comas ese día. Si vas comer no cenes la noche antes. No le cuentes a Abraham tus problemas con el colesterol o la hipertensión porque se descojonará en tu cara.
Su carta de vinos ya la quisiera tener el restaurante Noma (¿El mejor restaurante del mundo?) de Copenhague. Te descorcha un Petrus, un Pingus o un Vega Sicilia sin los aspavientos de tantísimo tontísimo sumiller con la naturalidad del que se ata unos zapatos.
Cameos almodovarianos, muchos días en las carreras (de caballos), un sombrero en el tendido de sombra, escritor de libros de cocina y vivencias que me recuerdan, a veces, a las de mi escritor preferido, Anthony Bourdain, son solo una pequeña representación del carácter de alguien que es más que un simple cocinero. A veces, algún cocinero-sifonero-gelatinoso (es un cariñoso calificativo que utiliza para definir a algunos colegas suyos) me musita: “el mejor restaurante de Madrid está en Toledo…” yo me hago el humilde y le sonrío, pensando: casi hubiese acertado de pleno si me hubiese dicho “el mejor restaurante de Madrid es de uno de Toledo…” ¿Queda claro?