Permítanme la irreverencia, quizás osadía, de hablar del servicio, de las atenciones, de la SALA, de un restaurante vanguardia total como es Aponiente, y no hacerlo de su patrón, Ángel león, Dios de...
Alfonso Egea celebra su éxito. En un local fascinante, minimalista, de lujo y diseño, ofrece comida de barra hecha por un exquisito cocinero. Todo es mundano, costumbrista, eso sí, y tanto que sí, sustentado en productos excelsos ejecutados con suma precisión. A veces se aprecia un toque de alta cocina, pero son pinceladas, dentro de un proyecto que marca la diferencia en la naturalidad y la tradición. Un primer ejemplo, las huevas de mujol, las mejores del mundo, de corta curación y bajas en sal, tiernas, jugosas, imperando las características del pescado, que se comen de 10 en 10 lonchas; inmejorables. Se ofrecen con unas almendras también seleccionadas y apenas saladas. Gratísima obligación que debe seguir a unas aceitunas gordales con anchoas, un abreboca vicioso de extraordinaria nobleza. Las quisquillas, no sé si de Motril o Santa Pola, no pueden mostrarse más hermosas ni estar más frescas y mejor cocidas, engañadas al calor, preservan su dulce manjarosidad. Diseñada y sedosa la brocheta de pulpo, pletórico de sabor y textura, con impregnación de pimentón y etérea espuma de patata. Igual de precisas las láminas de alcachofas a la plancha, impecable ejecución, perfumadas con un “siesno” de trufa y abundantemente cubiertas por lonchas de jamón, que sudan crudas al calor que desprende la verdura. Elementalidad con criterio y sabiduría. Otro relumbrón: la sardina en vinagre empanada esponjosamente, una manera audaz de cambiar la identidad de un canapé que toma forma de rollito, rollitos engalanados por encima con cebollino germinado. Si no hubiera bastantes motivos para la notabilidad, llego una coca de verduras (pimientos rojos y verdes, cebolla, calabacín, ajos, alcaparras, etc.) y anchoas, que por finura y gustosidad de la pasta y que por inmaculabilidad y combinación de los elementos que luce encima, es la mejor coca que hayamos comido en España; y puede competir con la mejor pizza del mundo. Sublime y con toda la identidad que se espera de Murcia. Las anchoas enharinadas y fritas con pimientos verdes enteros son otra muestra de una gastronomía llana y certera que no tiene prejuicios de ningún tipo en jugar a todas las cartas y gustos. Soberbios los arroces, de los que es un maestro el propietario (ver en arroces Casa Alfonso), sea el meloso marinero o el caldoso de conejo y caracoles. Y postres sensacionales sin mayores complicaciones, para refrendar el mensaje: muy delicadas las gachas con arrope calabazate y costrones de pan y uno de los mejorcitos flanes de huevo del país, si es que no es el primero, de un refinamiento y sustanciosidad únicos.