Querido Rafa: Cuando, aún en Singapur, recibí la petición de LMG de escribir algo sobre la tragedia que vivimos allí en torno a Santi Santamaría, decidí esperar a escribir a estar lejos, en el tiempo y el espacio, del lugar de los hechos, que no me trae ningún buen recuerdo. No sé, y los allí presentes lo comentamos, si pudo haberse evitado la muerte de Santi; lo que sí sé es que si ese hotel de 2.500 habitaciones, de superlujo, hubiera tenido una clínica de urgencia, un dispensario médico o, sencillamente, un médico de guardia con un desfibrilador, seguramente se habría podido intentar... en lugar de tratar de reanimar a Santi, en los cerca de tres cuartos de hora que tardó en aparecer la ayuda, la ambulancia, con sistemas ‘caseros’ de reanimación, ya sabes, el masaje cardíaco... De todos modos, lo que sabemos es que las cosas van a quedarse así, porque estas empresas (de los Estados Unidos, naturalmente) puede que no tengan médicos, pero lo que sí tienen son abogados habilísimos y retorcidísimos. Poca esperanza, por ahí.
Escribir sobre Santi... Lo primero que pensé fue: podría recuperar de mis archivos cualquier artículo de los escritos sobre él en los últimos veinte o veinticinco años y, sin apenas tocarlo, enviártelo: llevo pensando lo mismo, que es mucho bueno, de la cocina de Santi Santamaría desde que la conocí. Una cocina sobre la que hemos discrepado, pero que ambos hemos sabido valorar, y a tus puntuaciones en LMG te remito. Tú preferirías más creatividad, más laboratorio; yo me quedo con esto, con más huerto, con más corral, con el producto de primerísima calidad. Me quedo con que esas perlitas verdes que vienen en el plato en abril son guisantes del Maresme, y no el fruto de un experimento de laboratorio culinario; que el pagès ha esperado para recolectarlos a que estuvieran en su momento, y no ha sido un hombre de bata blanca quien ha hecho unas esferificaciones con algún alginato y cloruro cálcico. Me gusta esa cocina, la del gran producto, la que me hace gozar, la que me da placer, mucho más que la que me hace pensar en qué será lo que tengo delante.
No puede decir lo mismo mucha gente. Quiero decir, lo de escribir u opinar lo mismo sobre Santi, a punto en mayo de 2008 de ser conducido a la hoguera, en alguna Plaza Mayor del Reino, por el tremendo delito de haber criticado lo incriticable. Se le acusó de sabotear la cocina española... confundiendo “cocina española”, que es muchísimo abarcar, con cocina de un cocinero, por muy Adrià que se llame éste. Fue amenazado, insultado hasta la grosería... “¡jamás se lo perdonaré, jamás!” barbotaba un crítico por televisión... Incluso quienes, sin llegar a apoyar sus tesis, defendimos su derecho a expresarse, fuimos castigados con la expulsión del paraíso, fuimos considerados palos en esas triunfantes ruedas de la “cocina española”.
Pobre Santi, que no hizo sus declaraciones en el lugar correcto, sino en la presentación de uno de sus libros... porque un año antes, en enero de 2007, dijo exactamente lo mismo, o algo muy parecido, pero nada menos que en Madrid-Fusión, evento del que se convirtió en el momento más importante en audiencia. Ah, pero la segunda vez se salió de los circuitos de quienes pretenden dominar el cotarro... y hubo de pagarlo.
Así fueron las cosas, Rafa. Por lo demás, qué decir de nuestro amigo Santi, de esa persona grande en todos los sentidos, de una generosidad inagotable, que entendía que las buenas cosas eran mejores cuando se compartían, que amaba la buena mesa, los grandes vinos, las largas y plácidas sobremesas, los viajes, los buenos libros, la conversación amena e inteligente... Tú y yo, juntos o separados, hemos pasado con él muchas horas gratísimas: son, ahora que se ha ido, nuestro capital emotivo, la base de nuestros recuerdos. Y yo, te lo digo con toda sinceridad, no tengo más que muy buenos recuerdos de nuestro buen amigo Santi Santamaría, que fue a morirse allá lejos, como lo hizo en su día Manolo Vázquez Montalbán... sólo que, qué quieres que te diga, a Santi, con sus 53 años, no le tocaba. No. No le tocaba.