Cuando van a matar al cerdo, chilla camino del cadalso e intenta huir. Existe la creencia de que sabe que lo conducen a la muerte. Esta opinión no tiene fundamento científico, cultural ni psicológico. El cerdo no sabe adónde lo conducen porque es imposible que lo sepa.
Tanto es así, que aunque lo trasladasen a otro espacio más confortable, a un chalet de 300 metros cuadrados, con piscina y tres cuartos de baño (ha habido casos; léase En alabanza del puerco, de Agustín de Rojas), seguiría gritando.