Permítanme la irreverencia, quizás osadía, de hablar del servicio, de las atenciones, de la SALA, de un restaurante vanguardia total como es Aponiente, y no hacerlo de su patrón, Ángel león, Dios de...
¿Hablamos en serio? En realidad, todos sabemos lo que se oculta tras la polémica y demagógica digresión de Santi, hace unos días, en Madrid Fusión. Desde luego, no parece que su intención fuera pedagógica. Porque en ese caso, antes de lanzar invectivas contra aquellos que no son “de los suyos”, y por tanto le son ajenos, hubiera debido reflexionar sobre el status quo de su propio territorio. Porque, si hablamos en plata, es seguro, desgraciadamente seguro que hay muchos más miles de croquetas, guisos, tortillas, arroces y suquets mal hechos, incluso deshonestamente elaborados, que deconstrucciones, aires o esferificaciones. Pura matemática. Así que hubiese sido más lógica (si es que existe lógica en denunciar unilateralmente la paja ajena) una abstracción tendente a denunciar –para mejorar- la ingente cantidad de cocina tradicional que hace enrojecer de vergüenza a nuestro país, y que gana por goleada a los pocos embaucadores que se han agazapado en las vanguardias. Es muy barato criticar, desde el confort del viejo y seguro hogar, a los pioneros, víctimas además de las flechas que aguardan inevitablemente en las nuevas geografías.
No; en verdad, Santi estaba escenificando, con el manoseado y vacío lugar común de la “autenticidad”, su largo enfrentamiento con Ferran, del que, por cierto, tanto aprendió antes de que cayera en Cala Montjoi la segunda estrella. Aquel momento marcó el futuro desencuentro. Desde entonces, quizá porque lo vio venir, Santi inició su batalla particular. Muchos recuerdan, hoy, que por aquellos tiempos el chef de Sant Celoni ya se negaba a participar en cualquier acontecimiento “si estaba Ferran”. ¿De qué estamos hablando, pues? ¿De sardónica iniquidad? ¿De simple envidia? ¿De absurdo rencor? ¿De disparada egolatría?
Sorprende, en términos objetivos, la diatriba de Santamaria a los profesionales creativos vindicando una cocina basada en la tradición, en el contacto directo con la materia prima, en la visión romántica de la restauración. ¡Pero si él, como todo el sector sabe, hace tiempo que no ejerce! Además, en un ataque de socarronería que ahora lo compromete, aseguró con suficiencia, el mediodía de inauguración de su restaurante Evo, que él “ya sólo cocinaba para la familia”. Lo dijo. Lo oímos todos los que aquella tarde estuvimos allí.
Dice que él no es un cocinero mediático. Y debe ser el único que está vinculado contractualmente con un gran grupo de comunicación. Dice que no vende nada, y utiliza aquella compañía para popularizar sus libros y productos gourmet, incluso promocionando cucharones a 50 céntimos en un kitschoso anuncio de televisión. Dice que lo suyo es la cocina como emoción directa, pero su trabajo fundamental consiste más bien en regentar un amplio grupo de establecimientos gastronómicos de fama. Dice que no le gustan los congresos, y se ha aprovechado de uno para torpedear a sus compañeros.
Su discurso, pues, es incongruente, “inmoral” y falto de rigor y contenido. E insultante para sus clientes. De hecho, muchos se han dado de baja de “Santamaria”, incluso algún reputado periodista y escritor.
Entonces, ¿a quién aplaudían los 600 congresistas que asistieron a su ponencia en el reciente Madrid Fusión? Dime, querido Cristino, ¿a quién jaleaban aquellos 600? ¿Tenemos edad para seguir cayendo en descaradas emboscadas?
Santi podrá tener más o menos páginas de papel couché para lanzar sus ironías, podrá ufanarse de más o menos estrellas (incluso las sorprendentemente “veloces” que han ido a su nuevo Evo de Barcelona), podrá recoger, vía visceral, más o menos aplausos.
Aunque, al final, sabe que, esencialmente, está solo, acompañado únicamente por la efímera “claque” que poseen todos los reyezuelos.
Porque la certidumbre, amigos, está más allá de localismos nostálgicos o sentimentales. La realidad, la compulsión, el objetivo final siempre es la historia. Pero la historia evita a menudo las complacencias, los aburguesamientos y las molicies. La Historia, así, con mayúscula, es patrimonio de quienes, con generosidad y solidaridad, son capaces de crear y consolidar nuevas y emocionantes percepciones. De aquellos que nos acercan remotos horizontes impensados aun siguiéndonos retando a cruzar nuevas y lejanas fronteras.
La historia corona sólo a unos pocos “choisis” que han sabido conjugar sin red audacia, clarividencia y talento.
Y la historia ya ha dictado su sola e inapelable sentencia: Ferran.
“Desolé”, Santi.