El presidente del Ifema explica por qué ha cerrado y vendido los dos símbolos del lujo capitalino que poseía: los restaurantes Jockey y el Club 31
PATRICIA ORTEGA DOLZ. El País.
Es un neandertal político y se confiesa perteneciente a la subespecie de los “depredadores” si se trata de mujeres. Eso desde el punto de vista antropológico, que es el que a él más le gusta. Desde el punto de vista económico, dice que está sin blanca, pero que, si pudiera, invertiría en tierra. Asegura, al más puro estilo O’Hara, que lo que el viento de la crisis se llevó, se está llevando y se llevará no podrá con ella: “La tierra es un bien limitado, hay la que hay”. También señala a algunos pisos pequeños del centro de Madrid como valor seguro y a algunos objetos de su propia colección, como ediciones antiguas de libros. Las joyas “tienen solo el valor del disfrute personal”… No es el Oráculo de Delfos, pero desde su puesto, Luis Eduardo Cortés(Madrid, 1943) divisa todos los movimientos del empresariado y, por ende, las movedizas arenas del mercado. Es el hombre que sustituyó hace cinco años a Gerardo Díaz Ferrán –desde el miércoles encerrado bajo fianza millonaria en la cárcel de Soto del Real de Madrid por fingir ser insolvente y no pagar– como presidente del mayor centro de ferias de España: Ifema. No parece dispuesto a seguir los ambiciosos pasos del expresidente de la CEOE, pero los dos negocios de Cortés, dos clásicos de la restauración madrileña, los restaurantes de lujo Jockey y Club 31, han quebrado, y algunos empleados han estado meses sin cobrar.
Colecciona soldaditos de plomo, pero no tiene un kilo de oro guardado en casa como el exjefe de los empresarios –“Ahora no es rentable, el oro está muy alto y solo bajará”–. Eso sí, ha acumulado unas cuantas piedras, porque fue gemólogo antes que concejal, consejero de urbanismo y vicepresidente con Alberto Ruiz-Gallardón en la Comunidad de Madrid, presidente del PP de Madrid, senador, diputado popular en las Cortes y también consejero con su madrina, Esperanza Aguirre, a quien le debe su puesto actual. Ahora, con todo el dolor del corazón de su madre (Conchita, 101 años), ha tenido que vender las joyas de la corona de la familia. Los dos locales, con aires de selectos clubes ingleses, que fundó su padre, Clodoaldo, hace casi 70 años y que han reunido durante décadas a la flor y nata de la capital: “Ya no eran rentables. Me he gastado lo que tenía ahorrado en ellos los dos últimos años, de mi bolsillo y sin llorarle a nadie, no lo podíamos mantener, estoy sin un duro”.
Fuma tabaco de un paquete dorado, el mismo desde que hace muchos años viajó a Londres, no precisamente para aprender inglés. Dominaba el idioma de Shakespeare desde los diez años, y el francés, desde los siete, gracias a sendas institutrices que visitaban la casa en la que se crio con sus padres y sus dos hermanas en la madrileña calle de Montalbán, junto a la iglesia de los Jerónimos. Es el segundo hijo de un hostelero salmantino “hecho a sí mismo” –empezó de camarero en el hotel Ritz–, que le dejó en herencia sus negocios y propiedades, y de una sevillana centenaria con la que todavía hoy comenta las noticias de la prensa. Lleva gemelos en los puños de la camisa y una cruz de Malta en la solapa del traje. Tiene carné del PP, aunque es un centrista confeso, y del Real Madrid, aunque despotrique de Mourinho. Y pinta de haber comido faisán, aunque deguste un lacón con grelos y un bloody mary durante esta entrevista en un restaurante gallego cercano al Ifema. Aquellos maravillosos años del faisán asado a las uvas del Jockey…
No. Cortés no es un señor que destile nostalgias ni melancolías. No se considera empresario: “Si hubiese llevado yo los negocios, otro gallo habría cantado”. A él lo que de verdad le tira, aparte de la política, es la antropología. Está obsesionado con el origen del hombre. Ha leído mucho para no llegar a ninguna conclusión. Bueno, sí, a alguna sí ha llegado: “En 69 años de vida, no he conocido nada mejor que la mujer. Ha habido muchas, muchas, de muchos países del mundo; no soy enamoradizo, soy más depredador”. Las de su vida: su madre, su mujer – se casó a los 39 años–, su hija… En el plano intelectual, se ve a sí mismo como un hombre de actitud renacentista: “Salvando las distancias, sé de casi todo un poco (religión, filosofía, historia…), me interesa el ser humano”. Así, sin complejos. “El complejo es uno de los problemas de nuestro país, aparte de España y los españoles”, suelta. Y acto seguido pregunta con pasión: “¿Sabes que tenemos un porcentaje de genes del neandertal?”.
Su osadía vital no le ha mantenido exento de polémicas. Si hay un símbolo de la guerra soterrada que mantuvieron Gallardón y Aguirre durante sus sincronizados mandatos fue Cortés. Primero estuvo con él. Luego, con ella. Y se quedó con ella, que le puso en bandeja su trono en el Ifema, mientras el entonces alcalde de Madrid presentaba un recurso en los tribunales por supuesta incompatibilidad en el cargo. Y es que en aquellos tiempos Cortés coqueteaba con el mundo de la empresa y era presidente de la inmobiliaria Sacyr Vallehermoso, la misma que realizaba las obras de ampliación en el recinto ferial y que subía el presupuesto mes a mes. Era feo, pero no ilegal, ser presidente de ambas cosas. Perdió Gallardón: “Aquello lo hizo para fastidiar a Esperanza. Luego no ha triunfado, no ha alcanzado su meta”. Ganó Aguirre. Y Cortés –que dejó Sacyr– por extensión: “Es amiga, una señora con cualidades naturales para la política. Es de lo mejor que tenemos. Ha hecho lo que le apetecía y me parece bien, pero un político lo es hasta que se muere, puede reaparecer en cualquier momento”.
La que fuera su madrina –aunque él diga que “ya había hecho todo” antes de conocerla–podría revolverse y, de un plumazo, quitarle el puesto que otro día le brindó: “La van a marear mucho con eso ahora”, dice él, sin afirmar ni desmentir, pero sin dejar de manifestar lo a gusto que está en su sillón. Siempre ha habido depredadores (y depredadoras). Por si acaso, Cortés se ha inventado un país llamadoCongostium (Editorial Gadir), le ha dado forma de novela y se ha metido dentro.