La trayectoria balística de los manteles
Hay una cosa que se llama “montar las mesas”. Los profesionales de la hostelería ya saben de qué se trata: poner los manteles, las servilletas, la cubertería, la vajilla y otros aditamentos.
La pregunta es: ¿se deben montar cuando todavía quedan clientes en el restaurante? ¿Sí o no? Respondan. Esto es un examen.
Yo creo que no; no hace buen efecto. Aunque es comprensible que los trabajadores, en su deseo de adelantar, se apresuren a realizar una serie de operaciones, de las cuales, una sobre todo, me divierte mucho.
La he disfrutado, sin pagar más entrada que el precio de la factura, en bastantes locales. Por lo general no son de los caros (¿hay alguno barato, desde el puto euro?).
Consiste en lanzar los manteles, todavía doblados, sobre las mesas, desde una distancia que puede oscilar entre el metro y medio y los tres.
Los más diestros –los camareros V.R., Miguel O y F. J.-, aciertan desde cuatro metros y algo más. Y consiguen algo realmente difícil, circense, en el sentido más artístico del término: dispararlos por encima de las cabezas de los clientes de la mesa que está en la trayectoria balística.
No escribo a humo de pajas. Un día me sucedió lo siguiente. Estaba terminando uno de esos helados industriales que pido luego de una mala comida para quitarme el mal sabor de boca con sus gustosos aditivos, cuando un mantel (recuerdo que era de cuadros rojos y azules) se precipitó contra mi cabeza.
Como aún estaba húmedo de la lavandería, su peso no era nimio. Me causó un leve hematoma en la región fronto-parietal, que cursó, con una pomada anti inflamatoria, a los tres días.
Le protesté al dueño. Me pidió perdón y me invitó a una mediocre mistela. Roñosa mentalidad de Pyme.