“Sayonara”, Santi
A día de hoy, todavía no acabo de entender que alguien de mente y formas tan creativas y aceradas como Millás, al que disfruto con entusiasmo (y seguiré haciéndolo, desde luego), haya sido capaz de glosar al farsante de Santamaria, en la famosa rueda de prensa, como ejemplo de fruición de lo “políticamente incorrecto”. No entiendo, no. O acaso es que mi percepción se ha visto nublada por el gusto que profeso a la cocina contemporánea evolutiva, esa que, en palabras de Santi, está más cercana a los psicotrópicos que a la gastronomía. Podría ser… No obstante, y siendo yo mismo un fan irredento de la “incorrección política” (perífrasis, por cierto, que delata el pobre nivel intelectual de este momento histórico), siempre creí que, más allá de bravatas surgidas de una interpretación infantil de los presupuestos baudrillardianos, la función crítica, aunque necesariamente descarada e incluso lúdicamente hiperbolizada, debería contener una cierta dosis de solidez intelectual. Y aquí no es el caso. Dudo mucho que Millás se haya dejado confundir por un loco enfermo; más bien creo en un bolo “de oficio”. ¿O no? ¿O el ingenioso escritor se ha abandonado a la estulticia del de Sant Celoni?
No creo yo que el insulto y la mentira, así, sin adjetivos, constituyan excelencia posmoderna.
Los intentos de Santamaria por hundir uno de los fenómenos más interesantes y caleidoscópicos que han surgido de nuestro país, deben ser enterrados “six feet in a hole”. Falsario, embustero. Lo más triste, porque lo de este individuo es una simple patología descrita en los almanaques de psiquiatría, es que haya gente que se lo crea. Que crean los chillidos de alguien que ni tan siquiera cocina. Que crean que él detenta el cetro de la autenticidad, siendo (y sabido por todos) sólo un falso profeta que se aprovecha, para sus fines personales, de los medios, de la industria, de lo comercial…
Es lamentable ver como en los blogs todavía hay voces que se levantan en loa de unos principios en los que el propio Santamaria no cree. Es indecente que un vendedor de crecepelos logre sobrepasar la anécdota. Tampoco me gustan las tibiezas de aquellos que, en aras de una a mi juicio peligrosa educación, siguen hablando de la buena “cocina de Santi Santamaria”, cuando saben que esto no es verdad (en sentido estricto).
Lo de siempre. Demagogia. Populacherismo. Y gente que traga palabras surgidas del embuste más obsceno.
Si no existieras, Santi, no habría que inventarte. Si no existieras, el mundo, al menos esta parte del mundo que disfruto y comparto a pesar tuyo, sería mejor.
Esta vez la paranoia te ha arrastrado al abismo. Ya estabas pringado desde el vergonzoso show de Madrid, pero ahora, además, todos te vamos a olvidar. Todos. ¿Sientes ya los “aires fríos de metales y peñascos”?
“Sayonara, baby”