Algún ángel tiene el restaurante San Agustín que lo bendicen numerosos jumillanos, tanto da si pican en taburete en la nutrida barra, repleta de tapas populares, como si lo hacen en el comedor, que, a mediodía, cuelga siempre el “no hay mesas libres”.
Pedro Piqueras, organizador de la “Ruta del Vino de Jumilla”, es un hombre emprendedor, con más de 35 años de experiencia en pescadería propia y desde 1.985 lleva en régimen familiar este establecimiento con Ana María, su esposa y dos hermanos que atienden el mostrador.
Aquí se hace bandera del arte del tapeo, hábito que predispone al diálogo y a la camaradería, pues la barra es un lugar de encuentro y de partida, un espacio alegre y sensual ¿A quién no le apetecen unos soldaditos de Pavía de carnes, las del bacalao, tornasoladas y ligeras y un rebozado ciertamente sabroso, o unos pescados y mariscos llegados exultantes de Santa Pola? Por supuesto, embutidos, salazones, canapés, tigres…
Al otro lado de la barra se encuentra el comedor. La carta, larga y abundante, ofrece ensaladas enriquecidas con aceite ecológico de Casa Pareja; estupendas verduras a la plancha; un suculento e inexcusable revuelto de morcilla; una saciadora sopa de fideos con gulesca pelota de relleno; su celebérrimo gazpacho jumillano (sólo los domingos y por encargo); diferentes carnes de cabrito, especialmente la paletilla; y, entre otras cosas, solomillo a la pimienta o al vino monastrell. En definitiva, propuestas costumbristas de una efectividad conmovedora.
Fabulosa bodega, tanto foránea como local.