Vicent Ballester y Amparo Marín, secundados en cocina y sala por sus hijos, Rubén y Alvaro,
tienen muy perfilado su restaurante, al que una nutrida parroquia acude a comer platos típicos, de paladar muy valenciano, que refinan, aligeran y dan cierta impronta. Cultura del territorio, plena y en todo su esplendor, servida copiosamente con resultados harto gratificantes. Y, para mayor gloria, la relación calidad-precio no puede ser mejor ¿Qué más se puede pedir?
El alioli es de una delicadeza inaudita, con una presencia equilibradísima del aceite y el ajo, que configuran el carácter con sutileza, sin atosigar, sin empalagar. Hasta tal punto es bueno, que seguro que repetirá cuanto menos en una ocasión; se acompaña de delicados pedazos de pan tostado con aceite. Uno de los mejores del país, sin duda. Los mejillones, las autóctonas clóchinas, con limón y tomillo, se tratan convencionalmente, sobresaliendo la calidad del molusco por encima de su jugosidad. Las alcachofas a la plancha son magníficas en su elementalidad; un género artesanal del propio Puzol que demuestra que el patrón fue agricultor antes que hostelero y un vuelta y vuelta que muestra la nobleza y frescor de la hortaliza. Las habitas con aceite de oliva y mejorana, pese a que no se repelan, no pueden estar mejor en su rusticidad y sencillez; inmaculadas, perfectas de cocción y aromatizadas con gracia y justeza. La sepia a la plancha, hecha en entero, apenas marcada, tan solo caliente, luego troceada, es de una inmaculabilidad sápida y textual insuperable, la mejor que hayamos comido nunca en España, y eso que solo lleva el realce de un aceite de perejil y una gota de limón con la que se le impregna al depositarla en el fuego. La versión propia del la anguila all y pebre, con el pescado sin piel y la salsa afinada y dada esbeltez dentro de su densidad, que se ornamenta con patatas paja, no puede salir más convincente en su reformado populismo. No está mal la manta de playa o chucho frita con harina de garbanzos, que ofrece la textura de una raya y el sabor parecido al gallo. Son muchos y muy buenos los arroces que ofrece la carta, entre los que sobresale la fórmula al horno, plato en verdad gulesco, que representa una auténtica panzada en sí mismo. Pese a su rusticidad intrínseca y a la abundancia de elementos sustanciosos y hasta contundentes que lo ilustran, no resulta en exceso graso. Tanta cantidad de guarnición como de gramínea, que sale en granos sueltos y embebidos de suculencia, que aporta el consomé de huesos de tuétano y gallina en el que se cuece. Sabrosura a la que contribuyen trocitos de ternera y cerdo, morcilla, garbanzos, patatas, chirivía, verduras... Digno del mayor tragón y del mejor gourmet. Claro que otra opción no menos brillante es el arroz de anguila all i pebre, en realidad una anguila all i pebre con un colosal arroz, al dente, que preserva su gusto, encontrando en el caldo meloso el del pescado y la salsa. Que quede claro, el punto que se da al cereal en este restaurante no se encuentra un cinco de toda la Comunidad Valenciana, por eso figuran los dos platos de arroz citados en este apartado dentro de especialidades. . Y más y más amor por la huerta y la identidad del país: purísimo y cremosisimo el sorbete de naranja sanguina; propio de Martín Berasategui.
En definitiva, populismo culto.