A este restaurante siempre hay que volver para revivir sensaciones únicas. Como la que brinda el rodaballo, mayestático, insuperable, hasta el punto de que cabe preguntarse cuántos mejores se pueden comer en este mundo. Si se va en grupo demandar una pieza grande y comprobar la diversidad táctil y sápida que ofrecen los dos lados del pescado, el izquierdo, el oscuro y el derecho, el claro. Y chupar sin ninguna vergüenza, con verdadera fruición la corona de espinas que rodea al pez, es la zona más sabrosa, que acapara mayor gelatinosidad, dejando que los morros queden pringados.