La región de los Abruzos es una tierra que rebosa generosidad. Los gourmets lo notamos cuando visitamos sus restaurantes. Un sentimiento que percibimos de manera particularmente intensa...
Cocina clásica convencida plenamente de su carta y de sus ejecuciones. En otras palabras, los platos históricos, que forma parte del patrimonio de la casa, ejecutados con esa mano proverbial que distingue a Sabin Arana, un cocinero que ha heredado de la familia el buen gusto. Por tanto, a este señorial y sobrio restaurante se acude a rememorar grandes momentos.
Un aperitivo verdaderamente pantagruélico: una etérea mantequilla de bearnesa y unos nobilísimos trozos de chistorra, ambos impecables. Otra tentación, las croquetas de pimientos verdes, realmente delicadas. Las vieiras con ragú de verduras y hierbas... encierran un mundo de fragancias y sabores en perfecta conjunción. Las almejas con arroz de verduras -nunca mejor priorizado- y salsa de perejil, se asemeja a la versión en risotto de un condumio de la tierra; exquisito y familiar. Siempre queda la duda de si éste, aparentemente más sencillo, u otro arroz más complejo y sustancioso, el que se emperifolla con setas, langostinos e Idiazabal. Las pochas con pimiento rojo y jugo de codornices hemos de calificarlas entre las más delicadas y cremosas que se puedan paladear, con el estímulo añadido de un realce atemperado en el caldo. El chipirón a la plancha sobre un lecho de cebolla confitada adornado con unas pinceladas de salsa negra, constituye un alarde de nobleza y precisión. Las cigalas a la vainilla con panceta, verduras torneadas y jugo de cocido refrendan manjarosidad y punto, aportando el valor añadido del empaque. Memorables los primorosos medallones de merluza frita con unos exquisitos pimientos rojos. Igual podemos decir del rodaballo, soberbio en sí y por punto, con su jugo al vinagre de vino blanco y un etéreo puré de coliflor. El lomo de bacalao a la plancha muestra unas carnes inmaculadas y tornasoladas, contando con otro aliciente: un sutil puré de guisantes. Morrocotudos, nunca mejor dicho, por grandeza de la materia prima y por grandeza de la salsa, los caracoles, gigantes, a la vizcaína, terciopelo puro. Antológico, por selección y técnica, el lechazo asado a los aromas de romero y tomillo. Y sublime -y tanto que sublime- la caza, sea tórtola, becada o paloma torcaz, que suele salir asilvestrada y sangrante, hecha académicamente.