La región de los Abruzos es una tierra que rebosa generosidad. Los gourmets lo notamos cuando visitamos sus restaurantes. Un sentimiento que percibimos de manera particularmente intensa...
Restaurante costumbrista donde los haya al que acude el público más clásico y adinerado de la ciudad y del país. Las instalaciones, en un lugar privilegiado en medio de Puertochico, tienen clase y están en consonancia con la filosofía de la casa. Hay que reservar las mesas que están junto al ventanal desde las que se contempla la bahía y el Club Náutico.
La casa tiene un producto excepcional y es ahí donde hay que incidir para comer opíparamente. Las preparaciones son evidentemente tradicionales y populistas, tanto en puntos de cocción como atrezos, sean salsas o guarniciones. No esta demás aclarar que le cuezan o planchen un poco menos los pescados.
Especialmente relevante es el apartado de mariscos, más por la calidad y frescor que por la variedad. Lo que se ofrece es siempre estelar. Notabilísimo el centollo y, en muchos casos, sobresaliente, que se ofrece cocido y preparado, listo para apreciar sus sibaríticas carnes y su descomunal jugo. Repetimos, notable alto asegurado y posiblemente sobresaliente; igual sucede con los percebes y almejas, que se exponen en la parte inferior, al fondo del bar, por lo general descomunales de tamaño. Es una grata obligación echar un vistazo al expositor y decidir en función de la facha y de las recomendaciones del propietario, un personaje muy ético, muy a la antigua usanza, un verdadero señor. Los bueyes de mar, las cigalas de tronco, los camarones y las nécoras atraen también todas las miradas y “nunca defraudan”.
Las anchoas en aceite están en similar nivel y los calamares rebozados, aunque fritos en freidora, como todos los de este país, son fenomenales, con la justa harina y nada aceitosos, siendo el producto fresquísimo, con carnes tersas y sabrosas. La sopa de pescados y mariscos es más que honesta venerable y si solicita que se la refuercen con almejas y algo más puede constituir un caldero antológico. Un plato principal manjaroso y copioso. Pantagruélicas las almejas a la marinera, piezas soberbias ahogadas con una salsa roja en la que hay aceite, ajo, mucho tomate y un toque de pimentón de la Vera, para comer a cucharadas o sopear, con independencia de que sea la que más le va a tan delicado molusco. En verano la estrella son los chipironcitos con cebolla y pimiento verde, un guiso rústico – no se limpia el interior – de gran predicamento, que sale triunfal dada la bondad de la materia prima en escena. A las kokotxas al pil pil les sucede otro tanto, el genero es estelar, la hechura larga y la salsa gorda y sabrosona; pese a la ejecución convencen, y bastante. En fin, un restaurante, que si el comensal sabe donde debe poner el ojo, resulta harto convincente.