Fidel Puig y Santiago Rebés han asentado, como no podía ser de otra manera, su magnífico proyecto de gastronomía posibilista. Hasta tal punto, que el restaurante está siempre lleno, doblando las mesas todas las mañanas. La explicación es bien...
Conocidísimo bar y restaurante, inaugurado en 1989 por el matrimonio formado por José García y Mª Ángeles Legaz, que brinda un marco grandilocuente, rústico y noble, rebosante de madera y separado en pequeñas bodegas. Ofrece la gastronomía típica del territorio, tanto en lo referente al producto tal cual como en lo que hace referencia a tapas y guisos populares. Baste como testimonio el jamón, en verano dispone tres patas al corte, que el comensal puede elegir según apariencia. Sánchez Romero o Vázquez alegran la mirada y el paladar de la nutrida clientela que abarrota este ambientado y triunfal establecimiento. Jamón excelente a cuchillo y las mejores huevas de mujol, que llegan de San Pedro del Pinatar, concretamente de Albadalejo, que las ofrece poco curadas y bajas en sal, tiernas, jugosas, supernaturales; las mejores y con neta diferencia que jamás hayamos comido. Qué decir de los boquerones, justísimos de vinagre y con un buen aceite de oliva, lo que hace que salga excelentes en su género. Las quisquillas, las gambas rojas y blancas, las cigalas, los langostinos de Guadarmar…los tesoros más exquisitos del Mediterráneo en su máxima naturalidad y expresión; eso sí a precios considerables. Mariscos locales y también foráneos, a su vez solemnes y costosos, junto a condumios sencillos y gustosos, tan primarios como satisfactorios. Ahí está la ensalada de atún, tomate y olivas; ahí están los pimientos del piquillo rellenos de bonito en ensalada; ahí esta el salpicón de mariscos; ahí están los caracoles en salsa; ahí están los erizos con su crema; ahí están las vieiras gratinadas; ahí esta la crepe rellena de perdiz escabechada con delicada holandesa y queso, todo expresado en su justa medida, que hace gala del refinamiento y el equilibrio que siempre se espera encontrar en la mejor culinaria francesa, una tapa sobresaliente en su clasicismo. Colosal el chipirón a la plancha, de un frescor, de una nobleza, de un punto de hechura encomiables. Y si el tapeo o la comilona se quieren concluir con un platazo, el elenco de arroces tiene un neto cariz pantagruélico, muy acorde con el paisaje y paisanaje. Soberbia calidad intrínseca de los pescados, como la dorada al horno con refrito, el sargo de igual manera o el cabracho frito. Y el cabrito a la murciana, en similar sintonía, goza de gran predicamento entre su nutrida parroquia, que en verano y los fines de semana se cuenta por centenares de visitantes, atraídos por el establecimiento que rebosa tipismo y singularidad.